María Teresa Fernández de la Vega: «Todo ciudadano ha de estar informado para ser libre»
Este es un extracto del dircurso que este lunes pronunció la vicepresidenta Fernández de la Vega durante la entrega de unos premios del diario El Mundo a Jon Lee Anderson y Jamila Muhamed.
[…] Permítanme ustedes que encontrándonos en la sede de El Mundo y entregando premios a periodistas, dedique unas palabras a ese valor al que continuamente se apela y que es la libertad de expresión. Quiero iniciar esa reflexión trayendo aquí, justamente, unas palabras de Montaigne, quien en la Apología de Raimundo Sabunde afirmaba que «a menos que se encuentre algo de lo que estemos completamente seguros, no podemos asegurar nada». Esta es la expresión de ese humanismo del siglo XVI que resulta tan moderno a los lectores de hoy. Los mimbres que tejen la obra de Montaigne son la modestia intelectual, la tolerancia, la franqueza educada, la distancia crítica hacia las cosas.
Ninguna opinión puede reclamar para sí el privilegio de la infalibilidad porque en los asuntos humanos no hay verdades incontrovertibles, sino razonables. Y el único modo como podemos alcanzar alguna certeza sobre lo correcto es a través del debate, del contraste entre ideas, del choque entre verdad y error.
Es a través de la libertad de expresión como hacemos uso público de nuestra razón buscando los mejores argumentos que avalen nuestra opinión o encontrando otros que nos ilustren sobre nuestro error. En el foro público se dirime la razonabilidad de cualquier posición mediante el libre intercambio de ideas, porque como afirmó el juez Holmes de la Corte Suprema de los Estados Unidos ya a principios del siglo pasado, «la mejor prueba a que puede someterse la verdad es la capacidad del pensamiento para imponerse en un mercado en el que entre en competencia con pensamientos contrarios».
La libertad de expresión es un elemento constitutivo del funcionamiento del sistema democrático. Es, como se ha dicho con razón, la matriz, la indispensable condición de casi toda forma de libertad, porque a través de ella se forma y actualiza una institución política fundamental como la opinión pública libre indisolublemente unida al pluralismo político, que es un valor fundamental y una condición vital del funcionamiento de la democracia.
Si la opinión pública ha de ser realmente pública, si a través de ella encuentra expresión el pluralismo, si sólo a partir de la diversidad y el contraste de ideas y mensajes podemos formarnos una opinión fundada, resulta claro que el proceso público de discusión debe estar abierto a todos. O dicho con otras palabras, que toda persona por el hecho de serlo, y con independencia del puesto o lugar que ocupe, tiene derecho a contribuir con su voz al esclarecimiento y discusión de los asuntos públicos sin más condiciones que las comunes para garantizar la convivencia, sin intromisiones, de los distintos derechos.
El reconocimiento a todos de un igual derecho a expresarse en libertad es la condición de posibilidad de un debate desinhibido, vigoroso y abierto. Si la esfera pública estuviera dominada por los de la misma opinión, no habría debate, no se escucharían razones, sino el eco de sus propias voces. La libertad de expresión corresponde, pues, a todos, sin exclusiones, porque cuanto más abierto y participativo es el proceso público de discusión, mejor se sirven los valores subyacentes en esta libertad fundamental.Libertad que en todo caso los poderes públicos deben promover y garantizar porque así lo requiere el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin los cuales no existe sociedad democrática.
Por ello, negar a alguien la posibilidad de participar en el proceso de formación de la opinión pública supone tanto como privarle de su condición de miembro de la comunidad política y mermar su condición humana. Porque el hombre es un ser que se define por su capacidad de razonar y de expresar sus razones y recibe un trato contrario a las más elementales exigencias de dignidad cuando se le priva de la posibilidad de hacerlo.
Sólo desde lo que Hegel llamó «un desvarío de la infatuación» puede postularse algo semejante, algo que subvierte todos los valores y principios del sistema democrático poniéndole, para expresarlo con una imagen tópica, cabeza abajo; y es obligación de todos evitar que la democracia vaya de cabeza y contribuir a que pueda andar sobre sus propios pies. Por ello, debemos mantenernos «eternamente vigilantes», como dice Bollinger, en la defensa de esta libertad. Tenemos la obligación de respetarla e, incluso, el deber de ejercerla frente a los intentos de silenciarla, frente al incumplimiento de la norma básica de que el ejercicio de mi libertad ha de dejar lugar al ejercicio de esa libertad por los demás. Este es un deber cívico que nos corresponde a todos, pero, tal vez, sean aquellos que han elegido el ejercicio de esta libertad como su profesión quienes ocupan un lugar privilegiado para cumplirlo.
Ofrecer una información independiente, veraz, exacta es la misión fundamental del periodismo. Al cumplirla se rinde cada día un gran servicio a la libertad, porque todo ciudadano necesita estar informado para ser libre. Información necesaria para tomar decisiones y planificar su propia vida, así como, para participar plenamente en los asuntos públicos. Gracián lo dijo con su habitual concisión: «Hombre sin noticias, mundo a oscuras».