Los ángeles del horror
Ana Isabel Martínez, de profesión psicóloga, se enteró de la noticia el jueves viniendo a trabajar. La noticia, claro, era la masacre en “los trenes de la muerte” de Madrid. El paso siguiente fue llamar al hospital, a Protección Civil, al tanatorio y a psiquiatría del hospital. Sabía que el fatídico 11-M, el apoyo requerido no era psicológico, sino médico. Pero aún así, cumplió con su deber.
El viernes le avisan de Protección Civil para que fuera al tanatorio. “Allí me encontré con cuatro fallecidos de los atentados, más sus familiares, además de los voluntarios de Cruz Roja y un médico”. Ya no podían esperar a que vinieran más psicólogos. Y entonces deciden intervenir. “Aunque todos seamos psicólogos –relata- hay pocos que tengan experiencia con la muerte y con fallecidos. Desde la Asociación Contra el Cáncer lo que más trabajamos es el duelo, es decir, la situación que se encuentran aquellos que han perdido a un ser querido”. Uno de los primeros pasos que tuvieron que dar es hablar con las familias. Para recordar el momento, desahogarse y llorar. “Que pudieran gritar y sacar por su boca todo lo que pasara por su mente y su corazón”.
Había otro segundo objetivo en paralelo para todos aquellos que realizaron tareas de apoyo psicológico. “Si podían o querían, que pasasen a ver a su ser querido, fallecido”. Con un fin: en televisión estamos viendo trozos de cuerpos y brazos, todo totalmente alarmante. “Las familias tienen que tener muy claro que han enterrado a su familiar y no a cualquiera, ahí tenemos el caso alarmante de las víctimas del Yakolev, que no saben a quien han enterrado. Eso es terrible. Es muy duro que alguien vea así a un ser querido. Los psicólogos pasamos a ver en qué estado estaban los fallecidos para poderles dar toda la información a sus familiares. Trabajamos para que dieran el paso de ver a sus familiares”.
El derrumbe
Conocer la trágica noticia de la muerte súbita de un hijo o un marido ya es suficiente golpe. Acceder a reconocer su cadáver es una prueba difícil de superar. “Esto hizo que se derrumbaran. Para eso teníamos equipos médicos, les daban cualquier tranquilizante si lo consideraban necesario. Saber que dentro de la caja estaba su ser querido a los familiares les producía tranquilidad”.
Ana Isabel Martínez también participó en equipos que se encargan del avituallamiento de los voluntarios de la Cruz Roja. Que aquellos que estaban partiéndose el pecho por las víctimas y sus familiares tuvieran agua, zumos y comida. Había 18 psicólogos y trabajadores sociales. Procedían de la atención primaria, bienestar social, psicólogos del centro de la mujer, de la Cruz Roja y ella misma de la Asociación contra el Cáncer. “Establecí tres turnos porque para los profesionales no es sano estar tanto tiempo en contacto con tanto dolor”. Un primer turno finalizaba a las cuatro de la tarde. Otro segundo empezaba a las tres de la tarde, de manera que el relevo era coordinado. Y un tercero para el sábado por la mañana. Así pudieron descansar y rebajar los niveles de tensión. “Vivimos situaciones muy duras, dolorosísimas”, subraya.
“¿Por qué a nosotros?”
Los familiares de las víctimas reaccionan de diferente manera en los primeros momentos después de la tragedia. “Cada persona es distinta y tiene reacciones múltiples. Te puedes encontrar con una familia que llora desconsolada o que esté en una fase de ira y agresividad”. Incluso en la misma persona las reacciones pueden ser varias. Y sí, se preguntan por qué, cómo ha ocurrido, con caras de incredulidad. “Recuerdo que un médico de la Cruz Roja, José Luis, tuvo que administrar tranquilizantes a algunos de los familiares porque ellos mismos lo demandaban. Estaban sin control”.
Algunos de ellos tenían conciencia del volumen de la tragedia. Otros no. “En ese momento había cuatro víctimas, aunque llegó a haber cinco. Había familias que les identificaron en un primer momento, con lo cual se evitaron el paso tortuoso por los hospitales, pero hubo otra familia que llevaba desde las doce de la mañana del jueves hasta las cuatro de la madrugada del viernes buscándole, para al final saber que había fallecido”.
Trabajar en un duelo
No es lo mismo trabajar en un duelo cuando una persona ha fallecido en una muerte anticipada fruto de una enfermedad que en una muerte súbita. “Lo que sí es necesario en un primer momento –matiza Ana Isabel- son acompañantes en duelo, personas que estén capacitadas para intervenir en crisis”. No tienen por qué ser psicólogos. Podrían ser cualquier otra persona voluntaria, educadores sociales. “La figura del psicólogo, cuando empieza a ser necesaria, es a partir de ahora y, sobre todo, cuando haya pasado un mes después de la tragedia”. El trabajo de estos profesionales, que no están reconocidos como sanitarios por parte de la Administración, es tan ingente, tan complicado, que incluso muchos psicólogos se derrumbaron en los pabellones de Ifema y necesitaron ayuda de sus propios compañeros. No todo el mundo ha visto a una persona muerta. La intervención en crisis no conlleva trabajos de psicología en un primer momento. Después, resulta fundamental para reinsertar al enfermo en la vida cotidiana.
“Creo que es importante que recuerden, que hablen, que vuelvan a comentar lo mismo aunque sea mil veces. Tú piensa que alguien que ha perdido a un ser querido, los demás lo ven como muy pesado porque siempre repite lo mismo. Sí es importante que la persona pueda hablar de lo que ha vivido y que siga recordando el hecho”, cuenta Martínez. Un factor principal en las tareas psicológicas es el trabajo con la familia, es decir, que la familia esté acompañándose en todo momento y compartiendo las penas. “Precisamente las familias, como se quieren mucho, para que tú no sufras, lloro en un rincón y aquí mantengo el tipo, y tú haces lo mismo por tu cuenta…”. Si una persona ha perdido a un ser querido lo normal es que manifieste una profunda tristeza. Para avanzar en la situación, propone Martínez que “se creen grupos de autoayuda o talleres de duelo, en los que se ve que den información del duelo y las fases que atraviesa para que lo viva desde la normalidad. Planteo la situación desde al lado, escuchándole”. También se trabaja el hecho de cada persona manifiesta el dolor de desigual forma. Porque cada uno es diferente y mantenía relaciones dispares.
Dolor extremo
Todas las personas que estuvieron en el tanatorio de Guadalajara aceptaron de buen grado la ayuda de psicólogos y trabajadores sociales. “La mayoría estábamos allí como voluntarios y no hubo ningún problema”, recalca Ana Isabel. “Y no sólo la aceptaron los familiares directos de las víctimas, sino primos, hermanos de los padres y demás, y mucha gente joven que sufrió mucho”. La situación era de dolor extremo. “Había vivido escenas similares de muerte, pero no de muerte súbita. En la Asociación contra el Cáncer acompañamos a los familiares en el proceso de morir, pero esta es una intervención en crisis a lo bestia, a esta escala nunca había intervenido”.
Confiesa Ana Isabel Martínez que le impactó sobremanera Noemí, la novia de David Santamaría, y su hermano. David falleció el 11-M. “El hermano me decía: usted sabrá mucho de esto, pero mi hermanilla cómo le va a ver… Al final fue muy valiente y decidió ver el cadáver”. Al conseguirlo, le cambió el rostro porque se había relajado comprobando que era su hermano quien estaba allí. Esto sucedió a las dos y media de la tarde del viernes 12. Según relata la psicóloga, “Noemí pasó sola. Agarró a David. Le dio un beso y le dijo que le quería. Le puso una rosa roja al lado de su carita y ella se llevó otra rosa”.
El trabajo de los psicólogos, voluntarios, educadores sociales y demás personal que intervino de urgencia para ayudar a las víctimas del 11-M, se puede calificar de impagable. Fueron los ángeles del horror. El Hospital de Guadalajara prepara ahora un plan para ayudar a los afectados. Ana Isabel extrae una lección básica: “que la vida tiene un principio y un final y sabemos cuando empieza pero no cuando acaba, y hay que disfrutarlo a cada momento”. La mejor prescripción se la ofreció un colega colombiano: “un abrazo de veinte segundos cada tres horas por parte de cada uno de los miembros de la familia”. La mejor terapia: ojo, oído y abrazo, es decir, observar, escuchar y dar cariño a través de abrazos.
“Nunca había visto tanto dolor”
Uno de los colectivos más implicados en las tareas posteriores a la matanza del 11-M fue, sin duda, el de los voluntarios. Miles de personas anónimas no dudaron en bajar a la arena y ayudar a las víctimas. Una de ellas fue Laura Merino, 25 años, natural de Guadalajara y voluntaria de la Cruz Roja desde los 15 años. Estuvo en los pabellones de Ifema y en la estación de cercanías de Santa Eugenia. “Allí había voluntarios de media España, de Huesca, Cartagena, La Rioja… en fin, de todas partes. Era como si nos conociéramos de toda la vida, nos ayudábamos los unos a los otros”. Asegura haber vivido muchas situaciones, “pero esto no lo entiendo, no entiendo como han hecho una barbaridad así”. Laura estaba durmiendo en casa cuando su madre la despierta para informarle de “que un atentado gordo había pasado en Madrid”. Llamó a la Cruz Roja y una ambulancia de Guadalajara ya había salido para la capital. La tragedia era tan grande que todos los medios estaban allí, aunque no había que descuidar otras circunstancias, como accidentes. Se desplazaron tres ambulancias, con cuatro personas en cada una, y dos vehículos, en total, unas quince o veinte personas. Había retenes en la reserva. “Fuimos primero a Madrid, de apoyo para las urgencias. Luego después un ambulancia se quedó allí y otra a Tres Cantos. Más tarde nos mandaron a Madrid y el Ifema. Y otro vehículo fue al hospital Gregorio Marañón”. La organización, pese a la magnitud de los atentados, fue excelente. El Centro Nacional de Coordinación (CNC) se encargaba de articular todas las tareas. A San Fernando llegan Laura y sus compañeros a las nueve y media de la mañana del jueves. “Seguíamos las noticias a través de la televisión y de lo que nos informaba porque a través de los móviles no podíamos recibir ninguna llamada”. Primero el caos. Pero luego enseguida funcionaba todo como una máquina engrasada. “También tuvimos que apoyar a los compañeros, para llevarles bebida, comida”.
Los voluntarios, además de dar apoyo psicológico a las familias, se propuso el apoyo clínico, para atender desmayos, lipotimias. Estaba el Samur, “pero era mucho lo que se preveía, incluso tuvimos que hacer alguna atención sanitaria”. Lo más duro, sin duda, el reconocimiento de cadáveres. Laura no quiso participar, pero sí dos compañeros suyos, Jorge y Arturo. “Realmente es muy duro”. Estuvieron en Ifema desde las cinco de la tarde hasta las diez de la mañana del día siguiente. Muchas horas. “Acabamos cansados, pero nos sentíamos bien porque nos decíamos: he estado echando una mano. Cuando regresábamos de Ifema, nos dimos cuenta de todo lo que pasaba. Tienes momentos de bajón, pero te apoyas en todos tus compañeros”.
No sólo hubo voluntarios en Ifema, los hospitales y los lugares donde explotaron las bombas. También en el tanatorio de Guadalajara. No hay que olvidarles. Su labor fue ímproba. Laura explica que “el apoyo psicológico que dieron fue un trabajo muy duro”.
“El Corán nos tiene prohibida la violencia”
En la provincia de Guadalajara viven cerca de 700 musulmanes. Vienen buscando un presente mejor que el de sus países de origen, aunque muchas veces no lo encuentran. Trabajan en todos los sectores, aunque predomina el terciario. Uno de los fallecidos en los atentados del 11-M, Mohamed Itaiben, es un marroquí que residía en Azuqueca de Henares. Así lo confirma Ahmed, presidente de la asociación musulmana de la capital. Nos desplazamos a la mezquita pero está cerrada. En la misma calle, en un locutorio nos atienden Ahmed y otro compañero. Rechazan fotografiarse pero acceden gustosos a hablar. Les preguntamos cómo vivieron la matanza del pasado jueves, y contestan que “mal, muy mal porque es una barbaridad, un atentado y no se puede entender tanta violencia”. Ahmed se apresura a aclarar que “el Corán nos tiene prohibida la violencia”, así que difícilmente se puede explicar el por qué algunos fieles que profesan su misma religión son capaces de alcanzar tal grado de fanatismo. Pese a que todo apunta a que la banda terrorista Al Qaeda, mediante su célula europea, ha sido la autora de la masacre en Madrid, los musulmanes alcarreños afirman “no tener ningún problema en Guadalajara, vivimos muy tranquilos, sólo la semana pasada le pincharon las ruedas a un compañero, pero nada más”. Su compañero apostilla: “aquí lo que queremos es vivir en paz, cada uno su país, su cultura, su religión, y ya está”. Tampoco temen que este resurgimiento del terrorismo islámico consiga, mediante una fácil asociación de ideas, identificar el mundo musulmán con la muerte y los actos de violencia extrema. Nos vamos del locutorio. De la chimenea de la mezquita sale humo. Ahmed y su compañero se despiden amablemente mientras saludan la entrada de una clienta.