Mentiras, incienso y mirra
La Latina es uno de los barrios más castizos de Madrid, un santuario de la leyenda de esta ciudad que termina por atraernos a fuerza de echarnos. Cerquita de Cascorro, delante del mercado de la Cebada, que cada día va a menos, se levanta el teatro La Latina, que si no recuerdo mal es propiedad de Lina Morgan.
Anoche fuimos allí a ver Mentiras, incienso y mirra, la obra que dirige Juan Luis Iborra, escrita por el periodista Antonio Albert, cuya cara recordarán mucho por sus apariciones en el programa de la Campos. La acción se sitúa en la noche de Reyes. Seis amigos se juntan invariablemente todos los 5 de enero para cenar y pasar un rato juntos, charlando y hacerse regalos. La cena de este año deriva en una recua de reproches mutuos que acaban por destapar la hipocresía de las amistades y el cruce de menturas qe unos esconden a los otros.
El tema de la amistad está muy manido en la literatura. También en el teatro. En el caso de Iborra y Albert, merece la pena destacar el humor, a veces fallido, otras hilarante, de algunos tramos del texto. Y las interpretaciones, que son magníficas. Sobre todo la de Jordi Rebellón (Hospital Central), Elisa Matilla y Ángel Pardo. Actores solventes, sólidos, con tablas. No tiene el guión demasiada carga de profundidad, pero acaso se agradece porque relaja la escena y deja al albur de los propios actores el remate final que deja satisfecho al público. Ayer, día de Reyes, fuimos a ver una obra que transcurre en la noche de Reyes. Había mucha gente en el teatro, y mucha gente joven. Me pareció estupendo y dice mucho de la vitalidad de esta ciudad que nos lleva de cráneo cada día.
Afuera, en las calles, la gente paseaba y tomaba vinos a pesar del frío de una noche perruna. Las tascas de la Cava Baja estaban atestadas. Entramos en la Posada de la Villa, una taberna clásica del Madrid que tiene casas con tejados. Pedimos cebolla de la Posada (refrita, original, estupenda), un revuelto de trigueros, setas y gambas y varias copas de Rioja. Marqués de Riscal (quizá para ir acorde con el aire antañón del restaurante) fue el que nos pusieron. Después, la plaza Mayor estaba casi solitaria, algo triste. Pero la noche de Madrid tiene un punto de emoción, incluso en invierno, que consigue revivir a cualquiera.