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2 octubre 2005

Guadalajara se sale

La capital alcarreña vive un momento histórico con la llegada de nuevas infraestructuras y la fiebre del ladrillo
Es posible que más de un turista, al llegar a Guadalajara, se imagine la calle Mayor repleta de comerciantes y talabarteros, aquellos que pintaba Camilo José Cela en su “Viaje a la Alcarria”. Pero ya no es así. La misma calle, escenario de los rumores capitalinos, cobija hoy, además de chavales con greñas y jubilados que charlan sin prisa, a la curiosa especie de los ejecutivos encorbatados. A éstos se les distingue en seguida. Sobresalen por la gomina que luce en sus cabelleras, por sus relojes brillantes y, cómo no, sus cigarrillos puros. ¿Quiénes son? Desde luego, ni obreros ni funcionarios. Quizá promotores inmobiliarios, o lo que es lo mismo, los nuevos “yuppies” de la Alcarria floreciente del ladrillo.
GUADALAJARA DOS MIL, 14-05-04
Raúl Conde

La ciudad de Guadalajara era, hasta hace muy pocos años, una capital de provincias sin problemas de aparcamiento. No era el pueblo de la posguerra ni tampoco una ciudad en auge. Simplemente, un barrio del enorme ensanche madrileño, declarado “polo de descongestión preferente” en tiempos del alcalde Sanz Vázquez. Las cosas han cambiado mucho porque, a día de hoy, bordea los setenta mil habitantes censados y, según las estadísticas, su población de hecho sobrepasa la barrera de los cien mil. La diferencia entre un dato y otro todavía es grande porque muchos paisanos eligen la ciudad como segunda residencia y permanecen empadronados en sus pueblos de origen. Es curioso observar cómo la emigración rural de los años sesenta a ciudades como Madrid y Barcelona, a las que Guadalajara suministró mano de obra barata, hoy se ha tornado en una emigración interior a la capital provincial. Entretanto, las comarcas del interior se vacían.

Identidad

La Diputación Provincial, cuando Francisco Tomey era su presidente, institucionalizó para esta tierra un lema que ha perdurado en la memoria de sus gentes, que rezaba aquello tan idílico de “Guadalajara, puerta abierta”. Por supuesto, la capital incluida como parte integrante de esa “gran desconocida” que era Guadalajara, y que en parte continúa siéndolo. En la última edición de la feria “ExpoGuadalajara”, el mensaje que transmitía la publicidad del Ayuntamiento capitalino hablaba de “una nueva Guadalajara. Dinámica, abierta, moderna, en movimiento hacia el futuro”. Hoy toda la propaganda se centra en la pujanza del presente y las ilusiones del futuro. Pero, ¿está contagiada la población de Guadalajara de esta edad de oro que vive la ciudad? Cuando se inauguró la estación de Yebes del AVE, un periódico nacional resaltó la falta de debate público en Guadalajara sobre las consecuencias que supondría –a todos los niveles- la llegada de esta infraestructura, a diferencia de Barcelona, Lleida y Zaragoza. Es un síntoma más de la desidia, o indiferencia, relativas con las que la capital alcarreña afronta el presente halagüeño y el futuro espectacular que le espera, si es que no pierde todos los trenes. “El castellano desprecia cuanto ignora”, escribió Machado.

Guadalajara capital alcanza, según el último censo del INE, 68.248 habitantes. De ellos, residen 45.169 habitantes y tan solo 18.458 residen y trabajan. Además de su población flotante, tiene un problema mayúsculo que trasciende la Historia: su falta de identidad. Ciudades del entorno, enclavas en la meseta central, son más pobres que Guadalajara. Basta comprobar su renta per cápita. Sin embargo, al estar alejadas del monstruo de Madrid conservan un perfil propio del que carece la capital arriacense. Soria se siente orgullosa con el Numancia. Segovia luce ante la humanidad su acueducto romano. Teruel grita que existe. Cuenca dice que es única y Toledo es la “Ciudad de las Tres Culturas”. Estos factores no son ningún aliño. Todo lo contrario. Actúan de mediadores sociales que homogeneizan la fisonomía de cualquier urbe, por pequeña que ésta sea. Guadalajara carece de un club deportivo en la élite y los hinchas son del Real Madrid o el Atlético, e incluso del Barça. La capital ha olvidado su propio pasado destrozando el casco histórico. Y el palacio del Infantado, su principal monumento, comparte protagonismo con los bizcochos borrachos. No es mal postre, desde luego, pero insuficiente para levantar el ánimo de una ciudad.

Efecto “frontera”

A pesar de este déficit identitario, Guadalajara ha experimentado en los últimos años un notable desarrollo. Según todos los agentes implicados, apuntan un factor básico: el manido “efecto frontera”, es decir, la cercanía a Madrid, ese ogro urbanístico e industrial. Javier García Breva, diputado nacional por la provincia, lo explica así: “Al estar pegados a Madrid, hace que sufra el impacto de la saturación del sureste de la Comunidad de Madrid. La comunidad, desde 1996, tiene un plan estratégico de desarrollo, aprobado por los Gobiernos de Ruiz-Gallardón, donde prevén a veinte años vista un crecimiento desbocado. Dividen la comunidad en una maya y en cada cuadradito pretenden que ninguno tenga menos de 30.000 habitantes, porque es la población mínima que le exige Fomento para acometer infraestructuras. Esto produce que en el sureste de Madrid se prevean más de 300.000 viviendas”.

El caso es que, superado el umbral del siglo XXI, Guadalajara se ha puesto de moda. Está “a un paso” de Madrid (ese fue el último lema turístico del equipo de Bris en el Consistorio), y se vive tranquilo, con todas las comodidades de una ciudad pequeña. En los diarios de información general, no hay un solo suplemento inmobiliario que no publique cada semana algún anuncio de la capital y alrededores. A veces la euforia llega a más. En la prestigiosa revista “Dossier Económico”, en su número de noviembre pasado, aparecía en portada una entrevista con el actual presidente de la Diputación, José Carlos Moratilla, seguida de otras a los alcaldes Alique y Florentino G. Bonilla, de la capital y Azuqueca, respectivamente, y a Agustín de Grandes, presidente de la patronal. En “El País” de hace justo una semana, se leía que “el éxodo ha empezado hacia Guadalajara y Toledo, donde ya es notable el número de trabajadores de la región madrileña que la han abandonado para comprar casa en estas provincias limítrofes. Para una segunda oleadas se preparan Segovia y Ávila”.
¿Cuál es la razón de esta transformación? “El precio de los pisos”, respondería cualquier interesado en su compra. Si en Madrid alcanza cotas inasumibles para muchos trabajadores (casi 3.000 euros el metro cuadrado construido y subiendo…), en Guadalajara las cifras bajan sensiblemente hasta los 1.363 euros el metro cuadrado (datos de junio de 2003). Siguen siendo precios caros para la mayoría, pero a un nivel muy inferior que los de la capital del Estado. Además, a juicio de los expertos, se está construyendo de sobra como para atender al comprador madrileño (casi 15.000 viviendas).

Las ciudades satélites de Madrid, Guadalajara entre ellas, se convierten en ciudades dormitorio, lo que provoca en éstas un crecimiento urbanístico y demográfico desigual. Es el caso de Villanueva de la Torre, municipio del corredor del Henares, que ha sufrido una caótica avalancha de madrileños por estar desproporcionada con la dotación de servicios. En Guadalajara –hasta la fecha- no ha pasado algo semejante, pero se corre el peligro. En la ciudad residencial que se construye al arrullo de las vías del AVE están proyectadas 9.500 viviendas. Esto equivale a recibir miles de nuevos habitantes. ¿Alguien ha hablado de cuantos colegios, guarderías y centros de salud se necesitarán?

55.000 viviendas

El sector de la construcción, según algunos economistas, es el factor que ha hecho crecer los números macroeconómicos de España por encima de la media europea. Guadalajara podría representar una metáfora de esta tendencia. Los bloques de pisos crecen como hongos en la ciudad. Un promotor inmobiliario resalta que “muchos se sorprenden por la cantidad de edificios que se construyen pero lo cierto es que se vende todo. A nosotros nos ha pasado de sacar una promoción a la venta y, apenas unos días después de poner el cartel anunciador, tenerlo todo vendido”. Un organismo financiero europeo alertaba en un informe esta semana de “la caída brutal a medio plazo del precio de la vivienda en España”. Los bancos niegan la mayor. ¿Hay o no una burbuja inmobiliaria? En caso afirmativo, la ciudad de Guadalajara sufriría los estragos como muy pocas en todo el país, excepción hecha de las grandes urbes. De momento, la fiebre no desciende. Según la Confederación Provincial de Empresarios, para el año 2010 está prevista la construcción de 55.000 viviendas en el corredor del Henares, de las cuales un 70% serían viviendas en altura. El resto (30%), corresponderían a unifamiliares y chalets adosados. En la actualidad, “lo que más se demanda y se construye son chalés adosados de 180 metros cuadrados con garaje y buhardilla en urbanizaciones cerradas por 210.354 o 240.404 euros” (“Propiedades”, 7-5-04).

El aumento espectacular del ritmo de construcción es un síntoma de prosperidad, pero también de que todo puede acabar ahí ante el riesgo de abandonar otros pilares del bienestar. Desde lo más pequeño (poner más bancos en los parques, arreglar las aceras…) hasta lo fundamental, como atender las necesidades escolares y sanitarias. Un estudio de la COPEG augura que de aquí seis años, Guadalajara aumentará la población en 50.000 habitantes, “lo que supondrá la creación de nuevas zonas básicas de salud por los distintos barrios y la incorporación de 80 profesionales sanitarios”. En el caso del Hospital Universitario se deberá ir ampliando las instalaciones y el número de habitaciones: “se tiene previsto –indican los empresarios- aumentar el número de camas en 250, pasando de las 410 actuales a 660 camas”. La Administración, claro, se hará cargo de todo, eso sí, sin haber firmado el segundo Pacto Local, o lo que es lo mismo, la cesión de competencias y recursos de las autonomías a los ayuntamientos. El Ayuntamiento de Guadalajara tiene más presupuesto que la Diputación. Aún así, se queda escaso. El déficit acucia y la inversión se estanca. Pero Guadalajara se sale porque en los mapas ya no caben más terrenos urbanizables, al menos, hasta que se apruebe el próximo Plan de Ordenación Urbana.

La ciudad del tren

“La sociedad guadalajareña ha pegado un cambio radical. Los que la conocemos desde los sesenta, hemos observado cómo ha cambiado. Hay un dato revelador: Guadalajara ha sido de las provincias con mayor incremento demográfico de toda España, más de un 20% en el último censo. Se concentra en un punto, pero es lógico por el efecto expansión de Madrid”, explica García Breva, quien reconoce que “la provincia no está preparada para el cambio enorme que se nos avecina. Hablamos de cosas que parecen quimeras, pero que no lo son, que son realidades”. A propósito de utopías. Imagine el lector 489,1 hectáreas de terreno entre los términos municipales de Guadalajara y Yebes. Imagine la construcción de casi diez mil viviendas para dar cabida a 30.000 nuevos pobladores. Imaginen que esa obra supone una inversión de 1.124 millones de euros y que en octubre de 2005 se entregarán las llaves de la primera fase. Pues no se esfuerce, no imagine en exceso porque el proyecto inmobiliario es una realidad en las dehesas de Guadalajara, tierras de secano donde confluyen intereses particulares, rostros conocidos de la provincia e incluso, según cuentan las malas lenguas, algún nombre de postín. Cierto o no, el caso es que estas viviendas simbolizan la nueva vida alcarreña en la que el término economía es sinónimo de ladrillo.

Comunicaciones

Y, junto a los pisos, las comunicaciones. No llega a ser un laberinto, pero sí un cierto galimatías porque hay muchas vías, de distinto titular, y con presupuestos dispares. Las cuatro principales vías de comunicación completarán el anillo urbano de la capital. Primero, la carretera nacional de Barcelona, rebautizada como A-2, para la que queda pendiente todavía la construcción del tercer carril. Segundo, la autopista de peaje Radial 2, que atraviesa todo el corredor del Henares. Tercero, la carretera N-320. Y, finalmente, la futura Autovía de la Alcarria, que conectará Guadalajara con Toledo por Tarancón, para evitar los atascos de Madrid. Paralelamente, hay una serie de proyectos ligados a estas infraestructuras. Por ejemplo, la pretensión del alcalde Alique de desviar la A-2 por detrás del hospital y dejar el tramo de ahora como una vía urbana. La idea no es descabellada porque se convertiría en el cinturón sur, complemento de la circunvalación de la ciudad con la Ronda Norte que construye la Junta de Castilla-La Mancha. Las comunicaciones son el futuro, pero algunas se retrasan tanto que éste parece demasiado lejano.

Autopista Radial 2

El expresidente del Gobierno, José María Aznar, inauguró la R-2 el 6 de octubre de 2003. Fue la primera de las autopistas de peaje construidas para descongestionar la metrópoli madrileña. Los despachos de agencia hablaban de “un gran cambio mental” porque “en el futuro, la inversión privada acometerá estas grandes infraestructuras y la función pública irá en retroceso”. Así lo creía, al menos, el anterior Gobierno. En los tres primeros meses, circularon pro esta vía 358.966 turismos y 28.947 vehículos pesados. A este ritmo, se van a necesitar cien años para recuperar los 305 millones de euros invertidos. Los accesos más utilizados fueron los del aeropuerto, el que parte de la M-50 Norte y el tercero, el de Taracena, con casi 40.000 entradas. El menos utilizado, el de Marchamalo, con 10.459 turismos frente a los 23.511 de Cabanillas. La R-2 es una concesión pública a la empresa Henarsa, que se encarga de su explotación. El Ayuntamiento de Guadalajara encabeza, junto a otros ayuntamientos afectados, sindicatos y agentes sociales, la reivindicación de liberar del peaje el tramo entre Marchamalo y Taracena, para que así pueda convertirse en una vía urbana más y, en este caso, de lujo. Lo cierto es que las gentes de Guadalajara se preguntan con cierta frecuencia quién circula por la autopista porque casi nadie, excepto los días festivos y puentes, se ve a nadie. Es como una vía fantasma pero sólo en apariencia. Ismael Riendas, representante del Colegio de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria de Guadalajara, explica la movilidad de la población madrileña por las comunicaciones y, “sobre todo, por la R-2”. Los alcaldes de la zona confirman que, desde su apertura, han aumentado la demanda de viviendas. Puede que los ciudadanos de Guadalajara, al contrario que los catalanes, no estén acostumbrados a pagar en una autopista. Pero todo es cuestión de tiempo porque el Gobierno y la concesionaria juegan con una ventaja: que la gente está harta de los atascos de la Nacional.

Ronda Norte y conexión de los polígonos

Antes de la explosión demográfica en la Comunidad de Madrid, Guadalajara era una ciudad tranquila sin problemas de aparcamiento. Hoy necesita parkings públicos y el Ayuntamiento ya prepara dos. Se ha hablado de ubicarlos en la plaza Mayor y en Dávalos. Da igual. El objetivo es liberar al peatón de la tiranía del coche. Los atascos son norma común, lo cual dice muy poco de los gestores del urbanismo municipal porque una ciudad que no llega a cien mil habitantes, por lógica, no debería sufrir estos problemas acuciantes de densidad en el tráfico. Pero el caso es que es un problema. Cerca de 9.000 vehículos circulan a diario por la carretera de Fontanar CM-101 (el 10%, tráfico pesado) que, al llegar a la ciudad, forman monumentales atascos, especialmente en Francisco Aritio. Al centro de la capital, según el último estudio de movilidad encargado por el ayuntamiento, le sobran unos 3.500 vehículos diarios que circulan por las calles en sentido polígono del Henares. Para poner coto a esta situación, el Gobierno regional pensó la Ronda Norte que, cuando esté finalizada, en la primavera de 2005, será una válvula de escape para el tráfico del casco urbano. La ronda constará de tres kilómetros que comunicará el mencionado polígono con la A-2, a la altura del puente de Las Galeras. La inversión casi alcanza los 20 millones de euros y llamará la atención el puente atirantado, de 200 metros de largo y 53 de alto. Su ejecución estaba prevista, en un principio, para este año, pero lleva retraso. Su continuación natural hará posible la conexión de los polígonos industriales de la capital, que falta les hace después de marear la perdiz con la idea desde el Plan Estratégico del Corredor, que data de 1996.

N-320 y Autovía de la Alcarria

Además de este nudo, quedarán los enlaces hacia el sur. La Nacional 320 es el nexo de unión principal de Guadalajara con Cuenca y el sur de la región. El proyecto para construir la variante de esta carretera en el tramo de la ciudad prevé una vía rápida. Sin embargo, las últimas informaciones apuntan a que la Junta y el Ayuntamiento deberían convencer a Fomento para convertirla en una autovía. Junto a ésta, queda pendiente la Autovía de la Alcarria, que construirá la Junta entre 2005 y 2007. Esta vía recorrerá 60 kilómetros más para comunicar Guadalajara con Toledo, pero evitará Madrid. Servirá también para que los arriacenses puedan bajar más rápido a Albacete, Ciudad Real y las playas de Levante y Andalucía. El presupuesto estimado sumando el coste de la obra más el de los 30 años de explotación rondará los 784 millones de euros. A falta de ultimar el estudio de la Consejería de Obras Públicas, está prácticamente decidido el trazado definitivo de la autovía. Se mantiene el futuro enlace con la A-2 a través de la Ronda Norte, en el nudo de Iriépal, y una vía de acceso, a modo de ramal, con Torija. Las opciones, a partir de aquí, se bifurcan en dos: una transcurriría por El Pozo de Guadalajara y otra por Valdarachas. La Autovía de la Alcarria forma parte de un proyecto de ejes de comunicación interregionales impulsados por la Junta de Comunidades, junto a la Autovía de los Viñedos y la Autovía Ciudad Real-Almagro-Valdepeñas.

El Fuerte y las compras

Quién le iba a decir a Jesús Alique, alcalde socialista de la capital, que iba a terminar negociando la cesión del Fuerte de San Francisco con el expresidente de Castilla-La Mancha, José Bono, convertido ya en ministro de Defensa. Los terrenos que tal ministerio conserva en pleno corazón de Guadalajara son demasiado suculentos como para no someterlos al proyecto aprobado por la Junta cuando el salobreño era su máximo responsable. Según su sucesor, José Mª Barreda, la cosa está al caer. Al parecer, serán unas 800 las viviendas que se construyan ocupando 25 hectáreas. El resto, 20.000 metros cuadrados para usos terciarios, es decir, centros comerciales. La pasión del consumo, por supuesto, ligada al ladrillo. También este año, por cierto, está prevista la concesión de la segunda licencia para construir un gran centro comercial, igual que Eroski. Se barajaba el nombre de El Corte Inglés que, como ACS (constructor del nuevo recinto ferial), está en todas partes.
Las compras son un termómetro ideal para medir la temperatura de la sociedad. En Guadalajara convive el comercio tradicional de la calle Mayor y aledaños, con tiendas antañonas de techos altos y marcos de madera; con otras “boutiques” modernas, las de la calle Virgen del Amparo. El boom de los centros comerciales, felizmente, todavía no ha estallado en la capital alcarreña. La calle del Amparo es la auténtica arteria del consumo. Los arriacenses (se calcula que unos 3.000 al día) pasean desde la calle Toledo hasta Santo Domingo buscando la cañita o el café, mientras 150 personas trabajan en más de treinta comercios. El último, un Burger King, con lo que ya Guadalajara puede decirse que ha entrado en la etapa gloriosa del “fast food”, caracterizada por comer de todo mientras no huela a filete con patatas. En la calle del Amparo, que tiene nombre de canción de Sabina, el metro cuadrado se cotiza a 2.000 euros. Según el último estudio elaborado por la Sociedad de Tasación, el precio más caro de la ciudad. Todo por estar a un paso de la autovía, el centro y, claro, del placer de comprar.

Un barrio de Madrid

Está claro que, gracias a la marabunta del capitalismo, Guadalajara ha dejado de ser un villorrio castellano para convertirse en un barrio de Madrid. Puede que el más original de todos porque, pese a la intensidad de la relación, pertenece a otra comunidad autónoma. El teatro-auditorio “Buero Vallejo” recoge el testigo del Liceo, una reliquia de las fotos en sepia. Las clases destartaladas de antaño han sido sustituidas por el moderno y funcional aulario de la Universidad de Alcalá. El palacio de Dávalos acogerá pronto a la biblioteca y la segunda piscina cubierta refrescará nuestros calores. El aeropuerto de Barajas hace milagros y ya no hace falta irse a Madrid para asistir a un concierto de Montserrat Caballé o de Joan Manuel Serrat. Se puede comer bien en muchos restaurantes, aunque la fama no acompaña. La vida nocturna gana adeptos en los bares de la plaza Dalí. El número de hoteles crece y el turismo moldea la imagen del futuro porque su mercado más grande (el madrileño) aguarda a tan sólo cincuenta y cinco kilómetros de distancia. No es éste un cántico excesivo porque para quien no visite Guadalajara desde hace tiempo, no la reconocería. En el juego de la chanza popular hay quien insiste en que “esto, pese a todo, sigue siendo un pueblo, grande, pero un pueblo”. La discusión puede durar horas porque enlaza con la eterna disyuntiva entre vivir en el campo o en la ciudad. Quizá Guadalajara, una ciudad mediana de una provincia eminentemente agraria, sintetice las virtudes de ambas opciones.