Periodistas

29 septiembre 2005

Agustí Calvet, Gaziel

La Vanguardia, 28-09-05

Gaziel contra el erial

Acaba de traducirse a la lengua castellana ´Meditacions en el desert´, el dietario que el periodista Agustí Calvet, Gaziel, escribió en Madrid entre 1946 y 1953. Es el libro más triste y seguramente más lúcido de un liberal que decidió no acomodarse y que prefirió la indignación al posibilismo. Sus dardos no respetaron ni a Churchill ni a Ortega

Agustí Calvet, al igual que Indro Montanelli, perteneció a la mejor raza de periodistas que ha dado Europa, en pleno despegue de la prensa como negocio y como contrapoder democrático; un destello que en España la guerra apagó

‘Meditaciones en el desierto’ contiene ácidas y estimulantes reflexiones sobre el drama hispánico. Visiones que aún hoy son vigentes e invitan a evaluar qué hay de verdad y de mentira en el actual simulacro de las dos Españas

ENRIC JULIANA – 28/09/2005

El furor historicista que se ha apoderado de las librerías españolas -en dura competencia con la numerosa prole de El código Da Vinci-, cuenta desde hace unas semanas con un refuerzo de lujo: las Meditaciones en el desierto (1946-1953) de Agustí Calvet, Gaziel, traducidas por primera vez a la lengua castellana por Destino.

Hay coincidencias que invitan a creer en la presencia de fuerzas invisibles sin necesidad de caer en la paranoia de los códices ocultos. Sólo la existencia de los duendes de la imprenta explica que el libro más triste de Gaziel, y robablemente el más lúcido, se haya reeditado para toda España casi al mismo tiempo que José María Aznar lanzaba desde Buenos Aires uno de los más duros anatemas pronunciados en democracia: «España se está balcanizando».

Es como el obsequio de un ángel benéfico. Las Meditaciones en el desierto son de gran utilidad para descodificar el actual tremendismo visigótico, cuyo inquietante significado a nadie debiera pasar por alto, pese a las muchas paletadas de sal gorda que a diario se vierten sobre la santa paciencia de la sociedad española. Por primera vez desde 1977, un ex presidente de Gobierno ha recurrido a la metáfora de la guerra civil -de una guerra civil próxima en el tiempo y sangrienta en el recuerdo- a modo de advertencia. ¿Volvemos a las andadas o estamos ante un gran simulacro de las dos Españas? ¿Regreso al drama o simple reciclaje del pasado para reforzar las posiciones del presente?

Habrá que estar atentos este invierno a las cornisas de Madrid, a las cúpulas y templetes que coronan los más elegantes edificios de la calle Atocha y de la Gran Vía, no vaya a ser que un día veamos a Gaziel allá en lo alto, enfundado en un grueso abrigo, escudriñando, siempre perplejo, siempre estupefacto, el hispánico cafarnaúm. Como Bruno Ganz en El cielo sobre Berlín.

Todo vuelve, pero nada regresa. Ni estamos en vísperas de una nueva guerra civil, ni es previsible que la actual hipertensión en los ambientes políticos y periodísticos tenga más consecuencias inmediatas que la excitación de los extremos, el aburrimiento de la mayoría y una mayor desconfianza en los medios de comunicación (escuchar algunas emisoras de Madrid es como sumergirse a diario en una radionovela de terror). Si las cosas se tensan todavía más sólo ocurrirá una cosa: se disparará la válvula de seguridad de las elecciones anticipadas, hipótesis que hoy debe estar siendo estudiada con auténtica fruición una vez conocidos los inesperados resultados de Alemania.

Meditaciones en el desierto esun dietario triste escrito por un hombre indignado. Contiene una reflexión muy severa sobre el fondo español; muy verídica, en bastantes aspectos -no en todos-, pero no es un libro doctrinal. No lo es porque Gaziel fue ante todo y sobre todo un periodista. Un lúcido y ambicioso periodista.

Agustí Calvet sufrió su tiempo, a la vez que disfrutó de él. Gaziel perteneció a la mejor raza de periodistas que ha dado Europa. A una hornada que no se volverá a repetir por mucha que sea la nostalgia de los viejos tiempos, por brillantes que sean los nuevos valores y sinceros los esfuerzos – cada vez más justificados- para que el periodismo escrito recupere eficacia y timbre literario.

Hay destellos que difícilmente volverán. Quien firma estas líneas lo acabó de entender una tarde de invierno entrevistando en Milán a Indro Montanelli. A los noventa años, el maestro mantenía intacto el mal genio toscano. Gesticulando a la italiana manera, esta fue su sentencia, larga y razonada: «Nuestra profesión ya no volverá a ser lo que fue. Descontentos con las crónicas que escribía de la guerra de España, los lacayos de Mussolini me enviaron de lector de italiano a Estonia. Podían haberme fusilado, pero no lo hicieron porque, en el fondo, el fascismo italiano fue una gran comedia. En Tallin me sorprendió el pacto Ribbentrop-Molotov. Me expulsaron de Estonia y fui a parar a Finlandia, que pronto sería invadida por los rusos. Las crónicas que envié desde Helsinki tuvieron tanto éxito en el Corriere della Sera que a ellas debo mi fama. El Corriere ganó muchos miles de ejemplares con aquellas crónicas. Pero esto se ha acabado. La gente seguirá leyendo periódicos y seguramente esperará de nosotros una buena interpretación de los hechos, pero el periodismo escrito ha dejado de aquella la punta de lanza».

De no haber estallado la Guerra Civil probablemente Gaziel se hubiese jubilado siendo el Montanelli español (catalán y español), lo cual habría supuesto todo un fenómeno sociológico, puesto que en Italia, a finales de los años noventa, los analistas adjudicaban a las columnas de Montanelli en el Corriere la capacidad de cambiar la orientación de voto de más de medio millón de electores. La lanza se había quedado sin punta pero seguía siendo muy temible.

Gracias a una formación intelectual de primer nivel y a una aguda capacidad de análisis, Agustí Calvet supo interpretar la convulsión de los años treinta y logró imaginar que, bajo su dirección, el éxito de La Vanguardia sería directamente proporcional a la habilidad para situarse au-dessus de la melée; a la capacidad de actuar de espejo de una inquieta y contradictoria realidad social.

Gaziel fue el más influyente periodista de la Catalunya republicana hasta que la pedrada del 36 rompió el espejo. La guerra se llevó por delante una carrera periodística que su propio protagonista, dotado de una fuerte autoestima, imaginaba magnífica y exaltante. Un artícu-lo publicado enLaVanguardia con motivo de su vigésimo aniversario como periodista profesional (Veinte años después, 7/XI/1934) esboza un buen autorretrato del hombre que apenas una década después se vería obligado a atravesar el desierto y a volcar sus reflexiones en un amargo dietario.

«En veinte años -escribía pletórico en 1934-, con un poco de inteligencia y con la actividad, sin duda considerable, desplegada por mí, hoy yo podía haber sido un comerciante, un industrial, un financiero, un abogado, un político, no diré de primera ni de segunda fila, pero sí, tal vez, de cuarta o de quinta, de ésos que tienen sólidamente remachada ya, contra viento y marea, una posición social, que se sustenta en copiosos bienes muebles e inmuebles, cuentas corrientes, hipotecas, valores bursátiles o altas consejerías remuneradoras. Muchos son amigos míos y lo curioso es que incluso algunos pretenden modestamente que yo valgo más que ellos. ¿A qué valor se referirán? (…) Mis lectores me aman por esta sencilla razón, porque saben que Gaziel es falible, pero insobornable.

Parece mentira que tan poca cosa me haya valido una tan vasta, una tan inestimable consideración.»

Son las palabras de un hombre que conoce su valía y la tiene en muy alta estima, pero también la autopercepción de un periodista moderno: de alguien que ha tomado conciencia de ser un profesional de nuevo tipo. Un intelectual que ve como el periodismo, transformado ya en una eficaz y rentable industria cultural, abre nuevas avenidas. Montamuy actual nelli seguramente llegó a la misma conclusión en Helsinki cuando tuvo noticia de que sus apasionantes crónicas de la guerra ruso-finlandesa estaban disparando las ventas del Corriere y le convertían a él, un jóven ex oficial del ejército colonial en Abisinia, con inquietudes literarias, en todo un personaje.

Meditaciones en el desierto contiene reflexiones de gran clarividencia política, pero expresa también la amargura de un hombre moderno al que la guerra ha roto los sueños. Ello no resta ni un ápice de valor a su indignación por la traición de Churchill a los demócratas españoles; a su desprecio del posibilismo de Ortega; a su crítica a la burguesía por no haberse comportado como verdadera clase dirigente (una de las ideas clave del dietario), y a su pesimismo ante una Catalunya que ve arrodillada. La indignación del profesional truncado ayuda a entender por qué Gaziel también fue insobornable en el erial.

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Itinerario de un periodista

LA VANGUARDIA – 28/09/2005

Agustí Calvet i Pascual nació en Sant Feliu de Guíxols en 1887, de una familia enriquecida con el corcho que en 1893 liquidó sus negocios para instalarse en Barcelona. Estudió Filosofía y Letras y completó su formación en los Estudis Universitaris Catalans. Fue secretario de la Sección Histórico-Arqueológica de l´Institut d´Estudis Catalans. Su tesis doctoral, sobre Anselm Turmeda, es todavía hoy una obra de referencia. El éxito de sus colaboraciones periodísticas le llevó a alejarse de los medios académicos. Corresponsal de ´La Vanguardia´ en la Primera Guerra Mundial fue nombrado codirector en 1920 y director único a partir de 1933, dando al diario un importante impulso. En 1936 partió al exilio, primero en París, y posteriormente en Colombia y Bélgica. La invasión alemana le obligó a regresar a España, donde tuvo que afrontar un expediente de responsabilidades políticas. A los cincuenta y tres años se establece en Madrid. De esta época son las ´Meditacions en el desert´, publicadas por las Edicions Catalanes de París en 1974. En la postguerra se incorpora de lleno a la literatura catalana. En 1958 publica sus memorias ´Tots els camins duen a Roma´, al que seguirán los cinco volúmenes de ´Viatges i somnis´.

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Un hijo del noucentisme

El ensueño de Europa

Gaziel es un extraordinario narrador, capaz de introducirse en los más variados ambientes

JULIÀ GUILLAMON – 28/09/2005

El inicio de la Primera Guerra Mundial sorprendió a Gaziel en París. En los primeros días salieron de su pluma una serie de páginas incisivas, que La Veu de Catalunya rechazó. La germanofilia de Prat de la Riba le abrió las puertas de La Vanguardia. Si hemos de creer lo que Miquel dels Sants Oliver escribió en el prólogo de Diario de un estudiante en París (1915), sus crónicas obtuvieron una repercusión sin precedentes. Cuando aparece una gran figura como Gaziel sus anticipaciones rompen los esquemas, tendemos a creer que algunas de las características de su estilo (la mirada subjetiva, el uso de recursos literarios, la introducción de personajes novelescos o la ironía como antídoto de los grandes discursos) corresponden a una concepción modernísima del periodismo y nos choca encontrarlas en textos escritos hace noventa años. Gaziel empieza sus crónicas con una alusión al Marqués de X. «Cuando reciba usted esta carta, la guerra estará declarada.» Este artificio no es solamente un guiño literario: nos sitúa al narrador en una concepción de las jerarquías sociales, determinada por un cierto sentido del tiempo. El primer día holgazanea desmotivado, el segundo lee a Pascal. La turba que destroza escaparates le impele a abandonar su refugio y salir a la aventura, con lo que la serie completa constituye una suerte de relato de iniciación: la articulación de una mirada sobre el mundo, la construcción de una personalidad, en un clima de subversión de valores que afecta a la cultura y a la economía, a las costumbres y a la estrategia militar. Aunque en aquella época los periodistas frecuentaban las trincheras, no pierde nunca de vista la realidad y se refiere a sus salidas como «excursiones». Uno de los aspectos que más le llama la atención, cuando pisa el frente, es la escasez de combatientes, lo que acerca sus descripciones de los paisajes de batalla a los terrain vagues de la novela contemporánea.

Gaziel fue uno de los poquísimos escritores peninsulares que vivió en primera línea la liquidación del viejo mundo liberal. Formado en el espíritu del noucentisme, forjó su ideario en la desaparición de los valores de su juventud. Su libro Hores viatgeres (1926), que reúne algunas de sus colaboraciones en La Veu, contiene dos artículos muy significativos. El primero (Henri Bergson o la decadencia de Atenas), a propósito de las clases del filósofo en el Collège de France, al que sólo acuden señoras de la sociedad que se adormilan y que cuando Bergson termina su discurso aplauden por entusiasmo reflejo y para sacudirse el sopor. El otro, de 1923, sobre las «viles espirituals». Conferencias, urbanismo son elementos de redención. Pero detrás del programa redentor se adivina un recelo. En 1922 asistió como enviado especial a la Conferencia de Génova. Gaziel se pasea por Génova y se entrevista con Carner, asiste a las sesiones y constata la muerte del Tratado de Versalles, que abre la puerta al rearme de Alemania y a la Segunda Guerra Mundial. Mientras en las sesiones públicas se celebra el acuerdo, en la trastienda fascismo y comunismo empiezan a ganar posiciones (Gaziel lo observa a través de un tragaluz). A pesar de sus acertadas y oscuras previsiones continuó sosteniendo sus puntos de vista, y en los años de la República tomó partido en favor de la tolerancia y el antidogmatismo, contra la radicalización y la violencia extremista. Mis amigos octogenarios recuerdan el efecto que provocaron sus artículos moderados en las primeras horas de la Guerra Civil.

Después de la guerra sobrevino el desastre. Un Expediente de Responsabilidades Políticas y el exilio en Madrid del que salen estas Meditacions en el desert. 1946-1953. Gaziel publicó en catalán la Trilogia ibèrica y las indispensables Memòries. Tots els camins duen a Roma. Història d´un destí (1893-1914). En este libro fascinante repuntan todas las virtudes del novelista, que salvo algunos escarceos de juventud quedó prácticamente inédito. Gaziel es un extraordinario narrador, un agudo observador de la realidad, capaz de introducirse en los más variados ambientes y describir a personajes de todos los estamentos sociales.

De la obra de los últimos años destaca Una vila del vuit-cents, Sant Feliu de Guíxols, que es la evocación de un mundo perdido. A mí me gusta el quinto volumen de la serie Viatges i Somnis, L´home és el tot, dedicado a Florencia, donde un Gaziel de setenta y cinco años, se muestra como un escritor versátil, descontento con lo que ve a su alrededor, pero no hasta el punto de negar la realidad.

El relato se inicia con una descripción de Roma a vista de avión, la entrada a la ciudad en el pullman de la TWA (un pino formidable y solitario, un «ramat de cabres seques», un paisaje de anuncios de neumáticos, aparatos de televisión y lavadoras mecánicas, del que emerge, como un animal antediluviano, un trozo de acueducto). Parece Fellini. El Gaziel de la posguerra es, en muchos aspectos, un contrapunto de Ors. En uno de sus ensayos de 1929 el pantarca establecía una equivalencia entre cúpula y monarquía. En L´home és el tot, Gaziel escribe el elogio del Palacio, con su peculiar idea del espacio ( «estar ben assentat i ben ample»), con su horizontalidad majestuosa que recuerda lo que en Meditacions en el desert escribió a propósito del trono, representación de todos los estamentos sociales. La crisis europea, con la entrada de la sociedad de consumo, pone en crisis la idea misma de la horizontalidad, sustituyendo el palacio por el rascacielos.

Recuperación de un escritor

Una edición en castellano de las Meditacions en el desert es una gran noticia. Se anuncia en el marco de una recuperación de Gaziel. Las deudas con él son muchas. El ciclo de crónicas de la Primera Guerra Mundial (Diario de un estudiante en París, Narraciones de tierras heroicas, En las líneas de fuego, De París a Monastir, El año de Verdun)es literatura de altos vuelos y pocos la han leído. Una selección de artículos de La Vanguardia está aún por hacer. Los cinco volúmenes de Viatges i somnis, de los que Selecta publicó múltiples ediciones, no están por ahora disponibles. La única reedición reciente en catalán es L´exprés de França: tres històries de París, un fragmento de las memorias que Bernat Puigtobella recuperó en bolsillo para Edicions 62.

Uno de los temas recurrentes en el debate literario catalán es la falta de una gran novela. Quizás la literatura catalana no haya dado un libro definitivo que algunos esperaban, pero los componentes de este libro anhelado se encuentran flotantes en la obra de varios autores. En Pla, en Gaziel, en Riquer y entre los contemporáneos, en los artículos de Joan de Sagarra o en los poemas de Narcís Comadira. En todos ellos encontramos de manera fragmentaria y discontinua los elementos del gran relato de formación: la experiencia iniciática, el enfrentamiento con la familia y con la sociedad, la aventura del viaje y la deflacción de los valores que lleva a una posición de autodefensa, a la reclusión en un mundo personal. En la obra de Gaziel este relato no llega a concentrarse en un libro sólo, a partir de una historia de ficción, sino que estalla como una granada en diversidad de formas y géneros.

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Tercera vía

A la búsqueda de otra España

Propuso una fórmula liberal que olvidara la pugna costosa entre Castilla y la periferia; pero nadie le respondió

FRANCESC-MARC ÁLVARO – 28/09/2005

El historiador, abogado y activista Josep Benet escribió, en 1970, en el prólogo a la Obra Catalana Completa de Gaziel (Editorial Selecta, 1970), que Agustí Calvet es «el escritor político más inteligente que ha dado la derecha catalana en este siglo». Benet lo afirmó en un momento poco propicio a la recepción de la obra gazeliana, cuando la cultura de oposición al franquismo seguía considerando al periodista y escritor fallecido en 1964 como alguien de dudosa catalanidad y de ideas desfasadas. La traducción al castellano de Meditacions en el desert. 1946-1953 servirá para poner las cosas en su sitio y para confirmar, también ante el lector no catalán, que el liberal Gaziel es una referencia obligada dentro del plural pensamiento catalanista.

Las páginas de Meditaciones en el desierto son el testimonio descarnado y ácido de un liberal atrapado entre las fauces de las dos Españas que chocan en la Guerra Civil y de un europeísta desengañado por el papel de las democracias occidentales ante la dictadura de Franco después de la Segunda Guerra Mundial. La sinceridad de Gaziel perfora el hueso de la posguerra, ilumina la miseria moral de la clase intelectual y dibuja las contradicciones de los vencedores de Hitler que, con la excusa de la Guerra Fría, apuntalan y legitiman un régimen fascista.

Rebobinemos: Gaziel puso su firma a un escrito de octubre de 1936 de apoyo a los rebeldes franquistas que también firmaron otras muchas personalidades catalanas y que impulsó Francesc Cambó. Gaziel había huido de Barcelona en julio de 1936, al estallar el conflicto, y se instaló con su familia en París. En un primer momento, toma parte desde la capital francesa en la preparación de la revista Occident, pagada por Cambó y vinculada a la oficina de propaganda del dirigente de la Lliga a favor del bando franquista. Por allí pasan figuras como Josep Pla o Joan Estelrich, éste último entregado en cuerpo y alma a la España nacional. Pero no será Gaziel un entusiasta de este entorno y su actitud reticente será motivo de queja del mismo Cambó. Se impondrá, poco a poco, su individualismo, su rechazo a los militares como solución duradera, y su afán de mantenerse al margen de una contienda que él, como pocos, había tratado de evitar con sus artículos. Enel prólogo a Meditaciones en el desierto, Gaziel resume esta peripecia silenciando su apoyo inicial al Alzamiento: » (…) la última guerra civil española – que pasé por completo en el exilio y sin mezclarme para nada en la escalofriante matanza, ni con unos ni con otros-«.

Lo cierto es que, a diferencia de varias figuras vinculadas al catalanismo conservador que se integran en el régimen de Franco, Gaziel opta por evitar el colaboracionismo y, cuando regresa a España en 1940, inicia en Madrid un largo exilio interior, trabajando en el sector editorial, pues el periodismo le ha sido vetado. No hay que olvidar que debe hacer frente a un proceso por responsabilidades políticas y a un consejo de guerra, que es sobreseído en 1943. Su mirada será, hasta su muerte, la de un outsider, alguien que no lucha contra la dictadura pero que tampoco se resigna a la anestesia general. Lejos de cualquier oposición organizada (por entonces todavía escasa) y lejos de los colaboracionistas, el ex director de La Vanguardia escribe sus meditaciones privadas (no verán la luz íntegramente hasta 1974 en las Edicions Catalanes de París) para explicar y explicarse el naufragio colectivo y su terrible resaca.

No es Meditaciones en el desierto un libro que recoja de manera prioritaria ni central la idea que tenía Gaziel de la articulación Catalunya-España, aunque el asunto asoma y respira bajo otros argumentos. Esta parte de su pensamiento esta bien detallado en el libro Quina mena de gent som (La Magrana, 1998), que también merecería ser vertido al castellano, ahora que algunos ideólogos de Rodríguez Zapatero nos presentan la querella hispánica como un mero partido de ping-pong entre Azaña y Ortega y Gasset, dejando fuera otros nombres. No obstante, Meditaciones en el desierto da pistas suficientes sobre las tesis de alguien que intentó creer en la posibilidad de una tercera España verdaderamente liberal que, también en lo territorial, superara los viejos esquemas y olvidara la pugna costosa entre Castilla y la periferia. A la conllevancia orteguiana opuso Gaziel la convivencia franca de un pacto nuevo, pero más allá del Ebro nadie le respondió. Buscó Gaziel la interlocución con los castellanos de buena fe pero nadie, o casi nadie, se interesó por este diálogo. A setenta años de aquello, el espíritu de Gaziel sigue esperando a los españoles que no tengan miedo a otra España.

Catalunya endins, Gaziel se enfrentó a la mayoría de las cabezas pensantes de su generación noucentista, seducidas por el Adéu, Espanya. Sus polémicas de 1922 con los impulsores de Acció Catalana (el pequeño partido escindido de la Lliga) le acarrearon ataques furibundos del mundo nacionalista, que siguieron durante los años 30. Siempre contrario a posiciones separatistas (como entonces se denominaban), Gaziel se movió entre el regionalismo, el autonomismo y el federalismo, y saludó la llegada de la República como la ocasión para encauzar la convivencia peninsular. En paralelo, propugnó una revisión de los tópicos de la historiografía romántica nacionalista, para afrontar de manera más realista los retos colectivos. Todo ello, más el hecho de abandonar la lengua catalana para dedicarse exclusivamente a su prosa periodística, le alejó de la intelectualidad catalanista y le sumió en un cierto aislamiento, a pesar de su enorme influencia. Ni la publicación del libro en catalán Hores viatgeres, en 1926, le reconcilió con aquellos que le negaban un catalanismo que él decía defender en castellano y desde la principal tribuna periodística. Le llamaron botifler y traidor, algo que le dolió hasta el fin de sus días, cuando ya había consolidado una brillante carrera como autor literario en catalán.

El drama de Gaziel es que tampoco la burguesía catalana -a la que tanto conoció y a la que trató de interpretar y conducir moralmente- estuvo al nivel de sus ideas. Como escribió en Tots els camins duen a Roma, «el catalanismo burgués llevaba una gravísima contradicción interna: quería transformar radi calmente España sin que se produjera ni el más leve estropicio material en Catalunya». La burguesía, irresponsable, dejó que la República se hundiera por sus extremos y, luego, buscó la bota militar para ordenar el patio.

Gaziel lamenta todo esto y, en Meditaciones en el desierto, recuerda su ideal de juventud: «Nosotros creímos a ciegas en aquello de la superioridad de los catalanes sobre los demás pueblos de España, basada en nuestro mayor europeísmo; y teníamos una fe absoluta en que crearíamos un patria nueva, una España nueva (la de Joan Maragall), y conseguiríamos regenerar la caduca y decrépita, la africana y escéptica, la de la catástrofe de 1898, o hacer que Cataluña rompiese con ella, para salvarse, antes de que llegara el naufragio fatal». Murió Gaziel pensando que unos Estados Unidos de Europa podrían ser la solución al viejo lío hispánico. ¿Qué pensaría si hoy resucitara?