17 horas y media con la democracia en vilo
Fueron 17 horas y media repletas de tensión, de angustia, de miedo. Toda la acción del golpe de Estado del 23 de febrero se concentró en menos de un día. El golpe empezó a las 16:20 horas del 23-F con la llamada «operación jaula»: con la excusa de vigilar una supuesta red de comercio ilegal, 20 guardias civiles con coches camuflados cerraron las principales calles de acceso al Congreso, con el objetivo de facilitar la entrada de las tropas de Tejero en éste. La orden la dio el teniente Suárez Alonso, por entonces Jefe del Servicio de Información de la Guardia Civil.
Con todo a punto, a las 18:23 horas de la misma tarde, Antonio Tejero entra al mando de una fuerza armada de 200 hombres en el Congreso de los Diputados, aprovechando la sesión plenaria que se estaba celebrando con motivo de la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. Declaró paralizada la sesión y secuestrados sus parlamentarios. Se trataba, en efecto, de un golpe de Estado que, además, estaba siendo retransmitido en directo en toda España.
Reacción en capitanías
Sin embargo, Tejero no estaba solo. A las 19:20 horas, el teniente general José Gabeiras ordena la comunicación de las instrucciones a todos los jefes y oficiales de las divisiones militares repartidas por el país. Las capitanías reaccionaron de forma desigual. Juan Carlos I, ajeno al golpe a pesar de que Tejero decía actuar «en nombre del Rey», se encargó de asegurarse la lealtad de las capitanías generales. Aunque las fuentes difieren acerca del número de capitanías que se pusieron a las órdenes del monarca desde un primer momento, sólo la III (Valencia), controlada por Milans del Bosch, se sumó al golpe y sacó las unidades acorazadas a la calle. Milans fue avisado por Ricardo Pardo Zancada, que un día antes de que el golpe tuviera lugar, se trasladó a Valencia para informarle de la operación.
El tercer frente, al margen de la acción, lo protagonizó Alfonso Armada, quien sería el nuevo presidente en caso de que el golpe surtiese efecto. Tanto en la sentencia sobre el caso como en la opinión de los historiadores se percibe un hecho claro: la desunión de los tres frentes era tan grande que se puede hablar de tres golpes por separado.
“¡Es Tejero, Tejero!”
La tensión fue creciendo dentro y fuera del palacio de la Carrera de San Jerónimo, pero más por la espera que por temor a cometer delitos de sangre. Los teléfonos echaban humo, las calles se vaciaron en toda España y la radio se convirtió en el cordón umbilical con los acontecimientos de última hora. La grabación de la cadena SER ha quedado para la historia cuando el periodista Rafael Luis Díaz retransmitió en directo la entrada de Tejero con sus hombres (la cinta esta disponible en internet en varias páginas). A su lado, en la tribuna de prensa, nuestro compañero Antonio Pérez Henares, “Chani”, fue quien anunció la identidad del militar sublevado: “¡Es Tejero, Tejero!”. Los comercios cerraron. Y la gente, después del susto, cuya noticia corrió como la pólvora, se encerró en sus casas. Muchos españoles estaban con los ojos en el televisor y los oídos pegados a la radio. Sin embargo, en TVE emitían “300 millones” y por la radio estatal la música militar el primer cuarto de hora y música ligera después. En todo caso, fue la noche de las transistores porque casi todos esperaban noticias de lo que sucedía en el interior del Congreso a través de las ondas.
La confusión, mientras, era total. Algunos incluso ya preparaban las maletas. Mientras unos gritaban «Tejero, mátalos» y «Milans al poder» otros les contestaban «Fascistas y Viva la Democracia». Sobre las 20:00 h. efectivos militares hacen su aparición por las calles de Valencia desérticas. ¡Qué estampa!. Tanques y multitud de soldados por sus calles como si de una invasión se tratara.
Solución Armada
A las 20:15, Armada habla con Tejero, le ofrece dos aviones y dinero a cambio de la liberación inmediata de los diputados. Las negociaciones fracasan y Armada se desmarca de la operación. Tenía planeado ser presidente de un gobierno de concentración nacional que incluía miembros de todos los partidos pero Tejero no aceptó esta solución. Fue el principio del fin para su aventura.
Dos horas más tarde, a las 22:15 h., el presidente de la Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol, se dirige a los catalanes a través de RNE. Da detalle de la situación que se esta viviendo, relata las conversaciones que ha mantenido con el Rey y con la Capitanía General, y subraya la normalidad que existe en Cataluña salvo excepción de los hechos acaecidos en Madrid y en Valencia. Mientras tanto, en la capital no paran de hacer reuniones en el Hotel Palace generales tales como Alfonso Armada, Aramburu Topete o Sáez de Santamaría. La comunicación del Rey con éstos y con las distintas Capitanías Generales es absoluta.
Habla el Rey
La principal duda a última hora de la tarde y primera de la noche del día de autos era la posición del primero de los españoles ante los graves acontecimientos que se habían desarrollado tan solo unas horas antes en el Congreso de los Diputados. ¿Apoyaba o no el Rey la rebelión de estos militares? Faltaba, pues, un mensaje del monarca a la nación, y a los propios insurrectos. Fue difícil hacer llegar una unidad móvil a la Zarzuela, puesto que los medios de comunicación estaban tomados. Finalmente, a las 1:15 horas de la madrugada del 24 de febrero, el Rey se dirigió a la nación: «Al dirigirme a todos los españoles, con brevedad y concisión, en las circunstancias extraordinarias que en estos momentos estamos viviendo, pido a todos la mayor serenidad y confianza y les hago saber que he cursado a los capitanes generales de las regiones militares, zonas marítimas y regiones aéreas la orden siguiente: Ante la situación creada por los sucesos desarrollados en el palacio del Congreso, y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes de estado Mayor que tomen todas las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente. Cualquier medida de carácter militar que, en su caso, hubiera de tomarse, deberá contar con la aprobación de la Junta de Jefes de Estado Mayor. La Corona, símbolo de permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum».
El efecto del discurso del Rey fue definitivo. Milans del Bosch se declaró en rebeldía hasta las cuatro de la mañana, cuando retiró el toque de queda y los tanques. Tejero habló con el teniente coronel Fuentes Gómez de Salazar, que le comunicó que la acción golpista había sido abortada en el exterior. Luego firmó su rendición, saliendo de la Cámara a las 12 de la mañana del 24 de febrero. Todo había terminado.
Ruido de sables, preludio del golpe
El golpe de Estado del 23 F se vivió con gran intensidad tanto en España como fuera de nuestras fronteras. Algún periódico incluso llego a titular, de forma sensacionalista, “guerra civil en España”. No fue para tanto, pero el susto caló hondo entre la ciudadanía española. Fueron 17 horas cargadas de nervios y, sobre todo, de incertidumbre por los fantasmas del pasado que los golpistas invocaban. Era la democracia lo que estaba en juego, y máxime teniendo en cuenta la delicada situación que entonces atravesaba el país.
El ruido de sables en los cuarteles era una amenaza constante en una democracia que daba sus primeros pasos. Para los nostálgicos del régimen franquista, la transición democrática no era un plato de su gusto ni fácil de digerir. Además, la situación política en febrero de 1981 constituía un caldo de cultivo para un posible golpe de Estado. Los partidos estaban inmersos en disputas internas y luchas de poder que dejaban al país en una cierta situación de parálisis legislativa y administrativa. El Partido Socialista Obrero Español se dividía entre aquellos que promulgaban, no ya un distanciamiento, sino la negación del marxismo y los que abogaban por continuar en esta línea. Por su parte, el Partido Comunista Español y el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PCE-PSUC) estaban enfrascados en una lucha interna entre pro soviéticos y los que defendían posturas más alejadas de estas directrices. Sin embargo, las confrontaciones más virulentas tenían lugar en el seno de la Unión de Centro Democrático (UCD), al frente del Gobierno en ese momento, lo que era más preocupante. A diferencia de socialistas y comunistas, partidos ya antiguos, UCD era un partido ad hoc, creado con ocasión de las primeras elecciones democráticas. Las filas del partido y el Gobierno se componían de antiguos cargos procedentes de la dictadura que se dividían entre sectores conservadores y otros cercanos a las posturas socialistas. Esta división ideológica se hacía patente a la hora de consensuar leyes de talante progresista, como la Ley de Autonomías o la del Divorcio, que pusieron de manifiesto los desacuerdos en el seno del partido. Los españoles castigaban en las urnas las disensiones en UCD, que perdía su preponderancia política en las elecciones municipales y autonómicas a favor del PSOE.
Por si no era suficiente, el terrorismo se empeñaba en acentuar la crisis con una escalada en la espiral de violencia, traducida en asesinatos y secuestros que se cebaban especialmente en el estamento militar. Por otro lado, los objetivos de autogobierno de las autonomías debilitaban al Gobierno central y suponían una ruptura de la hegemonía nacional. Después del 23 F, todos estos problemas siguieron su curso, pero la democracia española había salvado su noche más aciaga.