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2 octubre 2005

‘Guadalajara’, el primer tanque que liberó París

Los carros de combate de los republicanos españoles estuvieron en la vanguardia de las tropas aliadas durante la entrada en París después del desembarco de Normandía
GUADALAJARA DOS MIL, 11-06-04
Raúl Conde

La resistencia francesa recibió el aviso del Día D por la radio. Los versos de Paul Verlaine, “los largos sollozos de los violines del otoño”, fueron la clave para anunciar el histórico desembarco de Normandía. En su travesía desde África hasta París, el general Leclerc estuvo acompañado por un grupo de milicianos españoles, todos republicanos. A la novena Compañía de la 2ª División Blindada pertenecían los carros de combate que tomaron París, dos meses después del desembarco. Sus nombres: ‘Guernica’, ‘Don Quijote’ y, cómo no, ‘Guadalajara’.
La nomenclatura no era casualidad y hacía referencia a símbolos hispánicos como la figura del ingenioso hidalgo manchego, así como las principales batallas de la Guerra Civil española. Guadalajara fue sinónimo de victoria para los republicanos, que propinaron una soberana paliza a los brigadistas italianos que Mussolini envió para colaborar con el general Franco. La derrota de los fascistas en 1937 en los campos de la Alcarria fue amplificada por la propaganda republicana. Es probable que el modelo del tanque “Guadalajara” que hizo entrada en París en agosto de 1944, dos meses después del desembarco aliado en Normandía, fuera el mismo utilizado por los republicanos en la batalla de Guadalajara en la contienda civil. Lo que es seguro es que, a tenor de lo que contaron las crónicas, el primer tanque de todos en entrar en París, junto a la 2ª División Blindada, fue el ‘Guadalajara’. Los milicianos republicanos eran unos 2.500 combatientes españoles –ahora ignorados en la conmemoración de la cita- sobre todo anarquistas que sorprendieron a los mandos aliados por su valentía.

TB-26

Según apuntan los expertos en la materia, del T-26 modelo de 1931 con dos torres gemelas se construyeron dos variantes, además de la versión lanzallamas y portapuentes. En 1933 se decidió instalar sobre el T-26 el nuevo cañón de 45 mm en una sola torre, que sería común a los carros BT-5 y T-35. Esta nueva torre era cilíndrica con una escotilla superior y un cajón trasero para el utilllaje. Esta versión con una torreta única se denominó T-26B y fue la utilizada por los “rojos” en la que Hemingway llamó batalla de Brihuega.
En el frente del Jarama, los blindados gubernamentales consiguieron retrasar el avance rebelde contra Alcalá de Henares, mientras en que en la provincia guadalajareña una sola compañía de T-26 capitaneada por José González Gadea, operó sobre Almadrones, Castejón de Henares, Mirabueno y Algora sosteniendo a la infantería y retrasando el ataque italiano. Además, durante la contraofensiva republicana, esta misma unidad intervino en Trijueque, palacio de Ibarra y carretera de Brihuega. En esta última población se perdieron siete carros.
El 12 de marzo de 1937, la aviación republicana, operando desde aeródromos con pistas de hormigón, machaca las divisiones motorizadas del cuerpo de voluntarios italianos (CTV) atascados en el barro de los alrededores de Brihuega. En uno de sus ataques, muere el general Luizzi, jefe del Estado Mayor de Roatta. Y en la ciudad de Guadalajara se sitúa el cuartel general de la aviación rusa que apoya al Ejército republicano. Mientras, los carros de combate TB-26 avanzaban en la retaguardia de la división Lettorio del CTV. Siete años después, volverían a situarse en la avanzadilla de la lucha por las libertades acompañando a las tropas aliadas en su periplo desde África hasta la liberación de París, símbolo de la caída del Tercer Reich.

El Día D

El pasado domingo se celebró el sexagésimo aniversario del desembarco en las playas normandas que supuso el principio del fin del nazismo. Fue el 6 de junio de 1944. La sangre corrió en abundancia. El periodista Manuel Leguineche lo narra de la siguiente manera: “La idea que se hicieron los aliados fue que debía ser un desembarco apabullante, una invasión en toda regla, con la maquinaria de guerra estadounidense puesta al servicio de la operación ‘Overlord’, decidida por Roosevelt y Churchill en agosto de 1943 en Québec. Una operación naval abrumadora (sorpresa y potencia de fuego) unida a un apoyo aéreo masivo con la utilización de unidades de paracaidistas a gran escala. Una compañía perdió el 96 por ciento de sus hombres en los primeros quince minutos de desembarco. “Sólo hay dos clases de hombres –arengó un general a las tropas-, los muertos y los que vais a morir”. Cerca de 400.000 norteamericanos dieron la vida por nosotros en la última guerra ‘moralmente correcta’ librada por los EE.UU. Once meses más tarde se rendían los nazis. Desde hacía dos años Stalin reclamaba un segundo frente, una maniobra de diversión que aliviara el peso que los soviéticos recibieron con la guerra. El presidente Roosevelt no dio el sí a Churchill hasta que concentró en Inglaterra navíos (6.483), hombres, (cinco divisiones), a 11.000 aviones (frente a 183 cazas alemanes), material suficiente (cinco millones de toneladas) para desbordar a los alemanes en el Muro del Atlántico. Un esfuerzo tecnológico y una solidaridad sin precedentes. Churchill hubiera preferido otra estrategia: marchar sobre Berlín desde el Mediterráneo, a través de lo que llamaba “el vientre blando de Europa”. Pero se impuso la tesis norteamericana, para no permitir que los rusos corrieran más rápido hacia el objetivo. El general Eisenhower fue elegido jefe militar de la operación. Había aprendido de los errores de otros desembarcos como el de Gallipoli. El que paga manda. Se pensó que sería necesaria una noche de luna llena para felicitar la misión de los paracaidistas, de marea baja al amanecer para superar los obstáculos colocados en las playas. Mandaba, una vez más, la meteorología. El 6 de junio mejoraría el tiempo, pero el 5 se vivió una feroz tormenta. El mariscal Rommel se fue a Belín para celebrar el cumpleaños de su mujer, algunos de los principales generales de Hitler aprovecharon para reunirse en París con sus amantes. Los aliados pagarán muy caro su éxito. En el sector de Omaha perdieron la artillería pesada y 22 de los 27 tanques anfibios. Los nazis combatieron como leones, pero pronto se quedarían exhaustos, sin material, repuestos, sin carburante ni municiones. Eso que sus carros de combate y su artillería eran superiores. En cambio, el abastecimiento desde Inglaterra nunca se detuvo”.
Con motivo de la efeméride, diecisiete jefes de Estado participaron en una ceremonia de celebración en Normandía, en el cementerio en el que reposan los miles de soldados caídos en el acto. Todo saludaron el nuevo orden internacional, “en paz”, y la trascendencia para la libertad que significa el Día D.