La pizarra y los perros
El frío que hacía en Guadalajara capital el sábado pasado, a las nueve de la mañana, no predecía el excelente clima que acompañó durante el resto de la jornada. El escritor Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936), que el viernes viajó a Guadalajara para impartir una conferencia sobre “Las guerras del siglo XXI”, pudo palpar de cerca, al día siguiente, el encanto de una de las zonas más atractivas de la provincia: la Arquitectura Negra.
La salida estuvo organizada por el Club Siglo Futuro, cuyo presidente, Juan Garrido, se muestra satisfecho de la estancia del escritor peruano en nuestra tierra. “La verdad –afirma- es que se interesó mucho por todo, preguntó por muchos temas, por las construcciones de las casas, por la gastronomía e incluso tuvo tiempo de charlar con las gentes de los pueblos que vimos”.
Preocupado por el médico
A pesar de que ya lo había visitado en una ocasión anterior, Mario Vargas Llosa quiso que la primera parada de su excusión del sábado fuera en Cogolludo. Allí pudo admirar el entramado de callejas, la extraordinaria plaza Mayor y, cómo no, el mejorable estado de su palacio renacentista. La siguiente localidad del itinerario previsto, Valverde de los Arroyos, le encantó. Se llevó manzanas, reinetas y castañas que, según confesó, “me gustan mucho”. En Valverde, Vargas no dudó un instante en bajarse del autobús y charlar con sus gentes. A un lugareño le preguntó por el servicio sanitario que recibían. A lo que aquél contestó: “muy bueno, no tenemos queja, viene el médico dos o tres días en semana y además tenemos dispensario”. El famoso literato pudo empezar a comprobar el secreto de las casas de esta comarca, construidas con la tradicional pizarra, y que en este rincón valverdano cobran especial hermosura. Los geranios de las fachadas y la disposición del lugar, con el Ocejón encima, añaden dosis inigualables.
Ya en El Espinar, otro pequeño reducto de la Arquitectura Negra, Vargas Llosa no tuvo reparos en, habiéndose declarado admirador de esta tipología arquitectónica, llevarse una laja de pizarra en recuerdo de su paso por estos pagos. El Espinar es un ejemplo paradigmático de la zona: viviendas de una o dos plantas, con láminas negruzcas o amarillas, sin apenas ladrillo ni adobe. En función del color, a la arquitectura se la considera con el sobrenombre de “negra” o “dorada”. Al intelectual suramericano le explicaron que esta arquitectura se encuadra en unas coordenadas físicas y ambientales únicas, en pleno corazón de las serranías: en el cruce del Ocejón y el macizo de Ayllón. O sea, que la naturaleza circundante y la lejanía de la ciudad han hecho posible la conservación de lo que hoy se vende como un destino turístico preferente. Su mujer, que es su secretaria, apuntó en un cuaderno toda la información que ofrecía el camino.
Pan de pueblo
Vargas Llosa recibió en 1986 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 1993 el Planeta y el premio Cervantes. Hoy sigue siendo un eterno aspirante al Nóbel de Literatura. A pesar de los múltiples reconocimientos con los que ha sido galardonado, el escritor conserva la sencillez del trato afable. Lo cual se agradece. Máxime en Majaelrayo. Allí pudo comprar un pan de pueblo, que compartió con el resto de la expedición, y deleitarse con el gusto con el que los vecinos de este pueblo han sabido mantener la esencia de la arquitectura negra.
Finalmente, la ruta concluyó con un almuerzo opíparo en Campillo de Ranas, donde el académico se prestó para el saludo y las fotografías con el personal y los clientes del restaurante Tejera Negra. Después, charló con los periodistas. Aseguró estar fascinado por lo que había sido un auténtico descubrimiento y prometió otra visita al Alto Tajo. Su mujer, mientras, seguía tomando notas. Quizá algún día, el autor de “La fiesta del chivo” rememore en un texto su trato con la pizarra, los lugareños y los perros de la Sierra de Guadalajara.