El dolor seguirá en la frente
Los rostros eran incrédulos desde primera hora de la mañana. Conversaciones cruzadas. Desayunos sin azúcar. Los teléfonos móviles colapsados. Nadie sabe qué pasa en Atocha hasta que la radio informa: bombas en los trenes cercanías, una matanza indiscriminada. Las ediciones digitales de la prensa describen “el mayor atentado terrorista cometido en España”. Pasan los minutos. El número de muertos alcanza casi los dos centenares y los heridos superan las tres cifras. Un médico espeta, con voz de espanto y llanto irreversible: “no son números, piensen que cada muerto es una familia, un drama”. Y entonces se nos hiela la cara, la espalda se encoge y seguimos leyendo. Los políticos cortan su esperpento para condenar, con palabras ampulosas y hueras, el genocidio civil. “Masacre en Madrid”, titulan todos los periódicos del mundo. Hay paisanos de Guadalajara en los vagones de la muerte. Se cierra la estación de ferrocarril. Llegan heridos al Hospital Universitario. La barbarie crece porque la cercanía afectiva y física añade dosis de realismo. Parece algo menos increíble cuando son tus vecinos los que caen por no sé sabe qué patria, qué Dios o qué putas razones políticas.
No hay tiempo para comer. El periodista huye y desembarca en una ciudad desgarrada por la sangre. En la calle se oyen conversaciones. El tema es el mismo, sean jóvenes o de pelo canoso. Se va yendo el sol mientras comienza a hacer fresco. Los policías agarran la cazadora. Parte de los aledaños de la estación “Puerta de Atocha” está acordonada. Hablamos con colegas de otros medios. Están aturdidos de ver tanta pena. Tratamos de pasar datos a los compañeros pero el móvil se queda sin batería. Un equipo de televisión retransmite subido en la glorieta de Carlos V. La situación está en calma tensa. El periodista es de los últimos que puede acceder a la rampa de acceso a los coches de alquiler, pegando a la avenida Ciudad de Barcelona. Es el único sitio desde el que se divisa el tren reventado dentro de la estación. La estampa no se puede describir. Parece inútil trasladar con fidelidad la catástrofe que transmite. No basta verlo en imágenes de papel o de vídeo. La realidad choca. Los coches del tren calcinados. Uno de ellos partido en dos tal como si hubiera recibido un hachazo. Los amasijos de hierro hechos polvo. Cantidad de objetos esparcidos por el suelo. Los andenes, cubiertos por los restos de la metralla. Sólo unos bancos rojos y algún letrero luminoso han resistido las explosiones. Silencio. No hay oxígeno. Tampoco quedan heridos. Los bomberos y otros equipos tratan de devolvernos a la realidad. “¡Podía haber sido yo!”. Es el pensamiento de todos los obreros, colegiales, autónomos o inmigrantes que viven en el foro. Hoy en Madrid, capital abierta y apasionante, golpeada en el corazón de sus hijos más humildes. Los de Vallecas, El Pozo, Santa Eugenia. Alcarreños muchos. Mañana, quién sabe. El periodista pasea por la calle. Hay menos tráfico. La gente parece más apagada que de costumbre. Algunos insensatos compran como si la tragedia no fuera con ellos. En Sol, los estudiantes gritan en rebeldía. En los pabellones de Ifema los cadáveres van dando la cara. El alma se arruga. La angustia se vuelve coraje.
Cuando estas líneas se publiquen, usted, si quiere, ya habrá votado. Pero el dolor seguirá en la frente.