Las empresas del campo
El cielo está despejado y el sol empieza a calentar la mañana. No se ve a nadie fuera de las casas en Aragosa, un pueblo diminuto enclavado en las estribaciones del barranco del río Dulce. Quizá es demasiado temprano, pero el número de habitantes no llega a dos decenas. La calle Canalejas era una vía condenada a la degradación. Sin embargo, hoy luce esplendorosa gracias a que Antonia Barata, extremeña afincada en Guadalajara, decidió ubicar aquí la casa rural de la que es propietaria, llamada “Río Dulce”. La casa tiene jacuzzi y la panorámica que se divisa es espectacular, con las hoces del Dulce al fondo y las águilas oteando el paisaje. El establecimiento abrió sus puertas en septiembre de 1999, gracias a las ayudas del programa Leader. “Yo fui guía turística en California –detalla- y cuando vine aquí, hace doce años, me gustaba vivir en un pueblo. Me trajo una amiga, preguntamos a una señora que vendía una casa, vinimos a verla y, aunque no se podía entrar porque estaba en ruinas, la compré en ese mismo momento”. Antonia Barata vivió en su lugar de nacimiento (Madrid) hasta los veintiún años, en que se marchó a San Francisco, en Estados Unidos, para regresar después convertida en profesora de inglés en la capital alcarreña. Es licenciada en Historia del Arte y da clases de pintura decorativa en madera. “A mí me enseñó la provincia mi amiga Julie Sopetrán, con ella aprendí a conocer y amar los pueblos de Guadalajara y cuando llegué a Aragosa me dije: este es mi sitio”.
El negocio
Abrir una casa rural en un lugar más o menos remoto del área de influencia madrileña no es tarea fácil. Sobre todo porque muchos propietarios son de fuera del pueblo y necesitan un proceso de adaptación. “En los pueblos siempre hay pegas, no en la gente del pueblo, que ha sido muy buena conmigo, pero sí con el alcalde de turno, imagino que en todos los pueblos pasa igual”. A los nativos del pueblo les gustaría que alguien de ellos hiciera algo, es decir, que emprendiera proyectos así, pero ocurre justo lo contrario. “Solicité una ayuda –explica Antonia Barata- a Industria de Castilla-La Mancha y luego al Leader, que me lo dieron antes y en mayor porcentaje. Yo había hecho un curso de turismo rural con el Inem y ya estaba preparada para los trámites”. Asegura Antonia que se ha preparado mucho para hacerse cargo de un negocio de este tipo. “He hecho cursos en marketing, publicidad, relaciones públicas y todos mis conocimientos anteriores me han ayudado, en California era diseñadora gráfica por ordenador, o sea, que no es que de la noche a la mañana me proponga montar una casa rural. No todos saben llevar un negocio así, yo tuve dos antes. La gente se cree que abrir una casa rural es jauja, pero tienes que tener una preparación porque si no, no eres profesional con el público”. Apunta Antonia la queja que realizan algunos turistas sobre la profesionalidad del sector, especialmente en el ámbito de restaurantes. “La gente se queja mucho de Sigüenza. Ha habido cursos y no han ido los de Sigüenza, por eso yo me enojo porque la gente ha viajado mucho y sabe lo que es un trato y un servicio. Y ellos no se dan cuenta porque no salen del pueblo”.
La casa rural de Aragosa tiene 127 metros cuadrados. La inversión económica, reconoce su propietaria, fue elevada y los inicios, difíciles. Pero lo peor de todo es mantenerse. “Sabes que se estropean cosas, que se pierden, que se rompen y tienes que estar siempre al tanto, no vale dar la llave y recibir el dinero, eso es lo que la gente se cree, pero detrás de eso tienes toda la semana de trabajo”.
La comarca
En el norte de la provincia proliferan desde hace pocos años los negocios de turismo rural. No es extraño. La difusión de la zona cada vez es mayor y cuenta con el pilar principal: su riqueza paisajística, cultural y artística. La comarca tiene en el Parque Natural del Río Dulce uno de sus baluartes más destacados. Antonia Barata, pese a todo, se queja de “que la declaración de parque natural no notado mucho todavía, se han limitado a poner una señal de prohibido el paso de los coches en el camino de senderismo”.
Muy cerca de Aragosa, al otro lado del barranco, se sitúa Pelegrina. El castillo es de propiedad privada y permanece en ruinas. El pueblo está solitario. Una vecina nos recibe en una plazoleta, en la que aguanta medio caído un frontón minúsculo. La señora, que confiesa vivir en Madrid y no estar empadronada en el pueblo, se queja de que “todo el dinero se lo queda el ayuntamiento pero a los pueblos de la comarca no llega nada”. Justo al lado, se yergue la casa rural “Pepe Benlloch”, abierta desde julio de 2000. El establecimiento lo gestiona Ana Bedoya, una briocense de 34 años diplomada en Turismo que, además de ésta, gestiona las casas rurales “Jardín de La Alcarria”, la casa de su familia, y “Don Gonzalo”, ambas en Brihuega. Lleva nueve años en el negocio, después de trabajar en hoteles. “Cuando empecé no se hablaba de turismo rural en Guadalajara”, rememora. Ana gestiona la casa pero la atiende otra persona. Y una tercera señora es la propietaria, natural de Pelegrina, que fue quien realizó la inversión necesaria para convertir un caserón de pueblo en un confortable alojamiento rural. El nombre de la casa se debe a su marido, de origen valenciano, ya fallecido. Tiene capacidad hasta para catorce personas. Las habitaciones muestran un aspecto sugerente. La luz del sol entra por todas las ventanas y los espacios son muy abiertos.
Gestionar una casa
Quizá no es una ventaja, pero lo parece: Ana Bedoya no es propietaria de la casa rural de Pelegrina. Su trabajo reside en la gestión que, según explica, exige mucho trabajo, aunque re conoce que vive de ello. La propietaria no se ocupa para nada del negocio. La inversión fue contenida porque no hubo que comprar el solar ni construir el edificio. Importa recalcar eso: que es una inversión, no sólo un gasto. “Yo les pago un alquiler, tenemos un contrato de gestión y yo me ocupo de las casas. De momento vamos bien. No me costó convencerlos porque fueron ellos los que me propusieron hacerme cargo de la gestión”. Bedoya destaca que no se puede hacer una inversión, pongamos por caso, de setenta millones de pesetas para dedicarlo a un negocio de estas características. Hay que controlar bien el gasto porque si no, la rentabilidad es mínima, en el mejor de los casos, o nula, en el peor.
A los pies del pico Ocejón, también en la sierra norte de la provincia, el pueblo de Valverde de los Arroyos se ha convertido en el escaparate turístico de la comarca. En los últimos años han aflorado los comercios de turismo rural: restaurantes, locales de artesanía, casas rurales, alojamientos y hasta un Hostal en las afueras. Concha Sanz es la responsable de la casa rural “El Nido de Valverde”, en el centro del municipio. Cuenta que, siendo madrileña, ella lo que anhelaba era “trabajar en el pueblo, de pequeña en el colegio todas mis amigas hablaban de sus pueblos, pero yo no tenía pueblo, así que me propuse irme a vivir con las gallinas”. Y así sucedió. Se arriesgó y montó esta casa rural que es una verdadera joya: “pero la verdad es que encontré muchas dificultades, me pusieron muchas trabas y parece mentira que sea así, total, luego para darte cuatro duros”. Pese a todo, el negocio marcha.
El trabajo
A tenor de las explicaciones de sus propietarios, sacar adelante una casa rural no resulta tan fácil como lo pintan algunos. Según Bedoya, “en algunos meses no trabajas nada, por ejemplo, estos meses de febrero y marzo han sido malísimos. La propietaria no se acogió a ninguna ayuda oficial, sólo Industria apenas algo para fontanería, unas ochocientas mil pesetas. Igual que en Brihuega en mi casa, me dieron un millón y medio, dime tú qué haces con esto”. Ella se gana la vida con las casas rurales, pero reconoce que “el trabajo me quita toda la semana. No tengo un horario pero hay que estar encima”.
Antonia Barata baja a Guadalajara y Madrid con asiduidad pero vive en Aragosa a diario. Se dedica en cuerpo y alma a la casa. Si no fuera así, el invento se vendría abajo: “abro la casa y la atiendo yo, la alquilo entera y ellos se cocina. Si viene una pareja entre semana, que pasan y se paran, quieren quedarse y, claro, ellos no vienen preparados en alimentos”. Al margen del trabajo, que suele ser más intenso de lo que parece en una primera impresión, está la rentabilidad del negocio. Antonia lo achaca a la tarea de cada uno: “hay gente que cierra porque no lo saben llevar, es rentable dependiendo de cómo lo lleves. Es rentable si tú lo regentas como negocio, si lo haces como hobbie, no es rentable”.
Buscar calidad
En Alcuneza viven unas dieciséis personas al día, menos que las que duermen en el hotel. En Alboreca no vive nadie. En Horna, siete personas y en Olmedillas, tres. Juan Moreno, propietario de El Molino de Alcuneza, cree en el turismo rural como “una forma de ir sujetando la población. Casi nos tendrían que pagar por tener el pueblo abierto”. El Molino abrió sus puertas hace ocho años y fue un establecimiento pionero en su sector. “Nadie entonces –rememora Moreno- creía en este tipo de iniciativas y ahora hay más de veinte en la zona, hemos creado escuela y, sobre todo, una filosofía, un arraigo a la tierra, un algo especial que te da el nacer aquí”. Juan Moreno, de 54 años, y su mujer son nacidos en Sigüenza y sus hijos, por imperativo técnico, en el hospital de Guadalajara. Las raíces las tienen aquí, lo cual marca un signo de distinción con respecto a otros promotores de establecimientos de turismo rural de la provincia.
En la comarca de Sigüenza no es suficiente la oferta turística, a juicio de los promotores. “Es necesario seguir en la línea de la calidad”, apuesta Antonia Barata. Precisamente, en este área, el establecimiento señero es el hotel de Alcuneza, a escasos kilómetros de la ciudad del Doncel. Blanca, la hija de Juan Moreno, es diplomada en Turismo y la primera sumiller de Castilla-La Mancha y su hijo, cocinero y maestro repostero. “Estamos todos metidos en el ajo. ¿Preparación? Toda la que nos pueda dar la vida. Ahora veo que tengo de todo, menos tiempo. Este es un negocio para dedicarle las 24 horas del días, más todas las de la noche”, dice con socarronería. “La gente de Alcuneza se quedaban extrañados y pensaban que donde me metía era una ruina. Ahora se siente orgullosa de haber nacido en un pueblo donde está El Molino de Alcuneza”.
“Hace falta más preparación para profesionalizar el sector”, reclama Ana Bedoya. “Hay gente interesada en el negocio pero otros lo hacen porque tienen mucho dinero o porque se piensan que esto es la gallina de los huevos de oro y se van a forrar. No se dan cuenta del trabajo que conlleva”.
Tipo de cliente
Para Antonia Barata, gerente de la casa rural de Aragosa, “la gente lo que pide es que seas profesional, y aparte, que seas simpática, agradable y limpia, no vale tener una casa rural como si fuera tu casa”. Todos los promotores consultados por este periódico coinciden en señalar que la tipología del cliente medio de un alojamiento de turismo rural suele pertenecer a una clase media media-alta, con cierto poder adquisitivo y preocupado por el entorno y la cultura. Pero no siempre se cumple. “Al principio viene gente que destruía más pero ahora viene otra que cuida las instalaciones”. Juan Moreno, de El Molino de Alcuneza, opina que el tipo de cliente de fin de semana “suele ser gente que sale de Madrid, sobre todo parejas, con niños, y quiere desconectar. Entre semana, es diferente porque viene a trabajar, el cliente extranjero o la clásica reunión de empresas”. ¿Qué buscan? La respuesta es unánime: desconectarse de la rutina. “Ahora mismo –explica Moreno- no hay casi cobertura de móvil y dentro de la casa, nada. Esto lo llevamos a orgullo porque el hecho de estar cenando y no estar oyendo un móvil y las conversaciones, es una satisfacción. Aquí vinieron unos señores a hacer una reunión de empresa, todos con el último aparatito moderno, y se dieron cuenta que no había cobertura. Me preguntaban y les contestaba que lógico, estaban en el campo. Querían poner una antena por allí por allá, pero les dijo que casi no. Soy más feliz cuando no suena el teléfono que cuando lo hace”. Ana Bedoya, de la casa rural de Pelegrina, cree que “hay que desestacionalizar el turismo rural porque fuera de fines de semana y vacaciones hay poco. La gente quiere tranquilidad, descanso y comer bien, aunque se pueden hacer rutas naturales”.
Competencia
Fruto del auge tremendo del turismo rural se abren con rapidez nuevos establecimientos. En opinión de Juan Moreno, no son competencia, sino un complemento. “La competencia es cuando te montan un establecimiento igual que este enfrente mismo, pero cuando es distinto es un complemento. Hay mercado para todos. Aquí hay una tarta muy grande y muchas porciones por partir. Y es más, hay tarta que sobra. Si aquí hubiera ocho paradores y cuatro catedrales más, comeríamos todos. En Benidorm hay 2.000 hoteles y comen todos”. Ana Bedoya describe las diferencias de hacerse cargo de una casa rural en función de su ubicación. “En Pelegrina vienen muchos atraídos por la cultura de Sigüenza. Brihuega, aunque me cueste decirlo porque es mi pueblo, tiene menos tirón. Las casas de Brihuega se venden bien aunque están algo más limitadas porque se venden completas, es un destino que está muy cerca de Madrid”. Confiesa que a ella le salen las cuentas. “No sé si este es un negocio boyante, pero yo vivo de ello, aunque hay que currárselo bastante”.
¿Es caro?
Pasar un fin de semana en la casa rural de Pelegrina, en la mejor habitación, cuesta 97 euros con desayuno e IVA incluido. El huésped se siente como en un hotel, pero ¿es caro hacer turismo rural? Bedoya responde con otra pregunta: “¿qué es caro para ti? Es el precio justo, yo lo que no puedo hacer es vender un habitación por tres mil pesetas. Tú tienes que hacer tus números y saber lo que hay que cobrar”. Sentado en la terraza de su hotel, Juan Moreno subraya que “hay gente que tiene bolsillo para todo. Desde gente que nos pide las coordenadas para venir en helicóptero a otro que nos pide habitaciones más económicas”. Lo normal es un público de poder adquisitivo medio-alto, con cultura. “Aquí la gente no pide el precio, simplemente pagan”.
El Molino de Alcuneza es un establecimiento singular. Ha costado mucho levantarlo, y no sólo hay que hablar de dinero. Moreno espera que sus hijos continúen el negocio: “es uno de los mayores retos que se puede plantear una persona. Yo muchas veces lo he pensado: la generación pasada no ha sabido responder a las expectativas que tenían sus hijos. ¿Por qué se han despoblado estas zonas? Porque no les plantearon un futuro. O todo lo que llegaban a casa eran sudores o lágrimas pero nada más. Era todo sacar lo mínimo para poder subsistir. Para mí el mayor reto es que mis hijos se queden aquí, en esta forma de trabajo o en otras, como una plantación de chopos o lo que sea”. Juan Moreno no emigró. Se quedó trabajando el comercio de sus padres y, además, asegura, “quiero que me entierren donde nací”.
Promoción
El capítulo de la publicidad es fundamental para que prospere un negocio ligado al turismo rural. Nadie se puede dormir, aunque le vaya bien. Antonia Barata pone el ejemplo de los Paradores Nacionales, “que se venden solos pero aun así hacen publicidad, es lo primero que tienes que hacer”. Y Juan Moreno, de El Molino de Alcuneza, opina exactamente lo mismo: “tienes que hacer un esfuerzo constante en la promoción y bueno, España tiene cuarenta millones de habitantes, así que con que te conozcan 500.000 personas, yo creo que ya está bien”.
Moreno utiliza como ejemplo de expansión de su hotel y, al mismo tiempo, del pueblo donde se ubica el alojamiento de páginas web. “Cuando montamos el molino, tú pinchabas la palabra Alcuneza y salían pocas páginas, ahora lo haces y salen miles, casi todas relacionadas con nuestro hotel”. Folletos, catálogos, aparición en prensa y revistas, participación en las ferias del sector, dinamización de los recursos… Los instrumentos utilizados para la promoción son variopintos y, sin duda, numerosos.
Un pueblo reconvertido
El caso de la localidad de Imón es muy especial. Tratándose de una pedanía del Ayuntamiento de Sigüenza, en muy poco tiempo va a convertirse en una central turística. El próximo mes se inaugurará el balneario de aguas termales, un complejo cuya inversión asciende a 600.000 euros. Esta ambiciosa iniciativa viene a reforzar al hotel “Salinas de Imón”, abierto desde hace cinco años con ayuda del programa Leader y con doce habitaciones disponibles. Se trata de un pequeño hotel con encanto ubicado en un caserón del siglo XVII, que fue posada real con motivo de la estancia del rey Carlos III en su viaje a las salinas del lugar. Los propietarios son los mismos que los del balneario, tres socios: uno de Guadalajara, Luis Gamo, licenciado en Bellas Artes, museólogo y profesor de pintura en el palacio de La Cotilla de Guadalajara; y dos de Madrid, Juan Moliner, restaurador de muebles y Jaime Mesalles, licenciado en Ciencias Políticas, Sociología y Marketing. El hotel está decorado con arreglo a la formación de sus dueños y, según describe uno de ellos, dispone de dos empleados, “extranjeros porque los españoles no quieren trabajar y quieren ser jefes, directamente”.
Jaime Mesalles asegura que “el negocio, desde el primer momento, funcionó muy bien. El socio de Guadalajara le hacía ilusión que fuera en su provincia donde montáramos el hotel y estuvimos un año visitando todos los pueblos. El resto de provincias limítrofes de Madrid son más caras para comprar casas”. Eligieron esta zona de Guadalajara “porque todavía está por descubrir y porque nos gustó el pueblo, su orientación, está a mediodía, tiene mucho sol, nos gustó que no hubiera problemas de agua”. La dificultad principal, según explica, “fue la incomprensión de la gente de los pueblos, por problemas culturales, muchos vecinos son maravillosos pero otros han tenido problemas para adaptarse a nosotros, hay gente muy envidiosa y recelosa, pero eso le ha pasado a todo el mundo”. Al margen de esta circunstancia, se encuentran las dificultades estructurales: “nosotros somos ciudadanos de segunda porque pagamos los mismos impuestos que todo el mundo, pero no podemos oír la radio, ni ver la televisión, no tenemos cobertura de móvil, si quieres tener luz en las calles, te las tienes que pagar tú, las farolas y la instalación, si quieres que los desagües funciones, tienes que estar suplicando al alcalde. Estos pueblos están abandonados y devorados por la madre Sigüenza, que chupa todo lo que saca de estos pueblos y no invierte ni una peseta”.
El hotel no es una idea aislada. “Nosotros queremos darle la vuelta completamente al pueblo, por eso hacemos el balneario, por eso hemos conseguido monten un restaurante, dos hoteles y dos casas rurales más en el pueblo, gracias a que convencemos a nuestros amigos”. El balneario de Imón va a ser de los primeros de España que no tiene habitaciones. En veinte kilómetros a la redonda de esta localidad hay 250 habitaciones, contando con Sigüenza, Atienza, Imón (25 habitaciones en total en el pueblo), Alcuneza, Pelegrina, Pozancos, Carabias…El proyecto es de envergadura pero, al parecer, no cuenta con la asunción de todos los lugareños. La gente del pueblo pasa de estos menesteres. “Les parece que estamos locos –recalca Mesalles- y no valoran lo suyo y si pueden, destruyen lo que tienen”. Los tres socios de este hotel se ganan la vida con este negocio, “y vivimos razonablemente bien”, sentencia.
DETALLE
El Molino de Alcuneza, con certificado AENOR
Según explica Juan Moreno, propietario del hotel Molino de Alcuneza, “compramos esta casa para hacerla nuestra segunda vivienda. Entramos aquí mi mujer y yo un 28 de diciembre, hacía un hielo que no veas, no hicimos más que dar dos pasos, nos dimos con el codo y nos dijimos: ‘hemos caído”. Entonces, como ahora vivían en Sigüenza, trabajando en el comercio familiar dedicado al corte y confección. Entre los dos, atienden a ambos negocios. “Mi mujer es la gobernanta de la casa y la verdad es que estamos muy contentos”. La inversión económica fue muy fuerte. “Mucha gente habla de las subvenciones que recibe de la administración, y a nosotros no nos llegó ni para pagar el IVA. Fuimos a los bancos y cajas y nos dijeron que no a un préstamo porque lo consideraban ‘un negocio de dudosa viabilidad’; ahora están detrás de nosotros para podernos recaptar y, evidentemente, les va a costar mucho”. Los bancos, como los políticos, no creían hace pocos años en el turismo “ni en una fantasía como este hotel, que es una realidad. Vamos, en el banco no se rieron de mí, pero sí noté el esbozo de la sonrisa”, confiesa. El recurso que utilizó esta familia para rehabilitar el molino fue vender una parcela que tenían en propiedad en el casco urbano de Sigüenza. Llegaron a un acuerdo con la constructora: ésta construía el hotel a cambio de la parcela. Y así fue. Las obras duraron dos años. El hotel tiene diez habitaciones decoradas de una forma exquisita, cuidando hasta el más mínimo detalle. En la forma y en el fondo. Y el agua del río Henares hirviéndose a los pies del cliente. Desde la planta principal, a través de las ventanas de cristal instaladas en el suelo, se puede ver el agua del río, el molino que da nombre al establecimiento y hasta dos cangrejos. Al lado, el salón de luz, por donde el sol penetra con fuerza. Fuera del recinto, la maravilla natural. El césped, la terraza, el clima serrano. Las piscina se abrió hace un lustro y dentro de poco habilitarán una pista de tenis. Hoy este hotel ha alcanzado su máxima cota de prestigio y reconocimiento a escala nacional después de conseguir, recientemente, la concesión de la ISO/9001 y 14001 en Calidad y Medio Ambiente. Es el primer hotel de Castilla-La Mancha en conseguirlo y el número doce por AENOR en toda España. En plantilla, el hotel dispone de cinco trabajadores, pero salen ocho sueldos en total.