Cuatro días que conmovieron a Guadalajara
Ha pasado medio año y parece que fue una eternidad. O quizá no. Quizá el tiempo trascurre deprisa y, ante la ola de violencia que sacude nuestros días, todo nos parece lejano.
Mañana hace seis meses que el corazón del país voló por los aires. Las bombas instaladas en cuatro trenes de Cercanías de Madrid provocaron casi doscientos muertos y más de 1.400 heridos. Fue el atentado terrorista más sangriento en la historia de España y de Europa. Ahora la tragedia exige una revisión en la comisión parlamentaria que se sigue en el Congreso de los Diputados. Las innumerables incógnitas, en cuanto a la autoría material de los atentados y la actitud del Gobierno en los tres días posteriores, centran el interés de los medios de comunicación y, sobre todo, de las víctimas. Los hechos, por tanto, siguen siendo protagonistas.
Caos y confusión
Madrid, 11 de marzo de 2004, 7.39 horas. Tres bombas explotan en un tren de cercanías procedente de Alcalá de Henares que se encuentra a 500 metros de la estación de Atocha. Pocos segundos después, cuatro explosivos revientan otro convoy que ya había entrado en la vía 2. El caos y la confusión se apoderaron de la capital. Inmediatamente, el Samur monta un hospital de campaña en el polideportivo Daoíz y Velarde, en calle Téllez. En el primer tren, los Tedax desactivan un cuarto artefacto que no llegó a explotar.
Apenas han pasado unos minutos cuando otras dos explosiones sacuden la estación del Pozo del Tío Raimundo, en un tren procedente de Guadalajara. En los andenes de Santa Eugenia, otra carga explosiva destroza otro convoy. En apenas tres minutos, 10 mochilas bomba han sembrado la destrucción y el pánico en Madrid. En plena hora punta, cuando los cuatro trenes de cercanías transportaban a cientos de trabajadores y estudiantes que, a diario, realizan el mismo trayecto entre el Corredor del Henares y la capital.
Los cadáveres
Los equipos de emergencia se desplazan inmediatamente a los lugares de los atentados. El Samur monta un hospital de campaña en las cercanías de Santa Eugenia. Renfe corta el tráfico en las líneas de Cercanías afectadas, y la operación “jaula” en Madrid empieza a tener consecuencias en el tráfico. Los medios de comunicación hablan de “decenas de víctimas mortales”. Madrid acaba de ser escenario del mayor atentado terrorista en la historia de España. El balance, estremecedor: 190 muertos y alrededor de 1.500 heridos.
Los hospitales de Madrid activan el Plan de Emergencia ante catástrofes, mientras los ciudadanos responden masivamente al llamamiento urgente para que se acuda a donar sangre. Los cadáveres se van trasladando al pabellón 6 de Ifema, en el Parque Juan Carlos I, donde médicos, forenses, psicólogos y psiquiatras atienden a los familiares que se desplazan hasta allí para identificar a las víctimas.
A cuatro días de las elecciones generales, todos los partidos políticos suspenden los actos previstos en sus respectivas agendas electorales. Cientos de personas se manifiestan en toda España para protestar por la masacre. Por primera vez desde el 23-F, el Rey se dirige a la nación. Lo hace para mostrar su solidaridad con las víctimas y pedir “unidad, firmeza y serenidad” en la lucha contra el terrorismo. Mientras, continúa la tensión.
Escenas dantescas
Pasados apenas treinta minutos desde que estallara la primera deflagración, ya era casi imposible acceder a la zona de Atocha. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tenían tomado el lugar. Los servicios de emergencia no tardan demasiado en llegar, pero mientras son los propios policías quienes prestan los primeros auxilios a las víctimas. La escena es dantesca. Los cadáveres yaciendo en el suelo. Los heridos, ensangrentados, algunos sin conocimiento y otros pendientes del teléfono móvil, cuya red se vino abajo en seguida. Y los periodistas cerca. Y los vecinos de la zona que querían aportar su granito de arena. “Es la imagen más horrorosa que he visto en mi vida”, comentó uno de ellos.
Un cuarto de hora más tarde, decenas de ambulancias y camiones de bomberos llegaban de manera ordenada hasta el lugar de la masacre. Un par de reporteros de “Guadalajara Dos Mil” cubrieron la noticia desde el lugar de los hechos. Primero en la estación Puerta de Atocha y luego en los hospitales y los recintos de Ifema, convertida coyunturalmente en una morgue. “El estridente sonido de las sirenas contrastaba con el sobrecogedor silencio en el que había quedado sumida la capital de España. Acababa de amanecer y Madrid ya guardaba luto por los muertos”. La lista de víctimas mortales crecía de manera progresiva: 40 en un primer balance, 80 a las diez de la mañana y más de un centenar antes de mediodía. Lo mismo ocurre con los heridos, que empiezan contándose por decenas y acaban siendo casi 1.500. “Estamos acostumbrados a trabajar en tragedias, pero esto supera a cualquiera. No hay palabras para definir algo así”, comentaba un agente encarga de proteger el cordón policial. “Yo no he bajado hasta los trenes, pero algunos compañeros míos lo han hecho y han regresado consternados”.
El rescate
Las tareas de rescate se vuelven cuesta arriba. Pero todo se alivia con la profesionalidad de los voluntarios, la organización y los equipos del Samur. La cantidad de médicos, psicólogos y especialistas que prestan su ayuda a las víctimas resulta inescrutable. La tarea es inmensa. El paso de las horas hace mella, pero los españoles vuelcan toda su solidaridad. El pabellón Sexto de Ifema acoge a los cadáveres. A pocos metros, los familiares comienzan a unirse en la tragedia. Empieza a gestarse la conciencia de su magnitud. Varias firmas del sector de la alimentación llevan hasta Ifema comida y café para hacer más digerible los agónicos momentos. Los familiares, un rato después, no tenían cuerpo para probar bocado porque empezaban a reconocer los cadáveres de sus hijos, de sus padres, de sus amigos.
A esas horas, las emisoras de radio echan humo. Las televisiones emiten en directo las comparecencias de los políticos. Todos condenan el atentado. Pero se palpa en el aire la sensación de que las autoridades se han despistado y no saben identificar a los responsables, si quiera por elevación, de la barbarie. Aznar habla con tono grave y apunta a ETA, como el resto de miembros del Gobierno. El ministro del Interior, Ángel Acebes, asegura que “ETA es la responsable de la masacre”. Lo hace a la una y media de la tarde. A esa hora ya se sabe que eran 173 los muertos y más de 600 los heridos. Se insiste, pues, en la autoría de la banda terrorista (a pesar de que su entorno lo niega) a pesar de que las investigaciones policiales comienzan a ir por caminos que conducen a la vía islámica. Es decir, la policía empieza a recabar pruebas a intuir que ha sido Al Qaeda, la red de terrorismo que comanda Bin Laden, la responsable de la masacre. A última hora de la noche, un periódico árabe avanza en su página web un comunicado de Al Qaeda en el que reivindica los atentados de la mañana.
Marcha masiva
Ciertamente, a medida que pasan las horas, la pista islámica se va confirmando. El viernes 12 de marzo es otro día histórico para España y para Guadalajara, que se suma a todas las ciudades y pueblos del Estado en el que se producen enormes manifestaciones en contra del terrorismo. La de Guadalajara empieza a las siete de la tarde, mientras llueve con avaricia. Empieza en el Ayuntamiento y termina en el monumento a la Constitución. La avalancha de personas es tremenda. No se cabe en la calle Mayor. La cabecera se abre paso a duras penas. No deja de llover en ningún momento. Al revés. Va “in crescendo”. Toda la ciudad volcada en la protesta y gran parte de la provincia, concentrada en torno a las calles del centro capitalino. El lema es unánime: “Con las víctimas, con la Constitución y por la derrota del terrorismo”. El presidente de Castilla-La Mancha, José Bono, lidera la marcha, jalonada por un silencio impresionante y el grito de rebeldía los estudiantes, de los comerciantes, de los jubilados. De todos.
La respuesta en las manifestaciones es total. La gente se echa a las calles para defender la libertad y la seguridad. El goteo de cadáveres suspende la campaña electoral. El PSOE cancela un mitin en el que participaría José María Barreda e Izquierda Unida hace lo propio con Concha Denche, concejal madrileña. El sábado 13 se produce la jornada de reflexión. Guadalajara amanece tranquila, con las calles mojadas por el agua caída. La gente todavía permanece impactada. Y las elecciones, a la vuelta de la esquina.
Reflexión y elecciones
El día de reflexión resulta polémico en Madrid. Las concentraciones espontáneas frente a la sede del Partido Popular en la calle Génova (también en la de Guadalajara capital en la calle Constitución) y el tono de crispación generalizado, avivan el debate. La cadena SER informa de manera precisa de la última hora en las pesquisas policiales. El Gobierno calla, en el mejor de los casos. O habla para seguir insistiendo en la autoría de ETA, cuando ya nadie en las fuerzas de seguridad lo afirma. Se aferra a un imposible y la pregunta sigue sin responderse: ¿Por qué al Gobierno del PP insistió que fue ETA la responsable de los atentados? Si no fue la banda terrorista, malo, porque ni siquiera se tomaron previsiones. Y si fue ETA, casi peor porque eso significaría que las autoridades y mandos no están preparados para luchar contra una lacra que lleva tantos años golpeando a la sociedad.
Y, ya el domingo 14, el resultado que deparan las urnas en las elecciones generales quita al PP del poder y concede al PSOE la posibilidad de formar Gobierno. José Luis Rodríguez Zapatero será presidente durante los próximos cuatros años. En Guadalajara, la jornada transcurre tranquila y sin incidentes. El PP gana en la provincia y conserva dos diputados y tres senadores. Los socialistas suben, pero no lo traducen en escaños. Izquierda Unida se hunde. Las caras de los dirigentes “populares” son un poema en la rueda de prensa en la que analizan el escrutinio. Alique y compañía guardan un minuto de silencio por las víctimas del jueves. El cambio se consuma. La gente vota sosegada al político que hace bandera del “talante” y el “socialismo tranquilo”. Ajeno a la política, a esas horas, el dolor seguía instalado en el alma de los guadalajareños.
RECUADRO
Periodistas, en la calle y colgados de internet
A las ocho de la mañana del jueves 11 de marzo, Isabel Sánchez y Nando Ruiz, redactores de “Guadalajara Dos Mil”, cogían el coche hacia Madrid para conocer de cerca la tragedia que se avecinaba. A la misma hora permanecían atrapados en la carretera de Barcelona dos trabajadores más de este periódico. Sin poder hablar con el móvil –salvo contadas excepciones- y sin poder hacer nada, más que esperar. La A-2 permaneció colapsada durante horas al estar cortada por los controles de las fuerzas policiales. La Guardia Civil en las cunetas. Los perros rastreando furgonetas por si encontraban más explosivos. Y las manecillas del reloj corriendo. Desde Avenida de América hasta Guadalajara, aquél jueves por la mañana todos los viajeros tardaron tres horas. De media.
Luego subió la temperatura informativa. Las radios y televisiones informaban, unas con más propaganda que otras. A los periodistas de Guadalajara, después de visitar Atocha y los hospitales madrileños, sólo les quedaba seguir con avidez las noticias. Especialmente en internet. Los despachos de agencia y de los propios periódicos iban reflejando la magnitud de la tragedia. Así, lo que empezó siendo una explosión en Atocha “en la que podría haber heridos”, acabó con cuatro trenes cargados de dinamita y doscientos muertos. Los profesionales de este periódico se movilizaron en los lugares de la noticia: en las concentraciones, en el hospital, en la estación de Renfe, contactando con supervivientes, narrando la última hora. Al cierre de la edición del viernes 12, “al menos un muerto es de Guadalajara y 20 personas se encuentran desaparecidas”. En seguida se supo que la cifra de víctimas pasaba de la docena. Los días siguientes trajeron los funerales, en los que cualquier periodista afronta la duda ética de las fotografías; las manifestaciones masivas; y, ya el domingo 14, las elecciones. El ritmo fue frenético. El esfuerzo, titánico. Y las sensaciones, agridulces. Titular a cinco columnas: “La matanza terrorista de Madrid golpea de lleno a Guadalajara”. Contar los hechos, a veces, se convierte en una tarea hermosa. Pero triste.
DETALLE
A tres años del 11 de septiembre
Eclipsados por la actualidad, tan sangrienta, los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos cumplen mañana tres años. Septiembre de 2001 se convirtió desde entonces en una fecha clave en la historia de las Relaciones Internacionales y del terrorismo internacional. Varios terroristas islámicos suicidas estrellaron dos aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York, otro en el Capitolio y un tercero en el Pentágono. Los centros comerciales, político y militar de la primera potencia del globo vieron como eran vulnerados con bastante poca infraestructura. Guadalajara, pese a la lejanía de la tragedia, también quedó sucumbida por las terribles imágenes que exhibió la televisión. Las torres derrumbándose en directo, delante de millones de espectadores. Algunas víctimas lanzándose al vacío desde varias decenas de pisos. Y el Pentágono, maltrecho con un enorme agujero en uno de sus extremos. “Guadalajara Dos Mil” recordó la matanza. Manu Leguineche publicaba varios artículos. “El mundo es peligroso –escribía el veterano reportero- y Bush lo sabe, pero deberá dar una respuesta tranquilizadora ante una amenaza que, hasta ahora, era desconocida. Ha hablado de una nueva fase. Todas las miradas están puestas en él, en todas sus “respuestas y medidas de acción”. Es el momento decisivo de su presidencia”. El cifontino José Julián Labrador, profesor en la Universidad de Cleveland, vivió los atentados en el país atacado, dando clase, palpando la actitud de sus alumnos: “el horror salía por la boca, dejaba arrugas en las caras veinte añeras de los más jóvenes que, por lo común, no siguen las noticias”. Este periódico publicó las impresiones de los políticos de la tierra. Jonás Picazo, subdelegado del Gobierno, contradecía la versión del Ejecutivo al que representaba y decía que “lo que ha ocurrido en EE.UU. es algo que, siendo la primera potencia mundial, ha demostrado que el terrorismo no se puede parar, y para ello se debe pactar entre los Estados, con más humildad que la grandeza que supone ser la primera potencia” (edición del viernes 14 de septiembre de 2001). José María Bris, alcalde entonces, considera que “ha sido una salvajada, creo que el acto terrorista más importante en lo que se refiere al número de muertos”. Ángeles Yagüe, vicepresidenta de la Diputación, opinaba que “es una demostración de que el terrorismo afecta a todos los países del mundo”. Jesús Alique, presidente de la Institución provincial, aventuraba que “este hecho va a modificar el orden internacional”. Magdalena Valerio, delegada de la Junta, aseguraba que EE.UU. “es un país muy poderoso que se puede sentir tremendamente humillado por esta acción y a lo mejor adopta una salida que sea excesivamente violenta”. No hicieron caso Bush y compañía a la hoy teniente alcaldesa del Ayuntamiento de la capital. Después del 11-S, vino la invasión en Afganistán y, el año pasado, el ataque a Irak. Pero el terrorismo no ha cedido un ápice.