Todo por Mahoma
EL PAÍS
7-02-2006
Como se preguntaba ayer un buen amigo periodista en el programa Hoy por Hoy, que dirige Carles Francino en la Cadena SER, está por ver si después de tantos años con aquel lema de «Todo por la Patria» grabado en el dintel de todos los cuarteles deberíamos ahora adoptar el de «Todo por las caricaturas». Hablamos de las 12 caricaturas publicadas el 30 de septiembre de 2005 en un diario danés de militancia xenófoba, el Jyllands-Posten, con el título de «los rostros de Mahoma» y que fueron reproducidas el 10 de enero pasado en la revista noruega Magazinet, de orientación cristiana evangélica. Unas caricaturas que han servido de fulminante para plantear toda clase de disparates políticos, ejercicios heroicos, desmesuras fanáticas y desasosiegos internacionales.
Coincidamos con Orwell cuando escribió, en el prólogo inicialmente no publicado a su novela Rebelión en la granja, que «si la libertad de expresión significa algo es precisamente el derecho a decirle a la gente lo que la gente no quiere oír». Recordemos que Orwell se estaba refiriendo al establishment de la izquierda comprometida en la lucha antifascista, donde había cundido una lealtad hacia la URSS bajo la cual «dudar de la sabiduría de Stalin era una especie de blasfemia». Su preocupación se centraba en el poder de la ortodoxia prevalente, en los portadores de la «corrección política» del momento, decididos a silenciar ideas impopulares para la causa. Los regímenes totalitarios siempre han apostado por la represión. Lenin se preguntó qué razón había para permitir la libertad de expresión y la libertad de prensa cuando las ideas son más letales que las armas. Hitler se preparó para otros horrores con la quema de libros, y la Inquisición le había precedido siglos antes por ese mismo camino. Todavía en 1832 el papa Gregorio XVI declaraba que la libertad de prensa era un «vómito herético».
Nada que objetar a don Quijote sobre las consideraciones a su escudero acerca del don de la libertad por el cual se puede y aún se debe arriesgar la vida. Pero antes de tomar ese riesgo en defensa de Jyllands-Posten y de sus caricaturas conviene examinar con detenimiento el caso. Veamos que aquello sobre lo que el periódico quería llamar la atención era la imposibilidad constatada por un autor de publicar un texto que los editores rechazaban en un ejercicio penoso de autocensura anticipando que sería mal considerado en ciertos ambientes islamistas. El diario hubiera podido asumir la denuncia pormenorizada de ese comportamiento y habríamos tenido que solidarizarnos con su actitud. Pero prefirió protagonizar la información, convertirse en sujeto de la misma con la publicación de las caricaturas, alinearse en suma con el proceder de Hearst cuando para diferenciarse de sus competidores de la prensa escrita proclamaba aquello de «los demás hablan, el Journal actúa».
Por esa senda del periodismo amarillo nuestro Hearst prefirió, por ejemplo, patrocinar la guerra de Cuba y participar en las operaciones navales con su yate artillado llegando a hacer prisioneros españoles antes que limitarse a informar de los hechos. El amarillismo es una opción que sólo debe quedar sometida a las leyes comunes, pero su práctica en absoluto obliga a que todos nos sintamos encadenados para acompañar cada uno de sus desafíos. En cuanto a la suerte de las libertades, es incomprensible que Vargas Llosa sólo haya responsabilizado a la izquierda como si fuera responsable en exclusiva cuando atañe a toda la ciudadanía. Tampoco se entiende que acuse de arrodillarse con indignidad a Europa cuando el genuflexo ha sido el presidente Bush y quien se ha mantenido en pie el primer ministro de Dinamarca.
Cualquiera podría sostener otro orden de prioridades que antepusiera la oposición a la lapidación de las adúlteras o a la ablación del clítoris al asunto que ahora nos ocupa. Como también cabe aceptar la libertad de manifestación de los creyentes pero en absoluto que profieran amenazas contra las personas o los bienes. Garantía que debe ser exigida a los Gobiernos de los países de religión musulmana que hasta ahora han preferido sumarse a la bulla para encubrir otros hechos, como el de mantener encarcelados en sus prisiones a muchos caricaturistas que en lugar de a Mahoma les satirizan a ellos.