Un hombre bueno
Hay un verso de Blas de Otero que advierte: “Si me muero, que me mueran antes/ de abriros el balcón de par en par./ Un niño, acaso un niño, está mirándome el pecho de cristal”. Siempre me ha parecido un ejercicio demasiado árido escribir de alguien que ya no está. Alguien que tienes presente, pero que no puede estar presente. Alguien a quien recuerdas pleno de vida y de vitalismo, que no son sinónimos. Escribir de los ausentes causa respeto. Y tristeza, aunque refuerza su recuerdo. Los clásicos del periodismo sostienen que si algún sentido tiene nuestro oficio es el de rescatar del anonimato a gente que ha hecho cosas. Escribir de un ausente próximo, cercano, aumenta la sensación de angustia. Pero también tonifica. Acompaña. Alivia algo. Ha muerto un amigo. Un amigo generoso y extrovertido. De Labordeta solía decir que era un tío auténtico. Le gustaban los tíos auténticos, aquellos que no tienen dobleces ni miran por encima del hombro. Buscaba émulos porque él también era un tipo auténtico, sin dobleces y humilde. Ha muerto un amigo, y además padre de tres amigos a los que quiero y respeto desde que éramos críos. Hace unos días leí una entrevista a Mariano Barbacid, oncólogo reputado. “Tenemos que acostumbrarnos a convivir con el cáncer”. Eso dijo. Pues yo no puedo. Es más: no sé hacerlo. Ignoro cómo se convive con un monstruo al que pretendes combatir. Goethe dejó escrito que una vida sin propósito es una muerte prematura. Mi amigo ha muerto con las ideas claras, el compromiso recto y el corazón rebosante de afecto. Cuando llegué a Madrid, me trató como a un hijo. Y eso es algo impagable porque la familia se impone y los amigos se eligen. Es de suponer que aquellos que nos ganamos la vida destripando noticias no podemos dudar ante un folio en blanco. Resulta que cuando tienes que llorar a un amigo, el folio se convierte en una lápida indeseable, en un lugar macilento, en una estación sin andén. Y entonces acabas juntando unas letras que sólo sirven de adobo, pero que no consuelan ni desagravian los daños del destino. El cáncer es un enemigo jodido. Opera con sigilo y actúa sin misericordia. Quizá lo complicado en estos casos no es estar enfermo, sino estar enfermo y saber que la salida es casi una utopía. Ha muerto un amigo y no sé qué decir. Contaría su bondad, su capacidad de trabajo en un mercado, su tesón para sacar adelante sus propósitos, pero casi no tengo fuerzas. Contaría su ideología, su coherencia, su frescura de pensamiento, pero son palabras etéreas que ya no resuelven nada. Contaría que fue un “bolo” amante de la Sierra de Guadalajara, de las tradiciones, del valor de aquellas pequeñas cosas. Contaría que espero haberme contagiado de su terquedad. Contaría que se emocionaba con Serrat y que leía El País y Diario 16. Contaría que escuchaba la radio y pensaba las cosas antes de decirlas, y decía muchas. Contaría, como Machado, que mi amigo fue, en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno.