Corresposales de guerra

22 noviembre 2005

LOS COMPAÑEROS DE JULIO A. PARRADO, TESTIGOS

El desafío de contar la Guerra de Irak

Carlos Fresneda

Ben Johnson, de la Fox, fue el último en ver a Julio A. Parrado con vida. Estaba pendiente de relatar con detalle la caída del Palacio de Sadam. Fue el primero en informar sobre este hecho histórico. El mayor Frietch, junto al mayor Weber, lloraron su muerte sin consuelo. Le habían oído decir que ya había visto bastante y quería volver a casa. A su compañero de ‘Los Angeles Times’ le confesó sus últimas dudas.

Se conocieron esa misma mañana, 7 abril del 2003, en el interior del antiguo almacén, reconvertido en Centro Táctico de Operaciones de la Tercera División de Infantería. Ben Johnson, que trabajaba para la Fox, recuerda cómo Julio Anguita Parrado se presentó a sí mismo con una mano, mientras con la otra se aferraba al teléfono. A su lado, inseparable, estaba el periodista alemán Christian Liebig, y por allí cerca había un mando militar que le decía en voz alta a Julio:

-«Puedes estar orgulloso. Has sido el primero en contar al mundo la caída del Palacio de Sadam…»

Pero Julio seguía a lo suyo, hablando con la redacción de elmundo.es, y despachando por radio con el coronel David Perkins, que le contaba los pormenores de la trepidante incursión por Bagdad desde lo alto del tanque. Julio sentía la desazón de no poder verlo con sus ojos: se quedó en retaguardia por prudencia y por intuición.

Por eso se quedó en el Centro de Operaciones, aunque el fuego le seguía quemando por dentro. Ben Johnson sintió como quien dice una sana envidia, y salió escopetado del edificio: rumbo al jeep de la Fox, a comunicar por teléfono las últimas noticias.

En eso estaba, contando la caída de la estatua de Sadam, cuando escuchó de pronto un estruendo, como de un avión volando muy bajo. Después oyó una brutal explosión y vio una bola de fuego a 30 escasos metros, exactamente en el Centro de Operaciones.Se lanzó al suelo para protegerse, y segundos después ya estaba corriendo detrás de los soldados con sus extintores y con sus camillas, camino del edificio en el que había estado cinco minutos antes con su amigo el especialista George A. Mitchell, con sus colegas Julio y Christian…

«Pensé en ellos, y vi cómo sacaban unos cuerpos en la humareda», recuerda Ben. «Me quedó al menos el consuelo de pensar que fue en el acto, que no sufrieron… Y pensé por supuesto que yo podría haber estado entre ellos. Me libré por unos de esos misterios de la vida».

«No tuve la suerte de conocer a fondo a Julio, aunque creo que fui el último que le vio vivo», recuerda Ben Johnson.

La noche anterior, Julio había estado hablando largo y tendido con un miembro del equipo Médico de Evacuación de la Segunda Brigada, en la que viajaba empotrado desde Kuwait. «Voy a hacer esto y me voy a volver a casa; ya he tenido demasiado», fue lo que dijo, en palabras del mayor Stephen Frietch.

Julio se refería a la incursión en tanque por Bagdad, que le tuvo en vilo toda la noche. Stephen Frietch, Michael Weber y todo el equipo médico que congenió con Julio pensaban que su periodista-mascota (como solía bromear él mismo) se había ido con los tanques del coronel Perkins. Los dos cirujanos militares estaban precisamente operando a los heridos que llegaban del frente cuando temblaron por la explosión, a escasos 100 metros del hospital de campaña.

«Estábamos con el bisturí en la mano y no podíamos parar», recuerda el mayor Frietch. «Nuestros compañeros nos contaban lo que había pasado y a los minutos empezaron a llegar heridos con quemaduras muy graves. No supimos lo que había pasado con Julio hasta media hora después».

«Todo el mundo lloró en la sala de operaciones», confiesa Frietch.«Llevábamos días viendo morir soldados americanos e iraquíes en nuestras manos, pero la muerte de Julio nos sobrecogió. Habíamos perdido a un amigo, a un joven inocente que no se merecía estar allí ni acabar así su vida».

«¿Quieres enviar un e-mail a tu novia, Stephen?», eso es lo que me decía cada dos por tres», recuerda el militar. «El fue el único vínculo que muchos de nosotros tuvimos con nuestras familias durante varias semanas. Al volver, hemos comprendido lo importante que fueron esos mensajes».

«Su madre, estaba pensando siempre en su madre», añade Frietch, como si estuviera escuchando aún a Julio. «’Mi madre se va a poner nerviosa’, decía, e intentaba aplacar el miedo con un cigarrillo…’Esto está siendo muy intenso’, confesaba. Conforme nos acercábamos a Irak, todos sentíamos muy de cerca el peligro».

«Vamos a entrar en Irak con la primera luz del día y va a ser muy peligroso», había advertido la noche anterior el coronel David Perkins en su arenga diaria a los periodistas empotrados.«Nos dejó aterrados», confiesa David Zucchino, el enviado especial de Los Angeles Times.

«Hablé con Julio y con Christian esa misma noche. Yo reservé plaza para viajar en un tanque Bradley, pero ellos no estaban decididos. Julio fue muy honesto: me dijo que lo consideraba muy peligroso. La duda le estuvo rondando a Julio hasta bien entrada la madrugada, cuando vio que llegaban en camilla varios soldados gravemente heridos y decidió pensárselo mejor», recuerda Zucchino.

Junto a Julio y Christian murieron dos soldados norteamericanos: George A. Mitchell y Henry L. Brown. Ayer, un día antes del primer aniversario, la viuda de este último, JoDona Brown, accedió a compartir sus recuerdos con EL MUNDO. «Me avisaron un día después; me dijeron que lo habían matado, poco más… Tardé tres semanas en saber lo que ocurrió exactamente. El coronel Perkins vino a verme, me dio el pésame y se marchó por donde vino. Tenía 22 años. Aún llevo puesto el anillo de boda».