Periodistas

15 septiembre 2005

El Evangelio según Losantos

Las Provincias, 15-09-05
Alberto Piñero

Acaba de inaugurarse el nuevo año radiofónico y, desde las 6 de la mañana hasta las 12 del mediodía, la cadena COPE vuelve a presentarnos a don Federico Jiménez Losantos como presentador protagonista del programa estrella de esa franja horaria. No es extraño, su programa ha ido remontando sin cesar en audiencia, lo que significa publicidad, publicidad representa ingresos mayores, y, todo junto, beneficios.
Nada que objetar, salvo que me agradaría conocer, dentro del Plan Estratégico de la cadena, cuál es la misión que esta tiene señalada, y cuáles son sus objetivos estratégicos fundamentales. Si la misión y los objetivos estratégicos pretenden que se logre un posicionamiento de máxima audiencia, y que la cadena se autofinancie, y no hay más, la COPE está en el buen camino. Pero si por encima de estas anteriores metas hay otras de mayor calado, por ejemplo, de colaborar en llevar el evangelio a la vida, nos tememos que nuestra querida cadena anda, al menos en alguna pequeña medida, por caminos equivocados.

Porque el señor Jiménez Losantos es un magnífico propagador del evangelio –buena nueva– y de sus dogmas, sólo que ese evangelio, a mi modesto modo de ver, sólo parcialmente coincide con el que conserva y preserva la Iglesia católica. El suyo es, más bien, un evangelio neoconservador repleto de dogmas liberales que, en caso de discrepancia, suele situar por encima del bien y del mal.
Voy a poner un ejemplo. La desregulación de la economía y la libertad de mercado están, para él, por encima de todo. Coincido en que el libre mercado es el mejor regulador de los factores de producción, y que más permite a los países progresar económicamente, pero ese aserto no es cierto como verdad universal sin que sean precisas regulaciones en defensa de los derechos básicos de algunas personas que son expulsadas del mismo. Porque el mercado, en su lucha por la eficiencia, expulsa a los desgraciados , que son marginales, no dan la productividad debida, generan costes inasumibles, y como afirma el neoconservadurismo norteamericano, sólo pueden ser objeto de la compasión privada, no beneficiarios de subvenciones estatales. Es la proposición, como objetivo, del denominado efecto Mateo: “al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun eso que tiene se le quitará”, si bien al situar el párrafo en su contexto está claro que Jesús no estaba precisamente recomendando esa conducta como norma de comportamiento. Así, el citado periodista viene a dar a entender con frecuencia, al menos a quien esto escribe, sobre todo cuando se refiere a inmigrantes indocumentados, que los pobres son culpables.

De todos modos, él no siempre es fiel a los dogmas de su evangelio neoliberal, ya que la libertad de mercado, para él, parece quedar restringida a los dineros y a las mercancías, pero no alcanza a la libertad de circulación de las personas, lo que no es muy congruente, que digamos. No hay que olvidar que el reconocimiento del derecho de los pobres a buscarse la vida es previo, según entiendo yo la doctrina católica, al derecho del propio estado a guardar sus fronteras.

El señor Jiménez Losantos, por otra parte, es defensor acérrimo de la independencia de los periodistas, lo que me parece muy bien. No en vano fue, hace años, uno de los creadores de la denominada Asociación de Escritores y Periodistas Independientes. Constantemente hace gala de esa independencia criticando acerbamente, creo que con mucha razón, los manejos informativos, tergiversaciones, omisiones y ocultaciones de la verdad de otros grupos mediáticos. Sin embargo, en los primeros días de este mes de septiembre, en su programa de la mañana, realizó una muy larga entrevista a don Mariano Rajoy, máximo dirigente actual del PP. Pues bien, en esa entrevista, en que hubo tiempo de hablar de todo, ni él ni ninguno de su contertulios matutinos planteó al señor Rajoy una sola pregunta, ni comentario alguno, sobre cuál era la intención del Partido Popular en cuanto a presentar recuso de inconstitucionalidad sobre la nueva ley que posibilita el matrimonio de homosexuales, porque el plazo termina el día 30 de septiembre y ni don Mariano ni su equipo han dicho al respecto esta boca es mía, salvo que lo están estudiando, y eso cuando se les aprieta. Podían haberle preguntado, por ejemplo, si es muy coherente participar en las primeras filas de la manifestación por la familia del 18 de junio, en Madrid, y remolonear ahora sobre la presentación del citado recurso. Pero nada, ni palabra sobre el asunto. Pues perdónenme ustedes, no me acabo de creer que esa omisión del reputado periodista y sus tertulianos fuera casual, porque un asunto de ese calado no se le pasa por alto a un periodista, y un equipo, como el que nos ocupa. Si, como sospecho, hubo un acuerdo previo de no tocar ese tema, su pretendida independencia salta hecha pedazos. Si por el contrario, no lo recordaron, la inepcia de todos ellos, con él al frente, parece incompatible con su fama.

Por último, Federico Jiménez Losantos se distingue por su agresividad en las formas, lo que cuando los ambientes se crispan, como es el caso en España actualmente, genera legiones de simpatizantes incondicionales, aunque también de adversarios irreconciliables. Esta agresividad crispante llega a veces a las cercanías del insulto. Esto puede ser muy acorde con el talante del evangelio de algunos neoconservadores americanos, o de algunos liberales europeos –uno de los ataques más feroces a Juan Pablo II, y lleno de desprecio que he leído en esos medios tenía por autor a Jean François Revel, santón francés de la especie–, pero esta manera de actuar no parece nada acorde con el evangelio de la caridad, y de ‘‘bienaventurados los mansos’’, que es el de Jesucristo.

Federico Jiménez Losantos dice muchas verdades, es así, y eso es necesario, y es bueno que suceda, aunque a muchos les resulte molesto. Es portentosa su capacidad de descubrir la manipulación oculta que subyace en el lenguaje y en las decisiones políticas, y es de agradecer que cultive esas cualidades. Casi nunca se muerde la lengua, aunque a veces parece que sí, como ha quedado claro al tratar de la entrevista a Mariano Rajoy. Pero esas verdades y ese no morderse la lengua lo hace con una agresividad que muchos entendemos está de más en la COPE, y al servicio de unos dogmas y un evangelio cuya denominación de origen no me parece que tenga mucho que ver con la de Belén.

Y a los responsables de la cadena: les ruego que revisen, por favor, su Plan Estratégico, su misión, y contraten a periodistas brillantes y valientes, cuyo evangelio sea reconocible por los católicos, agresivos en el sentido profesional, no en el sentido etimológico del término. ¡Si a otras horas parece que lo han conseguido!, ¿por qué no por la mañana?
Alberto Piñero Guilamany (Las Provincias).