Tranquilidad y unos bocatas del pub Chaplin
Veinticinco años después, el intento de golpe de Estado no concita tanto interés como en anteriores aniversarios. “El 23-F pasa a la historia”, tituló su editorial el diario El País hace un lustro. Algunos de los protagonistas que en Guadalajara lo vivieron en primera fila ya no están, bien porque residen fuera de la provincia, bien porque ya han fallecido. Y otros, cautos y prudentes, prefieren obviar detalles que quizá pudieran dejar a más de uno al descubierto. Total, que transcurrido un cuarto de siglo, el golpe continúa siendo una incógnita aunque algo –acaso lo más importante- quedó claro desde entonces: la democracia se había consolidado. Un periodista relevante escribía hace pocos días en La Vanguardia: “no hay cambio importante en España sin que aparezca el ejército, para bien o para mal”.
El caso es que lo que hoy se observa con una mezcla de incredulidad y de caricatura, en su momento tuvo una gravedad extraordinaria. El gobernador civil de Guadalajara el 23-F, Benigno de la Torre, sospecha que a “los jóvenes ya no les interesa demasiado el golpe de Estado, quizá porque lo ven muy lejano o quizá porque la democracia está totalmente consolidada”. Sin embargo, los recuerdos de quienes lo vivieron permanecen imborrables.
Sedes abiertas
Al margen de lo que cada uno cuenta, todos los testimonios consultados coinciden en señalar que la noche, a pesar de lo que estaba pasando en Madrid, fue tranquila. Quizá se produjeron algunos momentos de nerviosismo. Quizá más de uno pasó miedo, o incomodidad. Quizá la mayoría estaba avergonzada. Pero lo cierto es que no hubo ningún incidente violento que reseñar, ni en la capital ni en la provincia. Y todo ello a pesar de que los responsables de los dos partidos de izquierda, socialistas y comunistas, tuvieron sus sedes abiertas durante gran parte del tiempo que duró la algarada. Javier Solano, que entonces era secretario provincial del PSOE, era de los que pensaba “que si había desbandada y todos desaparecíamos el asunto era gravísimo, no era bueno dar esa sensación y por eso decidí quedarme y lo mismo aconsejamos al resto de los responsables del partido. No sé si hicimos bien, pero hicimos lo que creíamos que había que hacer”. En cuanto al resto de partidos, pocas noticias. Los principales dirigentes de la UCD –excepto Luis de Grandes y José María Bris, que estaban retenidos en el Congreso- se concentraron en la sede del Gobierno Civil y allí permanecieron durante gran parte de la noche. Por su parte, algunos corrillos de falangistas celebraron antes de tiempo la victoria del golpe de estado en un bar de la ciudad. No salieron por las calles y al día siguiente poco se supo de ellos.
Alcalde escoltado
El alcalde de Guadalajara el día del golpe era el socialista Javier de Irízar, que gobernaba en coalición con los comunistas. Se enteró de la entrada de Tejero en el hemiciclo de las Cortes escuchando la cadena SER, como casi toda España. Y la primera llamada que recibió fue la de su padre, que era falangista y había participado en el golpe de 1936. Según ha recordado el ex alcalde en muchas ocasiones, “mi padre me recomendó que me quedara en casa y que dijeran a quien preguntara por mí que había salido hacia Madrid y no sabían nada desde entonces”. Pero no le hizo caso. Desoyó su consejo y, tras unos primeros minutos tratando de entender qué pasaba, se marchó al Ayuntamiento. Después ordenó a todos los policías municipales que acudieran también a la casa consistorial: “aunque habían accedido a sus puestos en la dictadura –rememora- en lo personal me ofrecían confianza”. Los efectivos de la policía municipal no eran suficientes para aplacar un supuesto ataque de soldados, pero sí al menos ofrecían seguridad ante posibles altercados con violentos de la extrema derecha que, finalmente, no se produjeron en ningún momento de la noche.
El alcalde sólo salió tres veces de su despacho, y lo hizo en un coche policial y con escolta. Visitó en dos ocasiones al gobernador civil –“allí me enteré que sabía poco más que yo”- y fue a cenar a casa de sus padres, donde le volvieron a pedir que no saliera a la calle ni regresara a su habitual puesto de trabajo. Irízar intentó tranquilizarles pero se marchó al ayuntamiento, “no sé muy bien para qué, pero convencido de que era mi obligación”. A su lado, los tenientes de alcalde Juan Ignacio Begoña y Ricardo Calvo, Pedro de Santiago y Javier López, su jefe de gabinete. Nadie entró al Ayuntamiento excepto Javier Solano, algunos concejales, el periodista Santiago Barra y un piscolabis que le trajo el dueño del pub Chaplin. Y así transcurrió la noche. Sin más noticias que las que daba la radio y la televisión.
Pocas noticias
Según el recuerdo de Francisco Palero, a la sazón secretario provincial del PCE, “había nervios y organizamos un activismo de entretenimiento pintando carteles contra el golpe por si había que pegarlos por las calles. Dimos algunas vueltas con el coche por la ciudad, que estaba vacía y las ventanas cerradas”. La actitud inequívocamente democrática del coronel Ángel Quijada, que estaba al mando de la Guardia Civil en la provincia, fue un bálsamo de tranquilidad para todos los responsables políticos de Guadalajara que vivieron el 23-F. “De los militares, parque de Artillería y Fuerte de San Francisco, nadie sabía nada esa noche”, apunta Irízar. Y los GEO salieron hacia el Congreso de los Diputados, como pudo comprobarse, para defender la legalidad constitucional. Estos hechos, y que la tranquilidad era absoluta en las calles, hizo que la serenidad predominara sobre el miedo. O sobre la incertidumbre.
Así que además de la gravedad de los hechos, la escasez de noticias preocupaba a todos. “Tuvimos temor no tanto porque el golpe cuajara, sino porque no sabíamos nada”, sentencia Palero, “y temor a que algún animal hiciera alguna animalada”.
Finalmente, la salida del Rey por televisión apaciguó los ánimos y selló de forma incuestionable el principio del fin para los golpistas. Las gentes de Fuerza Nueva en Guadalajara, quizá, dejaron de tomar copas en la madrugada. La vigilia continuó en el Gobierno Civil y en el Ayuntamiento, pero ya con el aliento recuperado.
RECUADRO 1
Sin novedad en la provincia
En la provincia la calma también era absoluta. Tan solo Enrique Canales, alcalde de Almoguera en 1981 y diputado provincial, asegura haber recibido una llamada a las once de la noche. En el veinte aniversario del 23-F, recordaba: “Una voz, que reconocí enseguida, y que pertenecía a una persona ya fallecida próxima a la extrema derecha me dijo: “Como triunfe el golpe van a rodar cabezas en Almoguera”. Llamé al gobernador y le manifesté mi preocupación por la llamada. Me dijo que me mandaba a la guardia civil si lo creía necesario, aunque estaba convencido de que le golpe no iba a triunfar. Pero le dije que era darle cuatro cuartos al pregonero”. En Almoguera la noche transcurrió en paz, como en el resto del territorio provincial. Tal es así que la Diputación permaneció cerrada en todo momento. “Por pura funcionalidad”, la disculpa el gobernador civil. Pero lo cierto es que nada se supo de su presidente, el ya fallecido Antonio López, concejal del Ayuntamiento de Azuqueca por UCD, hasta la mañana siguiente.
RECUADRO 2
Tensión en Azuqueca
Semanas antes del golpe, una cabeza de cerdo apareció pinchada en una farola frente al Ayuntamiento de Azuqueca, gobernado por una coalición PCE-PSOE y con Antonio Rico y Florentino G. Bonilla como máximos responsables. Aunque pequeño, había un grupo beligerante de antidemócratas. Después se sabría que en torno al ya fallecido Camilo Menéndez, uno de los procesados del 23-F, con residencia en la localidad, se habían celebrado algunas reuniones de la llamada operación Galaxia. Esa noche, un grupo de ultraderechistas acudió a la plaza del General Vives a cantar el “Cara al sol”. “La cosa se puso jodida” –recordó en más de una ocasión Antonio Rico, padre del sindicalismo alcarreño- “hubo provocaciones, pero no fueron violentos, si lo hubiesen sido nos habrían pillado indefensos porque nosotros habíamos luchado con la palabra y no teníamos armas”. Mientras tanto, la guardia civil de Azuqueca permanecía acuartelada. “Nos dijeron que no se sumaban al golpe, que estuviéramos tranquilos, pero que en cualquier caso obedecerían órdenes superiores”, asegura Florentino G. Bonilla. Salvo ese pequeño incidente, la noche transcurrió tensa, pero relativamente tranquila, y los nueve concejales socialistas y comunistas permanecieron en el Ayuntamiento hasta la salida del Rey por televisión. Algunos meses después, el día 12 de octubre, los concejales azudenses acudieron al cuartel a felicitar a la guardia civil el día de su patrona. Allí se encontraron con Camilo Menéndez, que ya estaba inculpado en la trama golpista. Le comunicaron al jefe de puesto que si esa persona seguía allí, ellos se irían. Menéndez permaneció y parte de la corporación municipal se marchó.
PEDRO AGUILAR