La conciencia del «gran farsante»

El escritor Francisco García Marquina publica “Retrato de Camilo José Cela”, la biografía total del último premio Nóbel español escrita desde el rigor y cuajada de confidencias fruto de la amistad personal que les unió.
Coincidiendo con el cuarto aniversario de la muerte del último premio Nóbel español, el escritor, biólogo y amigo personal que fue del protagonista, Francisco García Marquina, publica “Retrato de Camilo José Cela”. El título es escueto, pero el volumen alcanza las 621 páginas. La edición, sencilla pero muy manejable, se debe a la Universidad de Colorado y la distribución corre a cargo de la editorial alcarreña AACHE, siempre atenta a las buenas piezas. El libro es, en sí mismo, un verdadero monumento levantado en honor del novelista que renovó la narrativa española de posguerra. Se trata una semblanza completa y apabullante. La biografía total de don Camilo.
Nueva Alcarria, 26-01-06
Raúl Conde

Paco Marquina se convierte gracias a estas páginas, si no lo era ya con anterioridad, en la conciencia póstuma de alguien a quien él mismo llama “gran farsante”, por la constante lucha que mantuvo Cela durante su vida entre lo que decía, y lo que hacía. La teoría profunda que aborda el autor en este trabajo es la representación teatral en que convirtió Cela su propia existencia. No sólo en el terreno literario, que sería fácilmente entendible, sino también en su propia intimidad. Y hasta en sus amores. “Tenía grandes dotes de actor, entre ellas una voz poderosa, una excepcional capacidad paródica, sabia dosificación de la expectativa y la sorpresa, empatía con el auditorio y un gran sentido del espectáculo” (pág. 404). Hay un Cela que todos conocemos: el público, el grotesco, el ofensivo. Pero hay otro que apenas nadie se ha encargado de recoger, mucho más racional, reservado e incluso sentimental. Marquina lo hace en este libro, sencillamente antológico, y para ello se apoya en una prosa magnífica, impecable. Y, por cierto, que los lectores preparen dos ‘marcapáginas’, uno para seguir la lectura y otro para consultar, si lo desean, las 1.570 notas. Ojo al dato, que diría aquél.

Muchas caras

La imagen que ilustra la portada del libro es original del pintor Álvaro Delgado y se publicó por primera vez en el número 4 de la revista SIGLO XXI de Guadalajara, en septiembre de 2004. Es un cuadro extraordinario y misterioso. “Pretendo que el lector interesado por CJC pueda llegar a conocerlo no tanto como un escritor sino como un hombre que escribía”, confiesa Marquina en la introducción. El esbozo del artista, con un Cela en expresión huraña, la mano levantada, la papada prominente y con gafas de culo de vaso, acaso es el fiel reflejo de la imagen que proyectó el novelista gallego. Sin embargo, debajo del piélago exterior de un personaje público, caricaturizado hasta decir basta, subyace una personalidad que el propio Marquina la describe poliédrica. O sea, con muchas caras. Está el Cela escritor, con su impresionante obra novelística. Pero también el Cela que malvivió de colaboraciones a la prensa en la posguerra. El que deslumbró con La colmena y La familia de Pascual Duarte. El mochilero del Viaje a la Alcarria. El del apogeo, de la fama, del dinero. El marido infiel de Rosario Conde. El que acude a refugiarse con su novia Marina Castaño al molino de Caspueñas. El que recibe el Nóbel en un chalet de El Clavín. El que suelta exabruptos por televisión. El que abandona Guadalajara por mandato de su nueva mujer (una excelente actriz, según Marquina, con grandes dosis de interpretación). Y, por último, el Cela avejentado, barrigudo, un anciano preso del amor por una señora muchísimo más joven que él.

Su obra

Para intentar digerir una vida tan prolífica, García Marquina divide su libro en cinco partes: el gallego y su cuadrilla; Yo, Señor, no soy malo; el retablo de Don Cristobita; la vida en el tintero; la sima de las penúltimas inocencias. La obra se completa con un índice onomástico que incluye 815 entradas y una introducción, corta pero esclarecedora de los propósitos del autor: “presento como aval –escribe- no sólo el interés y dedicación con los que he estudiado su obra, sino el haber estado muy próximo a su persona y a su pensamiento a lo largo de sus últimos diecisiete años de vida”. Marquina ha rastreado bibliotecas y hemerotecas, páginas cargadas de referencias a Cela. Ha consultado con amigos y gentes que estuvieron cercanas al escritor, aunque no tanto como él mismo, y se ha valido de la opinión de críticos literarios expertos en la obra celiana para juzgar sus libros. Así, deja constancia del compromiso cultural de Cela plasmado en la edición de revistas como Papeles de Son Armadans (durante su larga estancia en Mallorca), el “mundo elemental y violento, sin medias tintas” que retrata en La familia de Pascual Duarte o el realismo sentimental que anida en las páginas del Viaje a la Alcarria, “un pequeño libro que se haría memorable y que ha quedado asociado de tal manera a esta región, que para conocerla hay que ponerse en el punto de vista del viajero repasando sus páginas” (págs. 66-67).

Guadalajara

Cela, de esto no queda ninguna duda, fue un titán de las letras. “Camilo José estudiaba poco, pero leía mucho y escribía versos” (pág. 29). Sin embargo, fruto de su lengua controvertida, se granjeó la enemistad de buena parte de los corrillos literarios (léase el capítulo en el que se narra su entrada a la Academia), de la prensa afín a los socialistas y de una parte de la sociedad española, incapaz de entender por qué un señor con tanta gloria literaria se rebajaba a simplezas lingüísticas o argumentos insultantes para convertirse en protagonista. ¿Qué tiene usted en contra de los homosexuales?, le preguntaron en una charla en Pontevedra a propósito del centenario de Lorca. “Contra los homosexuales no tengo nada, ni a favor ni en contra. Me limito a no tomar por culo”, respondió. “Camilo no tenía defectos, sino excesos” (pág. 269).

Lejos de las trifulcas, Cela encontró en Guadalajara, desde que se instaló en 1989, un remanso de paz y adoración. Se compró una finca en El Espinar y se empadronaron, él y Marina Castaño, en la capital de la provincia. Marquina subraya: “siempre mantuvo amistad con las gentes de Guadalajara. Era una relación a tres niveles: por una parte con sus antiguos amigos campesinos que conoció en su viaje a pie, por otra con las autoridades provinciales participando en actos culturales y sociales y recibiendo homenajes y, por último, con los poetas y escritores de la ciudad” (pág. 159).

De la censura al Nóbel

Una de las polémicas que siempre acompañó a Cela fue su relación con la política. En realidad, quizá no conviene ponerle paños calientes al asunto. Cela fue un delator de rojos y censor del régimen. Punto. Como dejó escrito Ortega y Gasset: al menos, no discutamos los datos. Otra cosa son las veleidades políticas del personaje, según Marquina, azotado por adoptar una posición “mesurada” tanto por la extrema izquierda como por la extrema derecha. Y otra cosa también son las circunstancias económicas en las que Cela se encontraba cuando aceptó el trabajo en “Censura de revistas” gracias a Juan Aparicio, Delegado Nacional de Prensa. “Ese puesto no era nada glorioso, sin llegar a infame” (pág. 51). Así se le presentó Cela según el relato de su biógrafo: “soy el mayor de un montón de hermanos, salgo de una tuberculosis que les ha costado muy cara a mis padres y tengo que ganarme la vida y colaborar en el mantenimiento de mi familia”. Cabe concluir que Cela no fue un ideólogo del viejo régimen ni tampoco un adepto propagandista. Sin embargo, no se significó especialmente ni a favor ni en contra, y eso equivale a tributar el peaje de la indiferencia que, dadas las circunstancias trágicas que entonces vivía España, puede que fuera peor que situarse en cualquiera de los dos bandos. “Entiéndase bien que la actividad ciudadana de Cela estaba al margen de una militancia política” (pág. 116).

Marquina, aunque sin obviar ningún detalle, cosa que se agradece, suaviza esta etapa de Cela para rebajar su grado de implicación con el franquismo. Lo cierto es que, a la vuelta de la democracia, el Rey le “jodió” una siesta para comunicarle una decisión: había sido elegido senador por designación real. ¿Cómo estás, Camilo?, le inquirió don Juan Carlos por teléfono. “Acojonado”, contestó el marqués de Iria Flavia. Después, en la década de los ochenta, llegaron los enfrentamientos con el Gobierno socialista. Ni el presidente González ni el ministro de Cultura, entonces Jorge Semprún, acudieron a Estocolmo para acompañarle en la concesión del más importante premio de las letras. Y después, ya en los noventa, coincidiendo con su declive profesional y humano, la derecha del Partido Popular supo aprovecharse de la figura consolidada de Cela y su influencia en ciertos sectores de la sociedad. Algunos de sus principales dirigentes acudieron al entierro del escritor, oficiado el 17 de enero de 2002.

El personaje

En todo caso, insistir en los vericuetos políticos del autor quizá consigue el efecto de laminar su obra. Marquina huye de este riesgo y se centra en su genio creativo y en sus rasgos. De esta forma, le califica de pudoroso, vagabundo, farsante, fabulador, un inadecuado ceremonioso con autoestima y confianza en sí, ambicioso, ordenado, disciplinado, trabajador y tenaz, minucioso y detallista, acaparador y fetichista, libre y rebelde, provocador, autor de “barbaridades (relativamente) graciosas”, sincero, combativo, estratega, amante del cachondeo y de comer jamón o lo que se terciara con sus amigos. El monstruo celiano es menos monstruo después de este trabajo soberbio de Marquina. Aquí no hay sensacionalismo, ni secretarios ni ex mujeres. Lo que hay es un compendio formidable del cortejo procesional del que el mismo Cela podía ser protagonista, figurante y hasta costalero.