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2 octubre 2005

El indulto

GUADALAJARA DOS MIL, 12-11-04
Raúl Conde

Con la que está cayendo en el mundo, el diario de Pedro Jota malgasta páginas en hacer campaña contra el indulto a Rafael Vera, sobre el que pesa una condena del Supremo de siete años de cárcel “por malversación continuada de caudales públicos”. O sea, por trincar de los fondos reservados 3,8 millones de euros. El domingo pasado nos desayunamos con una foto en portada de Felipe González. El expresidente lucía jersey oscuro, cazadora negra de cuero y pantalones marrones de pana. La metáfora comparaba la chaquetilla de pana de 1982, bastante cateta, con este otro pantalón, mucho más intelectual. Entre las dos estampas median veintidós años de la vida de este país que, como muy bien predijo Alfonso Guerra, no lo reconoce ni la madre que lo parió. Hoy, algunos socialistas se desgañitan para pedir en los bajos fondos de Moncloa el indulto a un delincuente que fue encarcelado en la prisión de Guadalajara. La calle del Amparo es el icono de la desvergüenza de Estado. Sin embargo, nadie duda de que todo aquello pasó. Como “el paro, despilfarro y corrupción”, conceptos unidos al partido del puño y la rosa a pesar de Naseiro, Gescartera, Ercros y las “stock options”. A diferencia del PP, los socialistas pagaron por sus errores un precio quizá justo, pero elevado. Perdieron las elecciones, la dignidad y el crédito ganado a pulso en los albores de la Transición. Consecuencia de ello, el PSOE se ha visto obligado a pasar el Rubicón: de los polvos felipistas han llegado los lodos de ZP. A unos les parecerá bien y a otros no. Lo que está claro es que Zapatero no puede ser rehén de sus abuelos políticos. El indulto es una medida de carácter jurídico que aprueba el Consejo de Ministros. ¿Es necesario recordar que fue Aznar quien indultó a los dos conocidos reos por la guerra sucia contra ETA? Ni en aquél momento ni ahora, en opinión de los expertos, parecen darse las condiciones para agraciar a Vera. Puestos así, que los jueces decidan y que los ayatolás de la derecha dejen de invocar, de manera obsesiva, a los fantasmas del pasado.