El periodismo y la crisis (I)
Cada vez que oigo leer o hablar de periodismo me pregunto a qué clase de periodismo se refieren. ¿Se refieren al negocio en el cual las empresas comercializan con productos periodísticos para obtener beneficios, cosa legítima y necesaria? ¿Se refieren a la situación laboral que atravesamos los periodistas? ¿O tal vez hablan de la imagen romántica y demente que pintaron en Primera Plana Jack Lemmon y Walter Matthau? Es importante saber desde qué premisa partimos porque el análisis difiere y las conclusiones no digamos. Sostiene Maruja Torres: “El periodismo ha entrado en la hecatombre”. Manu Leguineche, durante la entrega del premio Reporteros de El Mundo, llegó a decir: “El periodismo ha muerto”. Julia Otero ha repetido esta misma frase varias veces en su programa de radio. Y Alma Guillermoprieto, la extraordinaria reportera mexicana, sentencia: “Siento que el oficio se está acabando”. Como ven, un panorama muy bonito y alentador para los jóvenes plumillas.
Estamos en un momento crucial del periodismo. De hecho, el periodismo siempre está en un momento crucial, pero ahora más. Las nuevas tecnologías apabullan, el papel deja de interesar y el cambio de modelo se convierte en incertidumbre. Todo ello regado con una buena dosis de falta de anunciantes y deudas por doquier. Quizá los periódicos, como los bancos o la gente, también han vivido por encima de sus posibilidades en los últimos años. Un ejemplo que me parece muy gráfico es, sin ir más lejos, la prensa de Guadalajara, capaz de mantener en el mercado un número de publicaciones que convierten en inflación lo que debería ser una oferta ajustada. Un medio local serio, competitivo, fuerte, siempre ha sido sinónimo de rentabilidad. Así crecieron las grandes cabeceras de la prensa regional española: Heraldo de Aragón (familia Yarza), Diario de Cádiz (los Joly), El Correo (los Bergareche) o incluso La Vanguardia (Godó). La mayoría de los periódicos regionales que se han consolidado siguen estando en manos de familias que han sabido conjugar los intereses empresariales con una estrategia de dirección controlada y racional. Sin lujos. Sin ideas de bombero. Sin necesidad de complicarse la vida. Creciendo poco a poco y sin transformaciones absurdas y estériles que no hacen sino engordar la agonía de un modelo desfasado. Dar el paso, cambiar a tiempo, resulta esencial para sobrevivir. A todos los niveles. Por eso las grandes cabeceras de la prensa andan como locos acoplando su oferta en el kiosco y en la Red. El Mundo acaba de acometer una remodelación que ha terminado por hacer más visible y completa su edición electrónica. Y El País ya ha formalizado la fusión de las redacciones de papel y digital. Son pasos en la dirección que marca la corriente actual del periodismo, que no es otra cosa que el reflejo de por dónde va la audiencia. Llegados a este punto, la reflexión que se hacen ahora mismo los empresarios de la comunicación es la que ha escrito varias veces Arcadi Espada: ¿Por qué el trasvase de anunciantes de la prensa escrita a la digital no circula a la misma velocidad que el trasvase de lectores? Quizá la respuesta determine el futuro empresarial y laboral de nuestro oficio.
El director del gratuito 20 Minutos, Arsenio Escolar, me dijo un día que el número de lectores de prensa diaria en España es casi idéntico al que había durante la 2ª República. Claro, con una notable diferencia: entonces la tasa de analfabetismo superaba el 50% de la población y ahora es casi testimonial. ¿Qué quiere decir esto? Que hay millones de españoles que han aprendido a leer, pero a los que no les interesa absolutamente nada la prensa. Y si no se venden periódicos, se eliminan puestos de trabajo y se cierran cabeceras. No recuerdo a qué compañero escuché decir que el único temor que está permitido en el periodismo es tener miedo al miedo. Cuando el miedo del periodista se transforma en presiones de la empresa, orientación ideológica, amenaza de despido y todas esas cosas que zarandean a esta profesión, entonces apaga y vámonos. ¿Conviene pensar en una situación idílica y esplendorosa donde no existan presiones ni manipulaciones? Estaría imbécil o demostraría una ingenuidad enternecedora si defendiera algo así. Lo que digo es que la prensa ha agotado un modelo de negocio que ha servido desde que Larra y otros maestros inventaran el periodismo moderno. Así que ahora, aunque sea con una crisis galopante, toca rascarse las neuronas e inventar otro sistema para seguir haciendo lo mismo de siempre: el periodista, periodismo; y la empresa, ganar dinero para sus accionistas. No nos enredemos en zarandajas. El que escriba bien lo seguirá haciendo, sea en internet o en papel. Y el medio que demuestre mayor audacia y capacidad para armonizar el periodismo clásico con el que se avecina se llevará el gato al agua. De momento, todo yace en pañales. Sólo está claro que, como en el libro de Cebrián, el futuro no es lo que era.