Cela, un cadáver que vende
Algún iluso podría creer que la llama de Camilo José Cela, último español en conseguir el premio Nóbel, se apagaría con su muerte. Pero no. Al revés. Su figura está siendo pasto del recuerdo de multitud de gentes que le trataron en vida y que ahora se deciden a publicar sus recuerdos. A la espera de ver la luz la que, sin duda, será la biografía total celiana, obra que escribe en Guadalajara el que fuera amigo suyo, Francisco García Marquina, otros libros han calentado el ambiente y han permitido retener en la memoria la curiosa existencia del marqués de Iria Flavia.
Hay tres libros que sobresalen por su proyección, aunque de diferente factura y crítica. El primero se debe a Francisco Umbral, autor del volumen “Cela: un cadáver exquisito” (Planeta, 2002, 224 págs.). El segundo, publicado en octubre de 2002, lleva por título “Desmontando a Cela” (Ediciones Libertarias, 252 págs.) y es una mascarada, entre cómica y cínica, del autor del “Viaje a la Alcarria” por parte de Tomás García Yebra, periodista de la agencia Colpisa. Y, finalmente, en los últimos días ha irrumpido en las librerías el testimonio de Gaspar Sánchez Salas, antiguo secretario personal del literato, titulado “Cela: mi derecho a contar la verdad” (Belacqua, 2004, 236 págs.). El objetivo de éste último podría resumirse en una sola frase: la razón completa la llevaba Rosario Conde, primera esposa de Cela, y su hijo Camilo José Cela Conde, mientras Marina Castaño encarna todos los defectos habidos y por haber. Y, a partir de ahí, rememora sus tiempos de “estrecho colaborador”. En media de esta nómina apareció la extensa biografía celiana indagada por el hispanista Ian Gibson, con más ligereza que acierto en varios aspectos, según los eruditos en la vida y obra del Nóbel.
El Espinar
Sánchez Salas, que ya publicó “Cela: el hombre a quien vi llorar”, empieza narrando su primer contacto con C.J.C. “Fue el día 4 de abril de 1992, sábado, jamás podré olvidarlo. Me habían avisado desde su residencia citándome para la fecha señalada. No creo que sea necesario describir lo que sentí cuando mi primo Félix, desde Azuqueca de Henares en Guadalajara, me acompañó hasta la finca de ‘El Espinar’, a apenas siete kilómetros de la capital alcarreña, llevando una cámara de vídeo, otra de fotos y una grabadora para que aquel anhelado encuentro quedara registrado con el permiso del propio Cela”.
Sánchez se confiesa colaborador personal de Cela, ayudante de jardinería, recadero y chófer. “Alguien de Guadalajara me llegó a decir que tuviera mucho cuidado con la mujer de Cela [Marina Castaño] pues tenía fama de pesetera y también de que trataba a los empleados con altanería, a quienes quería tener a su completo servicio por un miserable sueldo, quizá por aquella máxima de ‘no sirvas a quien sirvió ni pidas a quien pidió’… pero es que a mí ni siquiera se me pagaba, mi situación era más próxima a la de un esclavo”. Relata un día cualquiera de trabajo con los Cela, que para él finalizaba pasado mediodía: “sobre las dos de la tarde yo me iba para Guadalajara a comer en mi casa mientras Cela practicaba lo que él denominaba el yoga ibérico, es decir, la siesta española, nadie le quitaba esas dos o tres horas de sueño, ‘de pijama, Padrenuestro y orinal’, como él decía y que todos los días cumplía disciplinadamente”.
El premio Cervantes
La concesión del premio Cervantes también la vivió Sánchez Salas de primera mano y es muy curioso el relato que realiza de las horas previas y posteriores a su concesión. “Durante la mañana del 23 de abril de 1996 se vivía en “El Espinar” un ambiente de extraordinaria felicidad, a mí me habían dejado el día libre para poder asistir al acto, y si bien no tuve que trabajar, sí me fue para la finca de Cela una hora antes de lo habitual para salir todos desde allí rumbo hacia Alcalá de Henares. (…) Después de la sesión fotográfica familiar se sentó en el salón y habló sobre el evento con todos nosotros. Poco tiempo después empezaron a venir a la casa los amigos más íntimos del Nobel, entre ellos Francisco García Marquina, Ascen y Toya Velasco. Y al cabo del rato apareció la eterna aspirante a marquesa tan elegante como el resto. A decir verdad, la señora Castaño, sin ser guapa, ni tampoco alta, ni poseer una figura estilizada ni mucho menos esbelta, se le podría adjudicar el calificativo de “resultona”. Marina Castaño está en el ojo del huracán, permanentemente, durante todo el texto.
La boda
Cela y Marina Castaño se casaron por lo civil el 11 de marzo de 1991 en su casa de Guadalajara y quisieron volverlo a hacer a través de la Iglesia. Para tal fin, seleccionaron el lunes día 29 de junio de 1998. “Alrededor de una hora antes de comenzar la ceremonia empezaron a llegar los invitados, un total de setenta y una personas se dieron cita en la casa, entre ellos, además de los amigos de Guadalajara, se encontraban Álvarez Cascos y su mujer, Gemma Ruiz, Antonio Mingote, Fernando Fernández Tapias y su novia Nuria González, los hermanos de Cela (José Luis, Ana y Maruja), Nina Trulock, etc. Los padrinos del enlace fueron el presidente del Congreso, por entonces, don Federico Trillo, y Laura, la hija de la consorte”.
Umbral, en su libro “Cela: un cadáver exquisito”, asegura que el escritor pasaba mucho tiempo “solo y casi imposibilitado de sus rodillas crujientes”. Sánchez lo confirma, ironiza sobre las ausencias de su mujer aunque desmiente que Cela “estuviera desatendido”. Y reflexiona: “aquel clásico literato, que en otro tiempo había sido capaz de recorrerse la Alcarria a pie y de ir plasmando sus vivencias en un cuaderno para convertirlas en un bello y clásico libro de viajes, ahora se encontraba viviendo en el más profundo escenario alcarreño de antaño rodeado de cerretes, de colinas abruptas y rojizas coronadas de verde con el curioso nombre de colinas de Cervantes”. Sánchez pone en boca de Cela las siguientes palabras: “oye, Gaspar, no me dirás que este paisaje no es bonito. La Alcarria es un bello país, ¡me siento tan a gusto aquí!”
Puerta de Hierro
El traslado de los Cela a Madrid fue una decisión provocada por su mujer. Así se desprende de las palabras de su antiguo secretario, que reconoce la mejoría del escritor tras su abandono de las tierras guadalajareñas. “Ya en Madrid, Camilo se mostraba mucho más relajado que en Guadalajara frente a su mesa de trabajo. A disciplina de la que hacía gala en “El Espinar”, ahora, en Puerta de Hierro, había sufrido serias transformaciones, sobre todo tras haber finalizado su última novela, “Madera de boj”. Creo que Cela, quizá al saberse viviendo en esos “días regalados” –como él decía una y otra vez- decidió darle más gusto al cuerpo y disfrutar de los pequeños placeres que le aportaba la vida, aunque también es cierto que en Madrid su salud empeoró considerablemente”.
Después vinieron los paseos por El Pardo (en realidad, según cuenta Sánchez Salas, se iban a tomar cervezas y pinchos de tortilla) y la rehabilitación en una clínica de La Moncloa. Para Cela, era el principio del fin, que llegaría el 17 de enero de 2002. “Algo dentro de mí se iba también para no sé dónde cuando tuve conocimiento de la desgraciada noticia”.
Las charlas
La segunda parte del libro la dedica el que fuera secretario personal de Cela a rememorar sus charlas con éste. A propósito del “Viaje a la Alcarria”, escribe: “¿Por qué eligió la Alcarria, don Camilo, para hacer su viaje?”. Le contesta Cela: “Bueno, es un bello país, y a pesar de estar cerca de Madrid no era muy conocido… Por cierto, si quieres profundizar en aquel viaje, Paco Marquina hizo un estudio muy bueno y muy curioso sobre mi viaje, pregúntale a él lo que quieras, ¿te regalé su libro?”. Recrea un diálogo con Cela en el que interpela al premio Nóbel sobre la veracidad de todo lo que cuenta en el famoso libro. La respuesta: “Bueno, casi todo…, es una novela de viajes no una crónica, ¡cuidado!, y hay cosas que simplemente no las pongo. Por ejemplo, el día 11 de junio dormí en la cárcel, aunque en el libro no lo digo, me encerró el alcalde, el tío Demetrio, que estaba borracho”.
DETALLE
Entre la chanza y el descrédito
En su libro “Cela: un cadáver exquisito”, Francisco Umbral llama “Camilín” al que fue su amigo, le reprocha que siempre hablaba “mucho de sí mismo” porque “Cela siempre hizo de Cela”. A medio camino del desaire, el insulto y la ternura filantrópica, Umbral desgrana los pasajes vitales más importantes del último Nóbel español. “Cela era un genio del vivir y del escribir viviendo y del vivir escribiendo, y en esto es donde queda portentoso, aunque no lo hayan dicho nunca los críticos”. Umbral considera que “La colmena” es la mejor novela de Cela, aunque lo valora más como regenerador de la prosa viajera. Y ahí es cuando surge “Viaje a la Alcarria”. “Aparte los manejos de Cela, Alcarria es un libro bellísimo, sencillo, corto, lírico, realísimo, emocionante de simplicidad y talabarteado de verdad”. Considera Umbral que “el género monográfico de Cela es el libro de viajes, todos ellos buenos, donde acumula sabiduría, itinerario, descripción, narración, metáfora y verdad de la España profunda”. Como nexo, se podría ligar este análisis a los almuerzos celianos, ya clásicos: “lo más apetitoso y apetecible de estos yantares celianos son los comistrajos que él se prepara con un poco de queso viejo, una sardina en aceite que ha perdido el aceite, como la señorita que pierde el chal, una astilla de jamón, un pedazo de pan que sabe a pueblo y unos tragos de vino que son mil vinos mezclados y saben a vinagre. Todo esto parece muy sabroso a las seis de la mañana, cuando se despierta el primer pájaro”.
“Es importante Alcarria, por sí misma y porque inaugura o reinaugura en España la literatura de viajes, que supone una huida a la España profunda, para salvarse de los continuos homenajes de Madrid y de la gloria de los periódicos. Por eso me jodió que Camilón organizase homenaje a libro tan puro y comprendí una vez más que la pureza lírica nada tiene que ver con la pureza/impureza corporal”.
Matiza Umbral que “con dos vocaciones tan contrapuestas como la de hombre rico y la de escritor pobre, minoritario, Cela ha conseguido conjuntarlas, plantearse siempre proyectos muy ambiciosos e ir viviendo de los que le han salido, que otros no. El dinero le afirma en sí mismo tanto como el triunfo social, pero sabe que el dinero es implacable con los tontos, con los pobres y con los resignados. En un principio triunfó para ser él. Luego ha triunfado por ser él”.
Por otra parte, en su libro “Desmontando a Cela”, el periodista Tomás García Yebra trata de desacreditar a Cela, a quien despoja de cualquier mérito literario. Salen mal parados todos: desde Marina Castaño hasta el propio Cela, pasando por su aparentes acólitos: Umbral, Racionero, la editorial Planeta… Yebra le da vueltos al asunto de los “negros”, la supuesta falsa autoría de “La cruz de San Andrés”, las patochadas verbales de Cela, sus extravagancias, sus opiniones polémicas, los discursos copiados, el influjo de Marina Castaño y así sucesivamente todos y cada uno de los puntos básicos de la geografía celiana. La lectura de este libro es entretenida, pero sus argumentos se caen con estrépito.