Julián Marías
(Valladolid, 1914-Madrid, 2005)
Julián Marías, referente del pensamiento español del siglo XX
Actualizado jueves 15/12/2005 14:53 (CET)
EFE | ELMUNDO.ES
MADRID.- El filósofo y escritor Julián Marías, alumno y continuador de la obra filosófica de José Ortega y Gasset y Xavier Zubiri, ha muerto en Madrid a los 91 años. Casado con Dolores Franco desde 1941, tuvo cuatro hijos, entre ellos el novelista Javier Marías.
Nacido en Valladolid en 1914, a los cinco años se traslada a Madrid y ya en la adolescencia conoce la obra de José Ortega y Gasset, quien sería su maestro en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense. Tras el amargo episodio de la Guerra Civil, donde fue encarcelado e incluso pudo ser fusilado, en 1948 fundó con su maestro el Instituto de Humanidades y lo que años después él mismo denominó Escuela de Madrid.
Su amistad con Ortega le ganó fuertes discrepancias con el franquismo. A comienzos de la década de los 50 comenzó a viajar como profesor invitado a las Universidades estadounidenses de California, Harvard o Yale.
En 1964 ingresó en la Real Academia de la Lengua, donde ocupaba el sillón ‘S’ y desde 1976 fue elegido senador por designación real durante los sucesivos gobiernos democráticos, aunque según decía sólo se había sentido a gusto en la época de Adolfo Suárez.
Autor de 60 libros, entre su producción descollan varios clásicos como ‘Historia de la Filosofía’ (1940), que conoció más de 40 reediciones, ‘Ortega: Circunstancia y vocación (1958)’, ‘España inteligible’ (1985), donde abordaba las esencias españolas y negaba la existencia de otras naciones dentro de ella, ‘La educación sentimental’ (1992) o el ‘Tratado de lo mejor. La moral y las formas de la vida’ (1995), en el que hace un recorrido por la desorientación moral de la época actual.
Gran aficionado al cine, durante muchos años destacó también en la labor periodística, sobre todo en en sus asiduas colaboraciones en el diario ABC. En 1996 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades junto con el periodista italiano Indro Montanelli.
En los últimos años, Marías había manifestado su decepción porque «la filosofía se haya abandonado». «Hasta en Alemania, que era un país con una interesante trayectoria filosófica, se ha perdido la vocación por la filosofía. Y eso que la sociedad contemporánea la necesita más que nunca», decía. Por eso, asumía, con cierto sentido del humor, que «los filósofos somos cuatro gatos sin ninguna importancia social».
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Discípulo de Ortega y Gasset
Muere Julián Marías, el filósofo que protegió la llama del pensamiento liberal en el siglo XX
Julián Marías, filósofo, académico, ensayista y colaborador asiduo de ABC, falleció en Madrid a los 91 años víctima de una enfermedad cardiovascular
ABC
MADRID. Julián Marías hizo suya la frase de José Ortega y Gasset, de quien fue su mejor discípulo, de que la claridad es la cortesía del filósofo. Y así, valiéndose de una vocación temprana, vertebró sus ideas en torno a la defensa de la libertad y a una inagotable preocupación por la condición humana.
Filósofo, sociólogo y ensayista, Julián Marías nació en Valladolid el 17 de junio de 1914. A los cinco años se traladó a Madrid con su familia, ciudad en la que estudió el Bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros y la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense, por la que se licenció y posteriormente obtuvo el doctorado. «En mi casa -decía él mismo- recibí una actitud de respeto y de interés por el pensamiento y la literatura, pero con la Filosofía no tropecé hasta que entré en la Universidad».
Modelo intelectual
En efecto, su propósito era cursar estudios científicos, pero a los dieciséis años sintió una gran preocupación por las cuestiones esenciales y una irrefrenable atracción por la literatura y la historia. De esta manera, improvisó el Bachillerato de Letras, compaginando su aprendizaje en el laboratorio de Biología con las clases de Introducción a la Filosofía de Zubiri, el hombre que le puso en contacto con los grandes pensadores clásicos: Aristóteles, Platón, San Agustín o Descartes.
A los dieciocho años conoció a José Ortega y Gasset, a cuya cátedra de Metafísica acudía diariamente con apasionado interés. Su maestro constituyó para él «un modelo de intensidad intelectual, de un rigor de pensamiento, de una belleza de expresión, que nos parecía la forma más perfecta que se podía alcanzar». Con él fundó en 1948 el Instituto de Humanidades de Madrid, del que Marías fue director.
La idea de la autenticidad, verdadera esencia de su pensamiento, se vislumbra ya en sus primeras publicaciones del año 34 en la revista «Cruz y Raya». Su primer libro, «Historia de la Filosofía», apareció en 1941. En él proclama su absoluta e irrenunciable fidelidad a los principios intelectuales de Ortega y Gasset. «Lo hice a sabiendas, con plena conciencia y desde entonces me dediqué a organizar una modesta vida privada, cuyo principio se podía resumir en decir con frecuencia no».
Vendrían después obras como «Introducción a la Filosofía», «Filosofía española actual», «Ortega y la idea de la razón vital», «El método histórico de las generaciones», «La escolástica en su mundo y el nuestro», «Antropología Metafísica» y «Breve tratado de la ilusión».
Encarcelado por una falsa acusación
Tras el paréntesis de la Guerra Civil -en la que fue encarcelado durante tres meses por una falsa acusación y liberado en agosto de 1939- tuvo dificultades para publicar sus artículos y se le impidió impartir clases como profesor de Filosofía y Letras. A principios de los cincuenta y tras ser «vetado» para acceder a la cátedra que Ortega dejó vacante, Marías impartió cursos como profesor invitado en las Universidades norteamericanas de California, Harvard, Yale y Puerto Rico, entre otras muchas. Como conferenciante expuso su pensamiento en los más importantes centros culturales del mundo, al tiempo que reflexionaba sobre la actualidad desde las páginas de ABC, del que ha sido uno de sus más asiduos y fieles colaboradores.
En octubre de 1964 fue elegido miembro de número de la Real Academia Española, para ocupar el sillon «S», que había dejado vacante Wenceslao Fernández-Florez. Ocho meses después, el 20 de junio de 1965, leyó su discurso de ingreso sobre «La realidad historica y social del uso lingüístico», que fue contestado por Rafael Lapesa. Su gran amigo Pedro Laín Entralgo solía referirse a Marías en su triple condición de maestro de la libertad, pensador de la circunstancia y escritor de casta, «que viene enseñando a los españoles a vivir como hombres libres».
En 1931 conoció en la Universidad a la que sería su mujer desde 1941, Dolores Franco Manera, con quien tuvo cuatro hijos: Miguel, Fernando, Javier y Álvaro. «Mi mujer fue lo más importante de mi vida. Con su muerte desapareció mi proyecto vital de tantos años, lo que le había dado su sentido. Yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa». Esta frase, tantas veces repetida tras el fallecimiento de su esposa en 1977, mostraba su desesperación ante esta desaparición de la que sólo le consolaba su convencimiento de que la vida no termina con la muerte: «Si así fuera, la felicidad sería un engaño».
De hecho, una de sus mayores satisfacciones fue la presentación en 1998 de la cuarta edición de «España como preocupación», escrito por Dolores Franco. El libro reflexiona sobre el ser de España a través de lo que de ella dijeron nuestros grandes escritores, desde Cervantes hasta Ortega, haciendo especial referencia a los hombres del 98. Marías aseguró entonces que tenía especial interés en que esta obra se reeditara para que la lean los jóvenes en una época «en la que se está haciendo la caricatura de la historia española de este siglo; una caricatura vergonzosa, una calumnia de España».
En 1971 fue elegido correspondiente de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico. Fue además miembro de la «Hispanic Society of America», de Nueva York; del «Institut International de Philosophie», de la «International Society for the History of Idees», y del «Council of Scholars» de la Biblioteca del Congreso de Washington.
Senador real
El 15 de junio de 1977 Don Juan Carlos le nombró senador real y en enero de 1979 fue elegido presidente de la Fundación de Estudios Sociológicos (FUNDES). En el verano de 1980 fue nombrado catedrático «honoris causa» por la Universidad de la ciudad de Buenos Aires y cinco meses después tomó posesión de la recién creada cátedra «José Ortega y Gasset de Filosofía Española», de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. En diciembre de 1982, Julián Marías fue el primer intelectual en lengua castellana nombrado miembro del Consejo Internacional Pontificio para la Cultura, creado por el Papa Juan Pablo II.
De su imprescindible bibliografía -es autor de más de cincuenta libros- cabe citar los siguientes títulos: «Introducción a la Filosofía», «Historia de la Filosofía», «Nuevos ensayos de Filosofía», «La Escolástica en su mundo y en el nuestro», «Estructura social», «Ortega y la idea de la razón vital», «El existencialismo en España», «Idea de la Metafísica», «Biografía de la Filosofía», «Ortega, circunstancias y vocación», «Nuestra Andalucía», «La España real», «La devolución de España», «Método histórico de las generaciones», «Los españoles», «La imagen de la vida humana», «El oficio del pensamiento», «Justicia social y otras injusticias», «La mujer en el siglo XX», «Cinco años de España», «Problemas del Cristianismo», y «Ser español», entre otros.
Libro de memorias
En diciembre de 1988 presentó el primer tomo de sus memorias, «Una vida presente», que recoge su vida de 1914 a 1951 y que definió como «una narración vital que pretende poseer la vida y comunicarla, y un compendio de gratitudes». En 1989 completó las memorias con la publicación de otros dos volúmenes. Entre los galardones que ha recibido destacan el premio Fastenrath por «Miguel de Unamuno»; el Kennedy del Instituto de Estudios Norteamericanos, de Barcelona; el Juan Palomo por «Antropología metafísica», el Gulbeenkian de Ensayo, el de la Academia del Mundo Latino; el Ramón Godó de Periodismo, el León Felipe de Artículos Periodísticos, el del Colegio Oficial de Farmaceúticos de Madrid y el Mariano de Cavia, que recibió en 1985 por su artículo «La libertad en regresión», publicado en la Tercera de ABC.
En abril de 1988 fue galardonado con el premio Castilla y León de las Letras, Ese mismo año le fue concedido el premio Bravo, que otorga la Conferencia Episcopal. El 16 de diciembre de 1990 ingresó en ]a Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con el discurso titulado «Reflexión sobre el cine». El filósofo ocupaba plaza en la sección de Artes de la Imagen.
En 1991 inauguró en París la cátedra Miguel de Cervantes, creada por el Comité de Lengua Española de la UNESCO, con una conferencia sobre el autor del Quijote. Ese mismo año presentó su nuevo libro «Cervantes clave española» en la Universidad de San Juan de Puerto Rico y formó parte del Comité de Expertos de la Exposición Universal de Sevilla. Obtuvo en 1996 el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Marías, que se consideraba miembro de lo que él mismo denominó Escuela de Madrid, ha presentado de forma sistemática los temas capitales filosóficos a la luz de la filosofía de la razón vital. Presidente de la asociación Fundes-Club de los 90, en 1993 publicó «Literatura y fantasma», una recopilación de ensayos y artículos, todos ellos sobre asuntos literarios. El 1994 se le dedicaron diversos homenajes con motivo de su 80 cumpleaños, entre ellos tres mesas redondas en el Instituto de España, donde Julián Marías enfocó su trayectoria como escritor, como filósofo y como humanista. ABC Cultural le dedicó entonces unas páginas especiales a un pensador esencial.
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El padre
JAVIER MARÍAS
EL PAÍS – Cultura – 16-06-1994
No está bien que sea yo quien escriba este artículo. Es poco elegante que el padre hable del hijo o el hijo del padre. Pero el padre cumple 80 años el 17 de junio y el hijo ha tenido que oír en su vida demasiadas sandeces en boca de imbéciles o de malvados. En este país casi nadie recuerda nada; de los que recuerdan, muchos falsean; y los que no tienen edad, simplemente no saben. Además, en la literatura y el cine hay tradición de hijos justicieros, o vengativos, o rencorosos. No me importa hacer por una vez ese papel. Este es un artículo, así pues, rencoroso, como podrían serlo los que escribieran los vástagos de otros republicanos, fuera cual fuese la profesión de sus padres.Este padre tenía seguramente dos vocaciones, por recuperar la palabra antigua pero vigente en su juventud: la de escritor y la de profesor. La segunda no pudo cumplirla, la primera sí, y mucho, pero a duras penas durante bastantes años. El padre estuvo en el bando republicano durante la guerra civil; escribía en el Abc de Madrid y en Hora de España; colaboró con Besteiro -tan ensalzado hoy por los socialistas y por casi todo el mundo-, hasta su rendición y aún después. Al terminar la contienda, fue denunciado por su mejor amigo y por un profesor de arqueología que luego reinó en su cátedra durante largos decenios (el supuesto amigo también obtuvo la suya más adelante, en Santiago, y aún se las dio de izquierdista). Pasó un tiempo en la cárcel y pudo ser fusilado. Fue juzgado cuando lo que había que demostrar era la inocencia; tuvo suerte, y algún bendito testigo al que cuando el juez le espetó: «Oiga, le recuerdo que usted ha sido llamado como testigo de cargo», tuvo el valor de contestar: «Ah, yo creía que se me había llamado para decir la verdad» , Pudo salir, pero se encontró con la hostilidad y el veto del régimen victorioso. Por razones políticas le fue suspendida la tesis en 1942, no pudo ser doctor hasta 1951, año en el que por fin se le permitió publicar artículos en la prensa diaria. Cuando la cátedra de su maestro Ortega hubo de cubrirse en 1953, un influyente miembro del Opus escribió que si el padre llegaba a ocuparla la consecuencia sería clara y funesta: nada menos que Ia Republica» El padre no opositó. Se sabe que cuando fue propuesto para la Real Academia, Franco se lamentó con estas palabras: «Es un enemigo del régimen, pero no puedo hacer nada. Sobre la Academia no tenemos control directo». Cuando amainó la ira y se pudo pensar que el padre se incorporara por fin a la Universidad él no estaba dispuesto a solicitar el certificado de adhesión al régimen que por fuerza obtuvieron cuantos sí se incorporaron a ella; todos, también los legendarios héroes que fueron expulsados más tarde.
¿Qué ocurría con los compañeros de generación mientras tanto, durante la guerra y la victoria? Algunos han muerto a y otros están vivos y son muy celebrados: unos con justicia, otros sin tanta. Todos fueron cambiando, unos pronto, otros tardíamente. Algunos reconocieron sus debilidades o equivocaciones del pasado; otros las ocultaron; algunos hasta las negaron y tergiversaron, biografía-ficción debería llamarse el género. No importa mucho hoy día. Pero en los años treinta, cuarenta y cincuenta sí importó bastante. Y así, mientras al padre le pasaba cuanto vengo contando, otro filósofo tildaba en un libro de «jolgorio plebeyo» a la República y ocupaba el saneado puesto de delegado de Tabacalera en una provincia; el novelista eximio se ofrecía como delator y luego recibía alguna condecoración franquista; el poeta, el humanista, el filólogo, el otro novelista: todos de Falange, colaboradores del diario Arriba, o rectores de Universidad, o intérpretes entre Franco y Hitler; fue ministro quien luego pudo defender al pueblo, tuvo cargos institucionales el historiador que lanzó soflamas en plena guerra contra «los tibios». Nadie les ha pasado cuentas, y está bastante bien que así sea. La etapa democrática los ha jaleado y los considera maestros. Lo serán, sin duda, de sus disciplinas.
Mientras tanto, el padre republicano y vetado ha sido más bien ignorado por esta etapa democrática, por los herederos de Julián Besteiro. No ha tenido reconocimientos oficiales, igual que en tiempos de Franco. Ni siquiera un mísero Premio Nacional de Ensayo, que se ha otorgado hasta a autores noveles con obras más bien escolares.
Nada de esto es grave, no creo que al padre le importe mucho. Pero el hijo ha tenido que escuchar muchas sandeces en boca de imbéciles y de malvados. En otro periódico ha escrito una semblanza pacífica. El hijo se disculpa por hacer hoy público en éste su resentimiento.
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Contra viento y marea
Miguel DELIBES de la Real Academia Española
LA RAZÓN, 16-12-05
La noticia de la muerte de Julián Marías me ha afectado profundamente. Hace 50 años Julián ya significaba mucho para mí, desde mis escapadas estivales a Soria -a su abrigo y al de los Carpintero y los Ruiz- hasta su referencia personal que duró muchos años, pasando por su generoso recibimiento en la Academia a la que él mismo me había propuesto junto con Aleixandre y Lain.
Para mí, antes que el escritor, prevaleció en Marías el maestro, lo que él quiso ser de muchacho y la España oficial le negó reiteradamente. Marías, además de un ensayista cabal fue un orador completo, el continente y el contenido de sus discursos rimaba a la perfección sin necesidad de guiones ni notas complementarias. En una época en la que no abundaba el intelectual que se expresara con maestría, con belleza y espontaneidad hubo uno excepcionalmente dotado que fue Marías Aguilera. Contra viento y marea el académico ahora fallecido extendió su fama y defendió su nombre por España, Europa y América Latina donde no había acto intelectual en el que se prescindiera de su nombre. No es esta ocasión de ensalzar su figura sino de llorar su muerte, de expresar mi sentimiento a los que lamentan como yo su pérdida. Escritor de verbo fácil, crítico convincente, orientador de mentes jóvenes inclinadas a la filosofía, exigente con su tratado durante lustros, es la hora de tributarle unas palabras de despedida que España, con sus 40 años de academia y su noble afecto didáctico le agradece.