Periodistas

5 enero 2006

Lorenzo Gomis

La Vanguardia

Un funeral de portada

ROGER JIMÉNEZ – 04/01/2006 – 12.09 horas

Cuando la escritora Gertrude Stein se encontraba en su lecho de muerte, uno de sus amigos aproximó los labios a su oído y le preguntó: “¿Cuál es la respuesta?” Tras unos breves segundos, ella musitó: “¿Cuál es la pregunta?”

Hemos despedido a Lorenzo Gomis, una excelente persona, y este es el mejor epitafio que se le puede dedicar. A estas horas, nuestro buen amigo habrá recibido respuesta a las preguntas que sin duda se formularía camino de la ciudad del adiós y las estará meditando con su distintiva y serena ironía. La filosofía, solía decir, busca la última verdad; la ironía, la penúltima. Del mismo modo que la vida no desvela los secretos de la muerte, la muerte no revela los secretos de la vida.

Fue un funeral de portada, digno del patriarca del periodismo que nos ha dejado, pero no parecía un acontecimiento fúnebre. Lorenzo Gomis legó a sus incontables amigos el sentido de integrarse en la existencia con normalidad hasta el último momento. No se fue apagando poco a poco ni retirándose de este mundo de manera gradual, más bien siempre parecía preparado para afrontar el desenlace y hacer las paces con todos, un gesto que nunca le costó esfuerzo alguno.

Fernando Krahn, el genial dibujante que ilustró durante tantos años los artículos de Lorenzo, asistió al funeral con expresión de incredulidad. Se había compenetrado tanto con el pensamiento del escritor que se siente particularmente solo. Gomis cabalgando a lomos de un ciervo que vuela entre nubes mientras va arrojando sus cuartillas al espacio fue su grandioso y emotivo homenaje el pasado lunes en las páginas de “La Vanguardia”. Roser Bofill, la viuda de Lorenzo, se fundió con él en un abrazo agradecido.

Uno de los talentos más estimables y menos estimados es el que permite a las personas percibir la calidad, posibilidades, coherencia y profundidad de los otros. El maestro de la cotidiano encontró en Krahn a un fiel exponente del humor inteligente hasta formar los dos una espléndida criatura de dos cabezas capaz de transformar las escenas habituales en metafísicas y de retratar la condición humana en episodios protagonizados por las personas de nuestro entorno. Su trabajo se ha convertido en verdaderos tratados que ennoblecen las hemerotecas.

Decía Víctor Hugo que con la ironía comienza la libertad y con ella podemos combatir mejor la sinrazón. Es mucho más subversiva que el sarcasmo, pero no todos están capacitados para su empleo oral o escrito. Cuentan que a san Buenaventura le concedieron permiso para seguir escribiendo después de la muerte. La publicación de la obra periodística de Gomis-Krahn en un libro sería celebrada como la gran noticia que nos permitiría seguir disfrutando de su lectura y acompañamiento visual.

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LORENZO GOMIS. In memóriam

Adiós a un amigo

De todos sus cometidos periodísticos, me quedo con su labor editorialista de ‘La Vanguardia’

CARLOS SENTÍS – 03/01/2006

En una vejez prolongada aparecen demasiadas ocasiones de despedir a amigos y compañeros. Mi adiós al compañero Lorenzo Gomis reviste menos actualidad que los saludos de despedida publicados en este mismo diario ayer. Pero la muerte carece de actualidad. La posteridad se sabe cuando empieza, pero no tiene fin. A decir verdad, Lorenzo Gomis ha jugado con el factor tiempo. Le vino la muerte «tan callando», como en la elegía de Jorge Manrique, el último día del 2005, pero ya tenía escrito el artículo que ha aparecido, como debía, el primer lunes del 2006. Su muerte física es del año pasado, pero su vida espiritual, además de la religiosa, se plasma en el año que acaba de comenzar.

Otros compañeros han registrado los distintos aspectos biográficos de Lorenzo Gomis, que van desde su poesía, enlazada con la revista El Ciervo que, con su mujer, Rosario Bofill, fundó en 1951, a las tareas periodísticas más diversas. Poesía en prosa y también filosófica.

De todos sus cometidos periodísticos, me quedo con su labor editorialista de La Vanguardia durante largo tiempo y en diversos periodos. Las notas llamadas editoriales, que no van firmadas, no dan a su autor predicamento fuera de la redacción, pero constituyen una prueba inequívoca de calidad. Quizá no tanto en periódicos adscritos a grupos o partidos políticos, que tienen ya definido de antemano su pensamiento. Pero, en cambio, para periódicos de información independiente, como porfía ser La Vanguardia, las editoriales son especialmente comprometidas. Tienen que reflejar una línea de pensamiento amplio y expresarse con ponderación y agudeza.

He ahí dos de las cualidades que atesoraba Lorenzo Gomis, vívido ejemplar de un estilo que algunos han llamado catalán porque si antes de la guerra se manifestó de una manera excelente en Mirador, después de ella luchó por salir adelante en las páginas de Destino, semanario en el cual empezó a escribir Lorenzo y donde le conocí.

Al margen de la fecha de su fallecimiento y coincidiendo casi con su jubilación profesional, escribí estas palabras: «A diferencia de las personas, las plumas no se jubilan. Y en vez de plantarse con los méritos adquiridos, Lorenzo Gomis escribe cada semana, lo que significa jugarse a una carta los puntos atesorados. Quisiera señalar, además, otros aspectos: la dedicación no solamente profesoral y universitaria a la enseñanza, sino su prestación al colectivo periodístico. Fue presidente de la Asociación de la Prensa de Barcelona en difíciles momentos y más tarde se le eligió para presidir el Consell de la Informació de Catalunya, que formula las recomendaciones del Código Deontológico, creado por el Collegi de Periodistes de Catalunya.

La ética profesional de Lorenzo Gomis no se limitó al ámbito de La Vanguardia, sino que, como se acaba de apuntar, fue reconocida por la representación periodística institucional de Catalunya.

Últimamente Lorenzo Gomis se ocupaba en sus artículos del lunes -ilustrados por Fernando Krahn- de lo que algunos podrían llamar pequeñeces. No hay nada menudo en la buena literatura. Y Lorenzo reflejaba en sus crónicas la vida cotidiana de su entorno -su barrio de la calle Balmes- así como los pensamientos y decires de sus nietos. Con ello se descubría una información difícil de recabar: la manera de pensar y actuar de unos niños que pronto ocuparán el lugar de sus mayores. Su último artículo, por consiguiente, pertenece a la antología, pero conserva actualidad.

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Un sabio de Pelayo

EUSEBIO VAL – 03/01/2006 – 10.23 horas

Colegas más autorizados han glosado ya la figura de Lorenzo Gomis, pero siento la necesidad de aportar mi modesta contribución desde esta columna digital. Cuando entré a trabajar en ‘La Vanguardia’, hace casi veinte años, me impresionó el grupo de hombres sabios, la mayoría humildes y muy accesibles, que trabajaban en la entrañable redacción de la calle Pelayo. Era un privilegio estar tan cerca de personas como Manuel Ibáñez Escofet, Jaime Arias, Horacio Sáenz Guerrero, Carlos Nadal, José Casán y Lorenzo Gomis. A Carlos Sentís lo conocí después, pero desde entonces mi encuentro de cada verano con él y su familia en Calella de Palafrugell es un momento muy especial de las vacaciones.

Con algunos de estos maestros del periodismo tuve –y tengo la suerte de mantener- una relación más estrecha. Otros, por desgracia, ya nos abandonaron. Su ejemplo ha sido una inspiración profesional y vital muy valiosa. A Lorenzo lo observaba y admiraba a distancia durante aquellos años de Pelayo. A veces se acercaba a la sección de Internacional para preguntar algo. Siempre sonreía. De entre el resto de sabios, era quien más lo parecía, por porte y estilo.

Años después, durante mi etapa de corresponsal en Berlín, Lorenzo, su esposa Roser Bofill y una pareja de amigos visitaron la ciudad. Tuvo la amabilidad de informarme del viaje y se mostró interesado en vernos. Ejercí de anfitrión durante un día. Les acompañé en coche hasta un segmento de muro, recorrimos el centro del antiguo Berlín oriental y comimos en un local en la Friedrichstrasse. Lo vi como un hombre muy sencillo, curioso pero sin atosigarte a preguntas, sin querer demostrar nunca que sabía más que su interlocutor. A raíz de ese encuentro, me pidió un par de colaboraciones para ‘El Ciervo’ que gustosamente le envié.

Hace poco más de un año, en diciembre del 2004, comprobé, y me honró mucho, que le había inspirado uno de sus artículos de los lunes. ‘Soy de una especie en extinción’, se titulaba. Recordaba una reciente crónica mía sobre el declive de los informativos en las grandes cadenas de televisión estadounidenses. En ella citaba a una vecina mía, la octogenaria Caroline Hass, que pertenece a la menguante generación fiel a los telediarios vespertinos. A Lorenzo, siempre tan sensible con los detalles humanos, le debió gustar que personalizase la información y se sintió indirectamente aludido. Era una pieza deliciosa.

Una de las lecciones de Lorenzo, que todos deberíamos aplicar, es que los lectores agradecen mucho que escribamos de lo aparentemente banal, lo muy cercano y cotidiano, sobre la experiencia personal, en un ejercicio minimalista para explicar la realidad. También lo hacía Alistair Cook, el legendario corresponsal de la BBC en EE.UU., con su ‘Letter from America’.

A quienes nos toca navegar en el transatlántico de ‘La Vanguardia’ –parafraseando a Sáenz Guerrero-, uno de los principales legados de Lorenzo Gomis será un modelo de ponderación y equilibrio. Encarnaba la quintaesencia del llamado ‘estilo Vanguardia’, en su mejor sentido. Era un editorialista casi perfecto. Sabía conectar como nadie con el sentido común medio, con el ‘seny’ de la mayoría de lectores del diario, un ejercicio nada fácil. Quedan pocos maestros como él y es una tragedia cuando uno se va. Gracias, Lorenzo.

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Gomis, en columna

FRANCESC-MARC ÁLVARO – 03/01/2006

Una de las piezas más inteligentes que se escribieron sobre el desastre ecológico y político del Prestige fue un artículo de Lorenzo Gomis publicado en La Vanguardia hace casi tres años, el 6 de enero del 2003. Se titulaba «¿Y si tuviera razón Apostolos Manguras?» y en él se destacaba la poca atención prestada a la versión de los hechos que explicaba el capitán del barco que, cargado de fuel, se partió en dos ante las costas gallegas. Gomis, con su habitual finura, ponía en evidencia el sinsentido de investigar si Manguras había obedecido o no las órdenes de las autoridades marítimas españolas en vez de establecer si el capitán, entonces en prisión preventiva, tenía razón cuando se opuso a que su nave fuera remolcada a alta mar. El periodista, que falleció el sábado en su casa de Barcelona, tenía una capacidad especial para ir más allá de la espuma de los acontecimientos. Nos hizo pensar de manera nueva sobre el caso Prestige y sobre decenas de cosas.

Hay periodistas que son dominados por el ruido de las novedades y periodistas que saben dominar la madeja de datos y declaraciones hasta dar con la música de una noticia. Gomis era de los segundos. Por eso sus columnas y artículos ofrecían siempre, sin imponerla, una idea que el lector debía considerar. Fue poeta, periodista, profesor, pero yo le veo, antes que nada, como un gran argumentador o razonador. Argumentar bien fue su lección profesional y moral. Uno no estaba siempre de acuerdo con sus argumentos, pero siempre interesaba cómo los exponía y, sobre todo, los caminos que abría al hacerlo. A partir de cualquier anécdota, de la agenda pública o de su entorno familiar, Gomis ponía en marcha la máquina de argumentar. Una argumentación que tenía la virtud de la amenidad y que nunca olvidó que el lector es un amigo y un cliente.

Escribió Gomis que «una columna es un vicio». Definición exacta de un columnista sin impostura que redactó también miles de editoriales anónimos. Por haber transitado tanto las cocinas modestas de la literatura de urgencia, no confundió nunca la voz personal con la expansión gratuita del ego y fue fiel a esa advertencia del inglés Paul Jonson: «La vanidad es el pecado capital del columnista». Lo importante no es la vida del escritor de periódicos sino su mirada comprometida sobre los acontecimientos. El maestro lo practicó y confirmó así que no hay novela más apasionante que la que ofrecen los diarios, en los grandes titulares de portada y en esas esquinas de página par donde surge el tesoro inesperado. Aunque ya nos avisó, por si acaso, de que «la primavera no es noticia porque la belleza no es noticia».

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La Terraza

Lorenzo Gomis

JOAN DE SAGARRA –
La Vanguardia 08/01/2006

A mí me llena de orgullo y me emociona que el último artículo de Lorenzo Gomis haya sido un artículo sobre su barrio

Este fin de año nos ha traído dos desagradables noticias, dos muertes: el 28 de diciembre fallecía el pintor Juan Hernández Pijuan, y tres días después, el periodista Lorenzo Gomis. Juan Hernández, Juanin para los amigos, era hijo de José María Hernández Pardos, que fue mi primer director en El Noticiero Universal, y en cuya redacción conocí a Juanin. Don José María era todo un caballero y Juanin hacía honor a su padre. De don José María tengo una anécdota que he contado en más de una ocasión y que a Juanin le encantaba. En El Noticiero yo empecé escribiendo artículos sobre teatro, artículos que llamaron la atención de Manuel Ibáñez Escofet, a la sazón subdirector de El Correo Catalán,quien me ofreció la crítica teatral de aquel diario, en sustitución de José

María Junyent (el tío de mi amigo y compañero Miquel Roca), que se jubilaba. Cuando le hablé de la oferta de Ibáñez Escofet a don José María, éste me dijo que no melo pensara ni un instante, que la aceptase, y luego añadió: «Y para celebrarlo te invito a almorzar en el Amaya». A Juanin le hacía mucha gracia y se sentía orgulloso de ese gesto, francamente insólito en nuestro mundo periodístico, de su padre hacia un chico que empezaba, prácticamente un desconocido. Juanin también era un caballero y un buen amigo. Era uno de los personajes de mi barrio, coincidíamos a veces en la pescadería de la señora Paquita. Y en los toros. Juanin era un gran aficionado a los toros. Le voy a echar de menos en la Monumental.

De Lorenzo Gomis, los lectores de La Vanguardia saben casi tanto como yo gracias a sus personales, amables e inteligentes artículos que publicaba los lunes en este diario. Hace un par de años, cuando empecé a publicar mis terrazas en La Vanguardia,Lorenzo Gomis tuvo la gentileza de dedicarme un elogioso artículo de bienvenida: Sagarra en su terraza.Un artículo que le agradecí muy sinceramente, no sólo por venir de quien venía, un maestro de periodistas, sino también porque me daba confianza en mi trabajo, algo de lo que estamos necesitados cuando afrontamos un público nuevo, unos lectores que nos son desconocidos, que no sabemos cómo van a reaccionar ante lo que escribes, si te aceptarán o te rechazarán.

En aquel artículo, Gomis recordaba una conversación que habíamos tenido en El Ciervo entre Josep Maria Espinàs, José Martí Gómez, el propio Gomis y un servidor. Gomis mencionaba lo que yo les había contado en aquella conversación que mantuvimos sobre el arte de escribir artículos. Decía que en los años cincuenta, leyendo el Bloc-notes de François Mauriac (para mí mejor periodista que novelista), yo había aprendido que «el camino más corto para llegar al lector pasa por uno mismo». Y escribía: «Es una paradoja sorprendente y repetida. César González Ruano contaba que sus primeros directores no se cansaban de decirle: ´Lo que le pasa a usted no interesa a nadie´. Y sin embargo, él había comprobado que eso era precisamente lo que al parecer les interesaba a los lectores». Y eso es lo que nos ocurre con Sagarra, decía Gomis, y acto seguido hablaba con gran simpatía de mi condición, reivindicada en más de una ocasión, de periodista de barrio, de barcelonés de barrio, de europeo de barrio. De mi barrio, el de mi Barcelona, el de mi París, el de mi Nápoles, o de mi Budapest. Y lo curioso es que el último artículo de Lorenzo Gomis, que se publicó en este diario a los dos días de su muerte, se titulaba precisamente El descubrimiento del barrio,en el que hablaba de su barrio, de cómo había vivido su barrio, recorriéndolo a pie, durante las pasadas Navidades. A mí me llena de orgullo y me emociona que el último artículo de Lorenzo Gomis haya sido un artículo sobre su barrio.

Tengo varias razones para estarle infinitamente agradecido a Lorenzo Gomis, pero hay una que para mí es muy especial y que no he contado nunca. Ocurrió poco después de la muerte del general Franco. Yo escribía entonces en El Noticiero Universal (no el de Hernández Pardos sino el de Manuel Tarín), un artículo diario. El periódico era del alcalde Porcioles y allí me encontraba yo con un hijo suyo, que se llamaba José María, igual que su padre, y que no se cansaba de repetirme que «Franco no ha muerto». El clima en aquella redacción era bastante tenso y a mí se me hacía difícil seguir trabajando allí. Además, tenía pendiente una querella que me había puesto el señor Blas Piñar, por injurias y calumnias (había hecho broma en un artículo de un atraco que perpetraron en su notaría), y el periódico me había encomendado al abogado Luis Pascual Estivill (que luego se haría tristemente famoso) y la cosa no pintaba nada bien (suerte que, como en otras ocasiones, más tarde me sacaría del apuro mi querido catedrático don Octavio Pérez Vitoria). Tenía que marcharme. Pero ¿adónde? Tras estudiar el panorama, decidí llamar a la puerta de El Correo Catalán,que a la sazón dirigía Lorenzo Gomis.

Gomis me citó en su despacho y la entrevista fue de la siguiente manera. Empecé contándole la querella que tenía pendiente con Blas Piñar, amén de las amenazas que recibía casi a diario de un grupo de falangistas y españoles honrados de partirme la cara a bofetadas, en el mejor de los casos. «Como puedes ver, Llorenç, no soy ninguna ganga», le dije. Luego le conté como diez años antes me habían echado de El Correo Catalán.Siendo crítico teatral de aquel diario, había cometido la imperdonable tontería de herir, durante la discusión de unos premios teatrales, la sensibilidad de don Antonio Martínez Tomás, crítico teatral de La Vanguardia (al que, lo que son las cosas, luego sustituiría en dicho puesto) y presidente de la Asociación de la Prensa, franquista. Total, que los señores Jose María Junyent, Luis Marsillach (el padre de Adolfo) y Antonio de Armenteras se fueron a El Correo Catalán a pedir mi cabeza al director, Andreu Roselló i Pàmies. Dijeron, según me contó el propio director, que yo era un indeseable y que encima no tenía carnet (de periodista; sigo sin tenerlo). Y el bueno de Roselló no tuvo más remedio que ofrecerles mi cabeza (a pesar de los esfuerzos que hizo Ibáñez Escofet por disuadirle).

Pero eso no era todo. Faltaba lo peor. Le dije a Gomis, cosa que él no ignoraba, que yo era el autor de aquel famoso artículo publicado en el mes de mayo de 1975 en Mundo Diario contra Jordi Pujol y que empezaba así: «Felicidades, banquero. Sí, ya sé que no te hace demasiada gracia que te llamen banquero, pero lo eres, y como tal mereces ser felicitado. Y como político, también. Tu última hazaña, como político y banquero, es, no lo dudes, de las que no se olvidan. Ni se olvidarán, tenlo por seguro». La hazaña en cuestión era la dimisión-defenestración de Néstor Luján como director adjunto de Destino.Pues bien, se daba la casualidad de que el banquero Jordi Pujol era, en aquel momento, el dueño de El Correo Catalán.»Como puedes ver, querido Llorenç no te lo pongo nada fácil», le dije.

Gomis escuchaba sin hacer el menor comentario. El pasado martes, en la tertulia matinal de Catalunya Ràdio, Lluís Foix, hablando de su compañero Lorenzo Gomis, tuvo una expresión que me hizo mucha gracia. «No era cap saltimbanqui», dijo Foix. Pues bien, yo me presenté ante el director de El Correo Catalán no sólo como un saltimbanqui, sino como un auténtico saltataulells del periodismo (al menos eso era lo que pensaban de mí una serie de respetables personas). Así se lo dije a Gomis: «Sóc un saltataulells». Y dicho esto, le dije que ambos habíamos ido al mismo colegio, a San Ignacio, a los jesuitas de Sarrià. Él, de la promoción del 42, con Federico Correa, Paco Sitjà Principe y José Antonio Montobio Jover, mis amigos. Yo de la del 56. Le dije que era lector de El Ciervo, desde su aparición, en 1951 (lo compraba en el quiosco de la Avenida de la Luz), y que me sabía de memoria tal y cual poema (le recité un par) de su libro El caballo (que Gomis le había mandado, dedicado, a mi padre), con el que había ganado el premio Adonais. Le dije que no le fallaría. Que si no le gustaba un artículo, le escribiría otro, pero que no me censurase ninguno (jamás lo hizo), como me habían hecho antes (y seguirían haciéndome después). Le dije, una vez más, que no se lo ponía nada fácil, pero que no tenía otra solución.

Me sonrió, me estrechó la mano y me dijo que ya me llamaría. Y al cabo de una semana empezaba yo a publicar mi columna diaria en El Correo Catalán.Y unos meses después me nombraban miembro del consejo de redacción por decisión del director. ¿Cómo se lo hizo Gomis para que me aceptara el banquero Pujol? No lo sé. Pero le estoy y le estaré siempre muy agradecido.