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2 octubre 2005

El silencio de las ausentes

Hablan los familiares de las víctimas mortales del 11-M: “seguimos destrozados”
GUADALAJARA DOS MIL, 10-09-04
Raúl Conde

El pasado 11 de marzo, Eloísa Panadero, 50 años, funcionaria del Ministerio de Fomento, esquivó la muerte en la estación de cercanías del Pozo del Tío Raimundo. Esta conquense, residente en Guadalajara desde hace más de dos décadas, era una de las pasajeras del tren que salió de la capital alcarreña a las 6,51 horas y estalló en la mencionada estación madrileña. Ahora, después de seis meses, lo recuerda con una mueca triste, pero también con fortaleza.

Un caso excepcional

En el hospital Gregorio Marañón, el lunes siguiente a la tragedia permanecían 88 heridos, entre ellos varios alcarreños. Dos evolucionaron favorablemente de manera inmediata: Carmen Munillas Lezana, de Villanueva de la Torre, y la propia Eloísa. En el resto de hospitales también permanecían muchos otros heridos. “Iba en el tren –explica- como todos los días medio dormida. Y ese día también. De repente oí una enorme explosión y me di cuenta en seguida que era una bomba. Parece ser que fue en el vagón anterior y luego estalló otra bomba en el mismo vagón, fue una explosión tremenda y perdí el conocimiento”. Aquel día había huelga de estudiantes de secundaria, lo que hizo que hubiera más asientos libres en el convoy. Eloísa aprovechó la coyuntura para sentarse en un rincón. Eso hizo, quizá, que no estuviera demasiado cerca del lugar justo donde estallaron las bombas.
Eloísa permaneció dos semanas en el hospital y tres meses de baja. Se rompió los dos tímpanos, una contusión severa en el pulmón y una fisura de bato, con riesgo de peritonitis. Pese a todo, ha sobrellevado la presión que significa vivir milagrosamente. “Ese era el tren que cogía habitualmente, aunque más tarde”, apostilla. Ahora coge el tren de cercanías con normalidad, pero al principio le costaba volver a la normalidad. Su marido, Salvador, explica que, para que se fuera acostumbrando, hicieron un viaje a Alcalá: “en la ida lo llevó bien, luego a la vuelta se mareó un poco, pero la verdad es que ha sido muy fuerte, tanto psicológica como físicamente”.

Superar el miedo

Los atentados terroristas del 11 M dieron la vuelta al mundo. Sin embargo, pese a la magnitud de la tragedia, el dolor es personal y se vive en la intimidad. Los funerales de las víctimas mortales de Guadalajara, la mayoría de Azuqueca de Henares, dejaron constancia del grado de consternación que invadió entonces a la sociedad española y muy especialmente, como es lógico, a los familiares de los fallecidos.
Hoy, medio año después, el drama continúa. Depende de cada caso, pero la mayoría de familiares no ha superado la pérdida de alguno de sus seres queridos. Este periódico ha intentado sin éxito ponerse en contacto con todos ellos, y sólo lo ha logrado en dos casos. Su actitud, además de comprensible, es respetable. Pero la gente comprende mejor el problema provocado por la matanza de Atocha a través de las palabras de los que fueron sus auténticos protagonistas, desgraciados, pero protagonistas al fin y al cabo. Joaquín, el padre de David Santamaría, un chaval de Guadalajara de 23 años fallecido el 11-M, no quiere ahondar en la cuestión: “la verdad es que ha sido un palo muy duro y ahora lo volvemos a recrudecer. Mi mujer no quiere hacer más declaraciones, está derrumbada, en cuanto sale la conversación, se pone a llorar. Nos han querido llevar a la televisión y dijimos que no”, sentencia. En la serie “Vidas rotas” que publicó el diario El País los días posteriores a la tragedia, sólo 26 familias se negaron a responder a la llamada ni a publicar su retrato. Dos de ellos de Guadalajara: Sara Centenera y Nuria Aparicio. “Es que es muy duro –matiza Eloísa- porque yo me pongo en la piel de alguna madre que haya perdido a su hijo, y no quisiera vivirlo, prefiero que me pase a mí algo, eso no lo soportaría”.
La confusión del momento se ha ido aclarando con el tiempo. Al final fueron trece las víctimas mortales vinculadas a Guadalajara, bien por su nacimiento, bien por su lugar de residencia, bien por su parentesco. Cinco de Azuqueca: Mohamed Itaiben, María Fernández del Amo, Nuria Aparicio Somolinos, Eduardo Sanz Pérez y José Gallardo Olmo. Cinco de la capital: David Santamaría, Sara Centenera Montalvo, Guillermo Senent Pallarola, Gonzalo Baraja (aunque éste enterrado en Coslada) y Sergio de las Heras. De Alovera, Begoña Martín Baeza. Y de Yebra, David Vilela Fernández. La francesa Marion Subervielle estaba casada con un alcarreño. Destaca en casi todos ellos la media de edad, en torno a los veinte años. El destino ha querido segar sus vidas de manera prematura.

“Me guardo los detalles”

La presidenta de la Asociación de afectados del 11-M es Clara Escribano. Trabaja en el hospital 12 de octubre y vive en Vallecas. Fuma sin parar. Mientras, se da ánimos: “estoy todas las tardes aquí, en la asociación de vecinos La Colmena de Santa Eugenia”. Las familias de las víctimas y los heridos supervivientes han tenido estos meses el apoyo de su gente más cercana. Pero a veces esto no basta. Hay que superar barreras cotidianas. Han perdido peso y, en ocasiones, las ganas de vivir. Han tenido que salvar, o lo siguen intentando, el mayor atentado terrorista en suelo español. Y no es fácil. Al contrario: según la fortaleza anímica y física de cada persona, requiere de un esfuerzo ingente.
Margarita Cerrato perdió un pie en la explosión de El Pozo. Aquella mañana, como siempre, había tomado un tren de dos pisos en Azuqueca de Henares con el fin de trasladarse a Madrid, donde se gana la vida sentada ocho horas diarias ante una máquina de coser. Pero esa costumbre de Margarita se interrumpió en El Pozo del Tío Raimundo, cuando la violencia de un estallido la empujó hacia atrás en su asiento de la segunda planta, le cayó un panel sobre el pecho y sufrió una descarga eléctrica. Cuando consiguió erguir el tronco, miró a su alrededor y se encontró sola. Y al bajar la vista, descubrió “tantísimos pasajeros empotrados en las vías”.
Marga habló cuando estaba ingresada en el Hospital Central de la Defensa, el Gómez Ulla. “Me guardo los detalles”, advierte para no recordar las escenas más escabrosas. “Los supervivientes –prosigue- debemos superar el miedo. De lo contrario, no vives”. Pero le asaltan interrogantes sobre su trabajo. Tiene 54 años y “por muy sofisticada que sea la prótesis, yo coso a máquina y me hace falta sensibilidad. Necesito saber cuanto tengo que presionar el pedal a la hora de hacer pespuntes o remates”. Su sentido común le impide lanzar las campanas al vuelo, pero su valentía despunta entre los heridos. su hija Cristina, sonríe ante la contundencia de de una “luchadora optimista por mandato de la experiencia”. Hace suya la más saludable de las filosofías: “lo que se puede solucionar, hay que esforzarse por solucionarlo, y lo que no, hay que tomarlo de la mejor manera posible y tirar p’alante”.

OPINIÓN

La comisión del pasteleo

Las consecuencias políticas que produjeron los atentados terroristas del 11-M están siendo examinadas en una comisión parlamentaria de investigación. A la vuelta de vacaciones, y antes de decidir reabrir el turno de comparecencias, ha dicho José Blanco, secretario de Organización del PSOE, que no es necesario que el ex presidente Aznar aporte su testimonio. Entre otras razones, aduce que “el líder del PP, Mariano Rajoy, ha confirmado que no tiene nada que aportar, y si lo dice él, no hay más que hablar”. ¡Arrea con el talante! No entiendo entonces para qué demonios los socialistas defendían en la campaña electoral eso de que “otra España es posible”. La desvergüenza con la que los dos partidos mayoritarios han pasteleado los resultados y las comparecencias de la comisión, podrían ampliarla –se me ocurre- a diseñar una política exterior firme y coherente; a invertir en I+D; a aumentar el gasto en la Sanidad y la Educación, que falta les hace. Produce escalofríos cómo llegó a calar en los noventa la teoría de la pinza entre Izquierda Unida y el Partido Popular para, supuestamente, desbancar a los socialistas. No dio sus resultados porque tal acuerdo no existió ni existirá jamás. Hay tantas diferencias entre comunistas y liberales que cualquier pacto supondría, a mi juicio, la debacle de ambas formaciones. Sin embargo, no ha sido tan cacareado el conchabeo entre el PP y el PSOE cuando de apuntalar el régimen se trata. A veces discuten porque unos aceptan el matrimonio entre homosexuales, y otros no. Unos piensan que el Estado tiene que repartir condones, y otros que hay que bajar los impuestos. Unos visten para “Vogue” y otros compran en Zara. Pero al sistema ni tocarlo. Cuando hubo que imponer una monarquía tutelada por el heredero de Franco, allí estuvieron los dos partidos de la mano. Cuando hubo que ir a la OTAN, allí estaban, juntitos, “de entrada no” pero al final de entrada, de salida y hasta de canto. Cuando hubo que proteger a Felipe González en el juicio de los GAL, no faltó la sensibilidad de los “populares”. Y ahora, cuando Aznar debería abandonar su pedestal y bajar a la tierra de los muertos, resulta que no, que Zapatero dice que “lo esencial” de la comisión ya se sabe. Pues muy bien, pero yo creo que no nos hemos enterado de nada.