Vivir de los cuentos
A veces, Guadalajara parece una ciudad extraña. Una de sus mayores rarezas es la tranquilidad que se respira los sábados por la tarde. Mientras el resto del país se sumerge en la fiebre de las compras -hábito social propio del sistema- la capital alcarreña reposa no sabemos exactamente qué, porque tampoco el día a día resulta frenético. El caso es que, sólo en ocasiones especiales, Guadalajara se sacude la pachorra que lleva encima y se abre al mundo. El sábado pasado fue una de ellas con la celebración, por decimotercer año consecutivo, del Maratón de los Cuentos.
El seminario de Lengua y Literatura de la Biblioteca Provincial es el responsable del milagro. Guadalajara ha demostrado que es capaz de vivir de los cuentos. Porque vivir de los cuentos significa vivir de la palabra, de la literatura, de la comunicación. El mundo de hoy concede suma importancia a la imagen, quizá en detrimento de las palabras. Los que defienden esta idea ignoran que tal imagen, por muy impactante que sea, es incapaz de adquirir valor por sí sola. Influyen las palabras, que no tienen por qué ser escritas, pueden ser sencillamente mentales. Esto significa que es imposible digerir una imagen sin palabras porque la inteligencia humana es, fundamentalmente, lingüística. Lo escribe José Antonio Marina y no le falta razón. Pese a todo, la sociedad occidental del siglo XXI crea iconos asociados con facilidad a cualquier producto: una marca, un partido político o un equipo de fútbol. También a los territorios. Guadalajara acostumbra a salir en los periódicos en las páginas de sucesos, ya sea por Dónovan o las riadas de Yebra y Almoguera. Son contadas las noticias positivas que aparecen porque, tal como ha dicho Luis del Val, los periodistas se fijan en la excepción y ésta, por lo general, suele ser trágica. El Maratón de los Cuentos, en cambio, es una excepción grandiosa. Por lo que representa para dinamizar la ciudad y sus gentes, y por la imagen exterior que proyecta, sobre todo en Madrid y el corredor del Henares.
Una fiesta
El viernes por la tarde abrió el maratón de este año el alcalde capitalino, Jesús Alique. Acostumbrado a recibir palos en casi todos los medios por su primer año de gestión, el de Sacedón tuvo un respiro con el cuento de “Las mil y una noches”, y no se desenvolvió nada mal entre la concurrencia. Luego vino el delegado de la Junta, que contó un cuento utilizando el dialecto de la miraña, propio de Milmarcos, su pueblo, y los esquiladores del Señorío de Molina. Y más políticos, que no pierden ocasión: la consejera de Cultura, Mari Paz López, y su delegada provincial, Riansares Serrano, que recordó el archivo histórico.
Al día siguiente, Guadalajara invirtió la tendencia de los sábados y estuvo de fiesta durante toda la jornada. El sol era generoso, aunque por momento se nublaba o sacudían ráfagas de aire que le venían bien al cuerpo, porque refrescaba. El palacio del Infantado y la calle Mayor hasta el Jardinillo se engalanaron para la ocasión, con las tradiciones banderas medievales y el resto de la ornamenta propia de una ciudad sumida en un ambiente de ficción. Apenas media docena de tenderetes cubrían la venta de libros y camisetas a las puertas de palacio. Era fácil observar que muchos de los vendedores y de los participantes en los actos vestían con estilo “hippie”, lo cual es fantástico en un pueblo acostumbrado a un ambiente más rancio, con señoras pertrechadas en abrigos de visón, yuppies engominados y señores muy aseñorados que no dejan el puro y el móvil ni para ir a orinar. Así que, en esa estábamos el sábado matutino. De pronto, las dulzainas irrumpieron por la calle Mayor abajo. El sonido de la gaita castellana es emocionante, con la joya de los Mendoza de fondo. Un señor moreno y alto se quita las zapatillas y se atreve a bailar unas jotas descalzo. Lo hace con pasión y elegancia, como se debe bailar la jota. La gente, mientras, disfruta escuchando el recital.
Dentro del palacio la actividad es elevada. En el salón de actos hay varios debates. Llegamos a uno en que se habla de la lengua, la literatura oral y la música en el África negra. Por la tarde, un taller para adultos expresa unas greguerías ilustradas. En la sala de exposiciones (donde antes se ubicada la biblioteca) se pueden ver multitud de fotografías de participantes en anteriores ediciones del maratón y los dibujos presentados al concurso del cartel del maratón de 2004. Sorprenden por su calidad los libros gigantes realizados por varios colegios. El de Azuqueca, magnífico.
Hasta en latín
Dentro del palacio se desarrolla la actividad principal que da nombre al acontecimiento. El maratón de los cuentos es una sucesión ininterrumpida de narraciones durante setenta y dos horas. Hay dos niveles. El escenario principal, que es el Patio de los Leones del Infantado, precioso cuando está repleto de vida y adornado para la ocasión, y la estancia de la puerta principal. Una profesora de La Coruña sube a hablar y cuenta que ella disfruta mucho contando historias a los críos. Otro chico se acompaña de una guitarra. Una mujer rememora a Blancanieves y los siete enanitos, y las niñas que le acompañan ríen, se divierten, dibujan una sonrisa en sus caras que contagian al resto. Un señor, que dice llamarse Carlo, cuenta un cuento en italiano. El maratón de este año, dedicado a las lenguas del mundo (más de seis mil), ha contenido narraciones en 46 de ellas, incluido el latín de la mano del profesor y diputado regional, Antonio Marco. Es la Torre de Babel, al fin construida en La Alcarria.
Hace calor. Los asistentes aplauden. Se nota en sus caras que disfrutan. Igual con los cuentos que con el festival del Moderno, el maratoncillo en la plaza del Jardinillo o cualquiera de las muestras, desde la escultura a la fotografía.
El Maratón de los Cuentos es un torrente de cultura en una ciudad asfixiada por sus complejos, por su escasa personalidad en la materia, teniendo en cuenta la cercanía al ogro madrileño. Desde la inauguración del teatro Buero Vallejo y el trabajo de asociaciones privadas, la cultura local dejó de ser cultureta para subir el pistón con la presencia de artistas y representaciones de tronío. Pero es necesario no perder las raíces. Guadalajara ha calado este maratón en lo más profundo de sus huesos. Augusto Monterroso escribió el cuento más corto de la historia. Dice así: “Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.Ciertamente, podría aplicarse a nuestro maratón.