Periodistas

22 noviembre 2005

LAS GUERRAS DE JULIO | REPORTEROS

El corresponsal más leído

Ernie Pyle. «El cuerpo yació solo durante un largo tiempo en una zanja situada al borde del camino. Los hombres esperaban a una distancia segura, buscando una oportunidad para retirar el cuerpo pero el servidor de la ametralladora, todavía oculto, batía el área cada vez que alguien se movía». Así describiría James Tobin años después la manera en que Ernie Pyle, uno de los corresponsales de guerra más famosos de la última contienda mundial, había quedado sin vida merced a la acción de un francotirador japonés en la isla de IeShima, cerca de Okinawa. Sin embargo, la descripción podía haber resultado adecuada para cualquier corresponsal muerto en cualquier guerra. En buena medida, en Ernie Pyle se hubieran reconocido muchos.
Crónica (El Mundo), 25-11-01
César Vidal

Había nacido el 3 de agosto de 1900 en la granja de Sam Elder, un enclave agrícola de Indiana. Hijo único de una familia de agricultores, supo, sin embargo, desde el principio, que no continuaría la tradición paterna de «mirar la parte sur del caballo que se dirige hacia el norte». Acabó así los estudios primarios y, cuando en 1917 Estados Unidos entró en la I Guerra Mundial, se presentó voluntario.Concluyó su entrenamiento como marino pero la firma del armisticio le impidió combatir. En 1919 se matriculó en la universidad de Indiana con la intención de estudiar periodismo. No acabó los estudios ya que en 1923 aceptó un trabajo como reportero en el LaPorte Herald. Duró allí pocos meses. El Washington Daily News le ofreció dos dólares y medio más por semana y Pyle no dudó en aceptar. La relación profesional se vio rota temporalmente cuando en 1925 contrajo matrimonio con Geraldine Siebolds Jerry y decidió recorrer con ella el país. Llegaron a viajar 15.000 kilómetros en diez semanas pero en 1927, Pyle se había reincorporado a su trabajo en el Washington Daily News, comenzando a escribir una columna diaria relacionada con la aviación. Durante los años treinta Pyle cruzaría el continente 35 veces y escribiría una serie de artículos extraordinarios sobre la vida en Estados Unidos.Para ese entonces, Pyle gozaba ya de un enorme reconocimiento nacional y de un matrimonio trágico. Desde 1937 Jerry comenzó a padecer de profundas depresiones que la precipitaron a un consumo abusivo de tranquilizantes. A esas alturas, Pyle ya estaba alcoholizado pero decidió intentar ayudar a su esposa y en 1940 ambos se afincaron en Albuquerque. La idea, en apariencia buena, estuvo teñida de tragedia. Durante los meses siguientes, Jerry intentó suicidarse dos veces, una con el horno de gas de la cocina y otra encerrándose en el cuarto de baño y cortándose el cuello con unas tijeras.No se divorciaron porque se amaban profundamente pero en adelante sólo vivirían juntos en los breves intervalos en que Ernie regresaba a casa. Su unión, incluso en la distancia, era tan fuerte que Jerry apenas sobrevivió unos meses a Ernie.

Aquel mismo año de 1940, un Ernie Pyle destrozado íntimamente se desplazó a Gran Bretaña para informar de la batalla de Inglaterra. Describió el bombardeo de Londres como «la escena más odiosa y más hermosa que he contemplado nunca». Cuando un año después EEUU entró en guerra, Pyle acompañó a los aliados en el desembarco en el Norte de África. El 10 de mayo de 1943, el Washington Daily News publicaba un artículo suyo en el que se mostraba incluso amable para con los alemanes: «Humanos como cualquier otro, amistosos y un poco vanidosos».

Durante los años siguientes vendrían la campaña de Sicilia, el salto a la península italiana y, finalmente, el desembarco en Normandía. Pyle supo contar como nadie a los norteamericanos lo que sucedía al otro lado del Atlántico, pero lo hizo especialmente describiendo las vivencias de los combatientes de a pie. Podía entrevistar a un general como Omar Bradley o intimar con un piloto pero todos sabían que sus preferencias estaban con la infantería.Pyle la definió como «los muchachos de barro lluvia helada y viento» y añadió: «Aprenden a vivir sin lo más indispensable. Y a fin de cuentas son los tíos sin los que no se pueden ganar las guerras».Ese don especial de Pyle fue captado inmediatamente por una franja inmensa de población. Refiriéndose a él, John Steinbeck, el premio Nobel de Literatura, dijo que existían dos guerras. Una era la de los mapas, la estrategia, las divisiones. Ésa era la guerra del general Marshall. La otra era «la guerra de los hombres que añoran el hogar, que son graciosos, violentos, corrientes, que lavan los calcetines en los cascos, se quejan de la comida y lo hacen con humor y dignidad y valor, y ésa es la guerra de Ernie Pyle». Su columna, que aparecía en 400 diarios y 300 semanarios, terminó teniendo un peso social innegable. Cuando en 1944 escribió desde Italia que los soldados de tierra debían recibir una «paga de combate» en nada inferior a los pilotos, creó una auténtica conmoción social. En mayo el Congreso aprobó que se otorgara a los soldados un 50% de paga extra si estaban en situación de combatientes. Sería conocida como la «ley Ernie Pyle».

Al acercarse el momento del desembarco aliado en las playas de Normandía, tan sólo se permitió que 28 corresponsales de guerra norteamericanos de los 450 afincados en Londres acompañaran a las tropas. Ernie Pyle fue uno de los seleccionados y sus crónicas estuvieron entre las mejores. La batalla de Normandía resultó extraordinariamente dura. El 5 de septiembre de 1944, la columna de Pyle tenía el título Los nervios de guerra obligan a Ernie a tomarse unas vacaciones por razones de salud. En el texto, escrito desde París, Ernie Pyle afirmaba que aquella era «la última de estas columnas desde Europa» y realizaba un análisis de su situación personal y de la guerra. Llevaba ya 29 meses en ultramar, había escrito unas 700.000 palabras y pasado cerca de un año en la primera línea de combate. Odiaba tener que marcharse pero se veía obligado a tener que recomponer sus maltrechos nervios.No podía afirmar lo que la guerra iba a durar todavía pero lo que sí podía decir era que el empecinamiento de Alemania en seguir resistiendo era un «suicidio nacional». Esa absurda testarudez había tenido como consecuencia que los soldados del frente que no estaban acostumbrados a odiar a los alemanes hubieran terminado por hacerlo.

No exageraba. Tan sólo un día antes Pyle se había referido en su columna a las bajas que había sufrido la unidad a la que había acompañado desde el desembarco en Normandía. Había estado compuesta por 31 hombres y dos oficiales. A lo largo de siete semanas, habían tenido nueve muertos y 10 heridos. Había visto demasiadas muertes acaecidas tan sólo a unos pasos como para no saber que se jugaba la vida. Antes de dejar Europa en 1945 escribió a un amigo diciéndole que aunque intentaba minimizar los riesgos el suyo era un trabajo que nunca se podía llevar a cabo con una total seguridad. A su esposa le había contado que aunque estaba «muy harto de la guerra y me gustaría dejarla, sin embargo, sé que no puedo». De haberse marchado a casa, como muchos esperaban, se habría sentido como «un soldado que deserta».El hecho de recibir el Premio Pulitzer o de que el Time lo aclamara como «el corresponsal de guerra más ampliamente leído de América» no parece que supusieran ningún consuelo para él. Sólo deseaba que concluyera aquella inmensa matanza de gente a la que apreciaba.

Su siguiente destino fue el Pacífico. Desembarcó en IeShima al lado de un grupo de marines y allí encontró la muerte a manos de un francotirador. Su cuerpo permaneció solo durante un buen rato antes de que un compañero pudiera llegar a su lado y fotografiarlo.De no ser por un hilo de sangre se hubiera dicho que estaba más dormido que muerto. En sus bolsillos, los marines encontraron el borrador de una columna que pensaba publicar cuando concluyera la guerra. En ella expresaba el horror que sentía tras haber visto «hombres muertos en producción masiva en un país tras otro mes tras mes y año tras año». Camaradas de aquellos hombres colocarían en el lugar donde había encontrado la muerte una sencilla placa recordándole: «En este lugar, la 77ª división de infantería perdió a un amigo, Ernie Pyle, 18 de abril de 1945».