El centro busca el norte
Entrado ya el siglo XXI, resulta que una de las ciudades más antiguas de la península Ibérica, escenario de viejas batallas y acontecimientos importantes en la historia del país, apenas conserva huellas de su pasado. O, al menos, las pocas que conserva no se visualizan, como en otras ciudades de su misma raigambre, en la existencia de un casco histórico bien delimitado y acondicionado. Guadalajara, en esto también, sigue mostrando una ignorancia supina de su propio pasado.
Hace tres semanas, el actual equipo de gobierno del Ayuntamiento de Guadalajara hizo público su primera medida para intentar recuperar el casco histórico de la ciudad. Se está ultimando el pliego de condiciones que va a regular el concurso para la redacción de este “Plan Especial”. Pero, a la vista de las barbaridades cometidas en sus edificios y en el entorno, ¿cabe la posibilidad de recuperar un casco viejo que hace mucho tiempo que, como tal, dejó de existir? Esta es la pregunta que tratamos de escudriñar de la mano del historiador e incólume defensor del patrimonio local, Pedro J. Pradillo. Nadie mejor que él conoce las entrañas del casco viejo y nadie como él sabe de las intentonas fallidas, por su escasa consistencia, en los planes para rehabilitarlo. Por este motivo, ahora se muestra escéptico: “no me creo que este plan sirva para algo cuando, en realidad, las normas de actuación en el casco deberían reflejarse en el Plan de Urbanismo. Si fuera así, no se necesitaría ningún plan específico”, sentencia.
Barbaridades
Según los gestores municipales, el casco histórico de Guadalajara comprende una zona delimitada por el barranco del Alamín, la huerta de San Antonio, la plaza de los Caídos y el paseo de las Cruces. En sus más de 2.100 viviendas residen más de 8.600 habitantes. Las medidas de este plan estarán encaminadas a la renovación de edificios y la restauración y reutilización de bienes de interés histórico. Son prioritarios el Alcázar, la Puerta de Bejanque, la iglesia de San Francisco o los jardines del Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo. Asimismo, se establece “la necesidad de mejorar la calidad ambiental” de una docena de espacios urbanos, entre ellos el área formada entre la plaza Mayor, la de Dávalos y la de los Caídos. Todavía no se ha terminado de redactar el pliego de condiciones, pero ya conocemos la forma de concesión: será por concurso público y el ganador obtendrá la nada despreciable cantidad de 220.000 euros (casi 37 millones de las antiguas rubias).
El paseo con Pradillo empieza en la fealdad de la ampliación de la casa consistorial y el edificio rosado de Caja Navarra, sigue con los rótulos estridentes en la plaza de los Caídos y termina en la hecatombe que se proyecta en el parque lineal del Alamín, con construcciones pegadas al trazado del paseo, enfoscadas, a modo de celda con respiraderos para los garajes, en fin, todo un prodigio de sostenibilidad. Entre medias, un reguero de desmanes: elementos arquitectónicos grotescos, invenciones modernas que no casan con la historia, aportaciones “sui géneri” de particulares excéntricos, derribos descontrolados, edificaciones inexplicables como las ya clásicas de Ibercaja o las contiguas a la iglesia de la Antigua. Y así hasta un largo etcétera. Hay algunos aciertos, como el edificio de seguros Santa Lucía o algunas fachadas de la calle Miguel Fluiters. Pero son los menos. Lo habitual es que se haya dejado construir un edificio de ocho plantas justo al lado del antiguo palacio de los Calderón. Que se derriben en 1976 dos nobles casonas en la plaza de Beladíez para levantar dos bloques, eso sí, muy modernos: la delegación de Obras Públicas y los Juzgados. Que se deje arruinar el palacio de los Guzmán o cómo, en 1990, el Ayuntamiento demolió el palacio de don Enrique de Aragón para crear una plaza delantera en la Concatedral de Santa María.
“El problema se remonta a finales de los cincuenta, cuando Guadalajara es declarado polo de descongestión preferente de Madrid y, desde la capital, se convence a los políticos de aquí para que apuesten por una ciudad moderna. Ahí se acabó el patrimonio”, explica Pradillo, quien subraya que, hasta entonces, Guadalajara era un conjunto histórico notable a punto de conseguir la catalogación como tal. Todo se fue al garete por querer abrazar el desarrollo, la especulación inmobiliaria y el crecimiento desordenado. “Dime tú ahora, después de treinta años, ¿cómo resuelves esto?”, se pregunta Pedro J. “Es imposible derrumbar todos los edificios estridentes del casco histórico, así que podemos decir que éste no existe y que, en lugar de tanto plan especial, lo que se me ocurre que podría hacerse son actuaciones específicas en cada edificio y en cada rincón, para embellecer más que otra cosa”. A la falta de iniciativa, Guadalajara suma una carencia alarmante de recursos económicos. Y no es lo mismo animar a un particular a que construya intentando respetar el entorno –que ni siquiera eso se ha hecho en muchos casos- sin un duro que sufragando el 80% de la inversión, como en Santiago de Compostela. ¿Tiene futuro el casco histórico de Guadalajara? Si es que existe, parece que poco.
FOTO 1 Plaza de los Caídos y Miguel Fluiters
Estas casas son aledañas al palacio del Infantado, en el final de la calle Miguel Fluiters con plaza de los Caídos. El Ayuntamiento hace las normas urbanísticas para controlar las edificaciones de la ciudad, pero en el casco histórico se ha dejado la manga ancha y “no ha defendido el patrimonio”, según Pedro J. Pradillo. La reordenación de la plaza de los Caídos se sacó a concurso. Pocos han quedado satisfechos con el trabajo: “cuando haces una intervención, tienes que hacer una profunda reflexión y aquí nadie ha estudiado si esto se adecua a la idiosincrasia del casco histórico de Guadalajara”. ¿Qué es lo que identifica al casco de Guadalajara con el de otras ciudades? “Pues en principio que no lo tiene –responde Pradillo- y, segundo, por ejemplo, la indignidad de los carteles de los edificios colindantes al Infantado. Todas estas cosas, reguladas por la normativa municipal, no se ha cumplido”. Los edificios de la fotografía conservan una adecuada línea historicista. Fallan los letreros. En la calle Miguel Fluiters, edificios como el de Correos o el Hotel España conservan el sentido original, pero otros no, como la mole donde se ubica Ibercaja o el bar Soria. Habría que conservar las cornisas con el gusto arquitectónico preciso de cada época, los antepechos y demás elementos propios. “El plan del Ayuntamiento es propaganda electoral y no va a servir ni para corregir lo que se ha hecho ni para hacerlo mejor a partir de ahora”, sentencia Pradillo. El propio colegio de arquitectos, ubicado al final de la calle Teniente Figueroa, era un palacete derribado del siglo XIX.
Foto 2 Calle Román Atienza y Dávalos
Subiendo hacia la plaza Mayor, a mano derecha queda la calle del Dr. Román Atienza. La carnicería Torcal permanecerá abierta, por lo que “no se cargarán este edificio; en Guadalajara los edificios históricos se mantienen por los negocios”. En la plaza de Dávalos, a juicio de Pradillo, la reconstrucción del palacio del mismo nombre ha sido “un bodrio y a ver con qué autoridad moral se plantan las autoridades ante los propietarios para exigirle esmero en la rehabilitación”. El palacio, erigido en el siglo XV, se derribó para levantarlo de nuevo, sin respetar artesonados, ni la escalera principal y otros elementos, y destinarlo para un uso que no era el original. “La biblioteca ha quedado funcional y moderna, pero ya no es el palacio de Dávalos”. ¿Por qué cuando se aprueba el Plan General de Urbanismo no se hace un catálogo racional de los edificios a recuperar? Otro handicap: la escasez de ayudas. En la época del PP, “te ponías a arreglar un lavabo que te costaba más de 300.000 pelas y te daban 10.000 pesetas…”
Foto 3 Virgen de la Antigua y mole
La utilización del ladrillo visto y las casas enfoscadas son dos elementos estridentes habituales en el casco histórico de Guadalajara. Tales edificios suelen acompañarse por aleros inapropiados y terrazas. El plan general de urbanismo permite estos desmanes, al margen de la redacción del Plan especial del casco histórico que ahora impulsa el Ayuntamiento. “Los arquitectos protestan porque no les dejan diseñar, pero si tanto quieren diseñar, hazme unos edificios extraordinarios en Aguas Vivas”, comenta Pradillo. En Guadalajara, los experimentos han sido legales. La norma permite casi todo y así, por ejemplo, se construyen edificios modernos, de varias plantas, justo al lado del santuario de la Antigua, en frente del mercado de Abastos. En el entorno hay casas integradas. Otras no, fruto de la reinterpretación de determinados arquitectos, “que nos llevan a estos desastres”.
Foto 4 Edificio blanco y mole
La confluencia de la cuesta del Matadero con la calle donde se sitúa la iglesia de la Antigua no es una plaza en sí. Es un espacio, perteneciente al casco histórico, sumamente degradado. ¿Qué hacer cuando el proceso es irreversible? Según Pradillo, “intentar hacer algo medianamente inteligible, como el edificio blanco, que intenta conectar el edificio antiguo de la iglesia con moles modernas como las que están en la parte trasera”. Es difícil diseñar en estos espacios. Para Pedro J. “este edificio le parece valiente e inteligente”. El edificio blanco repite el volumen de la iglesia de la Antigua y hasta el juego en el diseño: una masa blanca articulada longitudinalmente con huecos alargados. Esta estructura, dividida verticalmente con tramos estrechos y alargados, provoca una sensación de duplicar el edificio adyacente. Sobra el ventanal cuadrado.
Foto 5 Arquitectura tradicional de Guadalajara
El Plan general de ordenación, en el ámbito del casco histórico, brilla por su ausencia. Así que, tal como cuenta Pradillo, “vamos poniendo parchecillos y al final queda la ciudad que tenemos”. Habría que analizar este tipo de fachadas que muestra la imagen superior, que responde a un esquema básico de arquitectura tradicional de Guadalajara, de toda la provincia y especialmente la capital. Es una tipología sencilla que parece no gustar a los arquitectos posmodernos. El edificio que aparece en la fotografía y colindantes, situados detrás del mercado de Abastos, están condenados a desaparecer y van a ser derrumbados próximamente. A su lado, edificios con cresta en la azotea que nada tienen que ver con los antepechos ni las balconeras ni el resto de elementos tradicionales. Muy cerca, se derrumbó el Hostal del Reloj para construir una mole que no respeta ni los aleros de madera (que son de hormigón) ni tan siquiera la línea de construcción con el resto de edificios de la vía. Todo esto, a dos pasos de la plaza Mayor.
Foto 6 C/. Horno de San Gil
En la plaza del Concejo se ubica uno de los edificios emblemáticos con el que se identifica el desaguisado del casco histórico arriacense: el edificio del Concejo, junto a las ruinas de la iglesia de San Gil. La plaza está diseñada sobre dos plantas. Habría que tirar el edificio negro, lo cual es imposible. En la parte superior de la plaza, un edificio levanta dos plantas más del original y, en ese mismo callejón, al fondo, el mármol del bloque de una tienda clásica de la calle Mayor. Detrás de San Gil, un edificio de neomudéjar toledano, estilo con poca tradición en Guadalajara. Muchos edificios eran así, aunque se enfoscaban. Aquí hay edificios de dos alturas (más no está permitido), aleros de madera y antepechos. A su lado, la calle Horno de San Gil, en cuesta, una de las mejores conservadas del centro histórico capitalino, aunque se echa en falta la parra característica que cruzaba sus tejados. Era un detalle demasiado rural para la Guadalajara de nueva planta.
Foto 7 Convento de San José (futura plaza)
El espacio que ilustra la fotografía está destinado, según el diseño municipal urbanístico, para ubicar una gran plaza que debería conectar la ciudad vieja con la nueva, es decir, el casco antiguo con el polígono residencial de Aguas Vivas. La estampa es parcial y horrorosa, con edificaciones al fondo desiguales y de escasa belleza. Pese a todo, se quiere imponer una plaza que, en realidad, conectaría bien poco porque, pese a todo, será necesario habilitar una calle para unir el lugar con la escalinata que lleva a Aguas Vivas. El espacio está junto al convento San José. Pradillo: “se derribó un conjunto de edificios históricos para, al final, mostrar esto” [justo lo que se aprecia en la foto, es decir, nada, bloques de hormigón].
Foto 8 Bloques por casonas
La consecuencia de este tipo de edificaciones es la declaración de Guadalajara como polo de descongestión madrileña. Estos planes no contemplaban la conservación del entonces “conjunto histórico-artístico” que era el casco de la ciudad. Edificios de altura descomunal, auténticos frontones con paredones inmensos. Este edificio da a la antigua carretera de Zaragoza. Suerte que, al menos, la fachada no es enfoscada. El arquitecto era consiente que sí iba a ser vista. “La práctica de alterar el trazado urbano secular –explica Pradillo- para crear espacios que modernizaran el casco antiguo, quedó ratificado con la aprobación del Plan General de 1999. Así que, además destruir los inmuebles históricos, se pretende borrar el callejero medieval arrasando barrios enteros, como el de Budierca”.
Foto 9 Más piedras en el barranco del Alamín
El plan general de ordenación urbana prevé una fachada corrida ceñida al borde del parque lineal del Alamín, aprobado por unanimidad en el pleno. “Esto quiere decir –matiza Pradillo- que el barranco del Alamín va a perder su perfil de barranco para dar un perfil urbano, todo el arbolado salvaje se va suprimir para que veamos, desde el barranco, una fachada muraria donde van aparcamiento subterráneos, el frontón ideal, de unos 12 metros de altura, para llenarlo de graffitis. ¿No estará mejor integrada la ciudad a un barranco que hemos ordenado con una zona de bosque controlado, que nos tapa todas las construcciones que decimos que no hemos sabido hacer?”. En esta doble fotografía se observa perfectamente qué es lo que ya se ha hecho en el barranco del Alamín y ahora se pretende reproducir en el otro costado. Son muros pantalla totalmente irracionales que ofrecerán una línea de paseo, por decirlo finamente, poco agradable. Unos metros más abajo, el edificio del Alcázar espera la financiación que le dote de nueva vida. Tampoco se ha librado de la escabechina urbanística. A su lado, ya han brotado auténticos monstruos erguidos sobre terrenos no permutados.