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2 octubre 2005

La escuela de la tierra

En estos tiempos de globalización e imposición de modas y hábitos de consumo, es un hecho extraordinario que una escuela de folklore cumpla 20 años de existencia. Si tanto la escuela como el folklore son de Guadalajara, la gloria aumenta. La Escuela de Folklore de la Diputación Provincial se creó en 1984 con el objetivo de recopilar el legado tradicional y popular de la provincia y, aún más, intentar salvaguardarlo de los peligros derivados de la despoblación, sobre todo en las comarcas del interior. Hoy, con más de setecientos alumnos matriculados, es una institución renovada, activa, lozana y vigorosa en la defensa de los mismos valores que impulsaron su nacimiento. Guadalajara Dos Mil se adentra en las entrañas de la escuela para hablar con su director, su equipo técnico, sus profesores y algunos de sus alumnos, en este caso, todas mujeres.
GUADALAJARA DOS MIL, 12-03-04
Raúl Conde

La sede de la escuela de folklore de Guadalajara suele ser, un martes por la mañana, un sitio más bien tranquilo. Hoy no. Por la tarde se inaugura la exposición conmemorativa de sus veinte años y todos trabajan a destajo. Llamadas de los periodistas, detalles de última hora, dos albañiles que se esperan desde meses y aparecen justo a tiempo y, para colmo, una de sus hijas se tuerce el tobillo y tiene que subir al hospital. Así pillamos a José Antonio Alonso Ramos, director de la Escuela Provincial de Folklore desde 1988. El centro comenzó su andadura cuatro años antes con apenas dos profesores, Mª José Yela e Ignacio Simón, pero cargados de entusiasmo.
Con el paso de los años se han ido documentando cosas, distintos aspectos del folklore de Guadalajara. Se ha ordenado el material recopilado y se han introducido especialidades. La Diputación ha ido aportando más medios, tanto físicos como económicos. Ahora son 17 personas trabajando en la escuela. “Yo me acuerdo al principio –cuenta José Antonio- que había menos alumnos que ahora porque lógicamente había menos espacios y especialidades”. La media actual de alumnos se sitúa en los 700, todo un logro en una provincia con un amplio patrimonio cultural pero con escasa querencia por lo propio. Hay algunos alumnos que están matriculados en varias especialidades a la vez. Incluso en algunas hay listas de espera.
Las secciones de enseñanza en la Escuela de Folklore se dividen en dos áreas: música y danza y artesanía. En ese centro se dan clases de iniciación al folklore, a la música, a la guitarra y guitarrillo, laúd, bandurria, mandolina, dulzaina, canto y percusión, además de alfarería, encaje de bolillos, confección de indumentarias y labores tradicionales, cestería, carpintería o restauración etnográfica. “En las clases de música tendemos a que los grupos sean los más reducidos que se puedan, a lo mejor este año por esta circunstancia hay menos alumnos que el año pasado, pero los profesores dan las mismas clases. Queremos con esto mejorar la calidad de la enseñanza”, apostilla Alonso. “Hay bailes que no importa que haya entre 10 y 20 alumnos, y hasta menos, pero otras como música o bandurria requieren menos. Hay profesores en algunas escuelas que dedican hasta media hora a un solo alumno. Nosotros no llegamos a esos niveles, pero un profesor de doce alumnos si tiene cuatro o cinco, pues estarán mejor atendidos”.

Especialidades

Últimamente baile y danza son las especialidades más demandas. Se ha incorporado a esta lista la artesanía, según el director de la escuela. “Ahora está muy repartido porque por ejemplo en restauración etnográfico hemos tenido que aumentar este año un grupo más, llegando hasta cinco, con un total de setenta y cinco alumnos”. Dulzaina y tambor también son del gusto de los alumnos, al igual que otras como carpintería. Otras se mantienen o suben, pero hasta ahora siempre se ha incrementado el número de grupos. “Cuando yo empecé a coordinar la escuela había clases de baile y danza y de música tradicional, así que poco a poco lo hemos ido ampliando”.
Dicen que el folklore tiene la mala prensa, aunque José Antonio Alonso recoge el guante y dice que “los medios de comunicación en la provincia siempre se han portado muy bien con la escuela”. Pero, pese a todo, el folklore tiene mala consideración. Fíjense que el apelativo “folclórico” se utiliza en numerosas ocasiones para referirse a algo o alguien en tono despectivo. En Guadalajara, gracias en parte a la Escuela Provincial del género, parece que se va invirtiendo la tendencia. Alonso asegura que “nosotros aquí queremos romper con ese concepto anticuado de lo que es el folklore. Hay muchas palabras en castellano que significan una cosa y luego se le han ido añadiendo otras imágenes. Sabes que el folklore es un término compuesto por dos palabras inglesas, saber popular, y que todo lo que sea sabiduría popular entra dentro de esto, y allá quien lo desprestigie. Nosotros estamos convencidos de nuestra labor”.

Valorar lo propio

Una de las cuestiones que siempre se ha achacado a la provincia de Guadalajara, por su cercanía geográfica a Madrid, su éxodo rural y su población moderna, es la falta de unos valores o identidad propia bien definida, asimilada y propagada. El folklore ayuda en esta tarea ingente. “En estos momentos se está avanzando muchísimo –según Alonso- en el hecho de que la gente valore sus raíces. Hace muchos años no era así. Llegaba un cacharrero a un pueblo y se llevaba piezas de museo y dejaba un barreño o cualquier cosa de plástico. La gente estaba deseando desquitarse de las cosas porque se pensaba que era algo inservible y que no valía un pimiento”.
Según el responsable técnico de la escuela, es meritoria la labor de muchos colectivos en la provincia para ensalzar las tradiciones. “Ahora celebramos nuestro aniversario, pero Guadalajara está llena de asociaciones de amigos de los pueblos, de personas individuales, de instituciones que trabajan en el tema, y que todos juntos estamos consiguiendo, dentro de las posibilidades que tenemos, muchas cosas”. Un caso paradigmático es el de la dulzaina, instrumento muy extendido en otras latitudes de Castilla, como Segovia o Soria, pero que en Guadalajara hace apenas dos décadas estaba totalmente perdido. Sólo el trabajo de José Mari Canfrán, gaitero seguntino ya fallecido, inició el camino que retomaron la Escuela Provincial y otros dulzaineros. Hasta el punto de crear en Sigüenza una Escuela Municipal de Dulzaina y Tamboril.

Confección de trajes

Margarita García Blanco lleva 14 años dando clases de confección de trajes y prendas de vestir. Enseña cada año a unas ochenta alumnas, a partir de catorce años, “aunque la media –confiesa- suele estar en los 45 o 50 años, es la pena que tengo, que no viene la gente más joven”. Pese a ello, su cara risueña y su locuacidad le invitan a sentirse “muy contenta”. Hay cinco turnos, con quince mujeres en cada uno. Hacen tres horas a la semana. Cada vez salen cosas nuevas en este ámbito. El trabajo está orientado a la investigación. “Las mujeres de los pueblos nos traen muchas prendas de sus antepasados y las vamos recuperando”. Marga, como así la llaman sus alumnas durante la charla, está al frente de la especialidad que abarca la indumentaria y las labores tradicionales. “Hemos recuperado desde delantales, enaguas, refajos, capas, mantones, indumentaria de fiesta, sobre todo de mujer. Hicimos el año pasado un desfile y ahí pudimos mostrar unas cien prendas, todas distintas”.
Hemos recuperado indumentaria tanto de la capital como de toda la provincia. “De lo que están haciendo por aquí –cuenta señalando la labor de cada alumna-, esta enagua es de Huertapelayo y de Horche, una chambra de Mazuecos, unas enaguas de Torija, de Berninches, e incluso alguna pieza antigua de Castilla-La Mancha. También mantones de Balconete, de Torrejón del Rey, de Brihuega, de muchísimos sitios”.
Hay algunas piezas que las investigadoras de la escuela tienen que ir a los pueblos para recoger los datos, pero normalmente suelen traerlo. A veces ni lo dejan ni pueden venir aquí, por eso los monitores van al lugar que sea y tomar apuntes. También puede pasar que, por ejemplo, encontramos una falda en Horche, la encontramos allí, pero no quiere decir que sea originaria de este pueblo”. Los blusones de Berninches, por ejemplo, llevan muchas cosas en común, así que se puede deducir que son de allí. También de Tendilla han extraído muchos datos porque había muchos sastres. “La provincia da para mucho en este tema, pero es una pena que no tenemos más tiempo ni más días”.

Piezas primorosas

Algunas mujeres alumnas de la escuela cosen piezas muy primorosas y, claro, a veces no da tiempo. Mari Carmen, de Atanzón, está tejiendo una camisa “que en un mes no se hace”, según reconoce Marga. “O por ejemplo aquél otro refajo de Horche que tardará unos tres meses, o aquellas enaguas que sólo en materiales lleva 50.000 pesetas gastadas”. Cada alumna se costea sus trajes y el trabajo es para ella. Mari Carmen desgrana su situación: “llevo cinco años pero me tuve que marchar porque aquí hay una norma que a los cinco años, habiendo lista de espera, tienes que dejar tu puesto, este año se dio una persona de baja y tuve la suerte que me admitieran”. Si no, sube a coser a Horche. “El mayor orgullo para mí –remata- es que “tengo la suerte que mi marido y mis hijos pueden lucir las prendas que confecciono porque también están metidos en el folklore” y, además, han sido alumnos de esta casa.
Marga asegura que no podría quedarse con ninguna pieza en especial de todas las que han recuperado. “Cada una tiene su historia que conlleva escuchar a la persona que te lo trae y es increíble las historias que te pueden llegar a contar. De si en su pueblo se hacía esto o lo otro, si las sayas, si las fiestas…”. En junio, durante la Semana Cultural, exponen el material, igual que el resto de especialidades. Una de las mujeres resalta que “la profesora es muy agradable y muy maja, venimos aquí porque nos gusta”. Juli, de Sacedón, que lleva dos años aprendiendo, recorre treinta kilómetros semanales “encantada de la vida”. Y así muchos otros alumnos que no viven en la capital. “No pensaba venir pero animaron y me alegro. Hay muy buen ambiente y mucha unión”.

En los pueblos

“Hay que saber coser para valorarle y saber lo que cuesta”, cuenta una alumna de Huertapelayo. “Tengo una experiencia –relata Marga- que me sigue emocionando que una señora mayor terminó una capa castellana que le hizo a un sobrino, y la mujer lloró de la emoción al verla terminada. A mí eso después de catorce años me sigue emocionando”. El personal, los profesores y los alumnos de este centro luchan para que se reconozca el capital etnográfico de nuestra tierra. Marga lo ilustra con un ejemplo. “Cuando estaban abandonadas las danzas de Galve de Sorbe, como nadie daba documentación fiable, pues a través de unos escritor que había, como buenamente pudimos, con fotos en blanco y negro, hicimos unos trajes para la escuela, y así las chicas pudieron recuperar las danzas”. Ahora les toca hacer otros, porque los trajes de este pueblo han cambiado. “Bueno, pues yo encantada”, contesta la profesora.
La alegría mayor para estos pioneros del folklore es recuperar el folklore de los pueblos, conservarlo y difundirlo, pero también que en los pueblos de origen se rescate en su plenitud. Margarita cuenta que a través de la labor de la extinta Sección Femenina pudieron indagar en las raíces del patrimonio etnográfico guadalajareño. “En los pueblos a veces hay mucha desconfianza, pero hay que ganarse a la gente diciéndole que lo que tienen es de mucho valor”. No siempre se predica con el ejemplo, pero las gentes que mantienen viva la Escuela de Folklore constituyen una soberbia excepción.