La Garlopa Diaria

2 enero 2009

Precios


Suben los precios. Es la bienvenida anual con la que nos obsequian autoridades públicas y empresas privadas. Sube todo. O casi. El billete de metro, los trenes, la luz, el agua, los taxis, el autobús. Todo aquello que forma parte de nuestra vida cotidiana. Del día a día. Todo aquello que mortifica el bolsillo que abrimos a diario. Bien. Es a lo que nos tienen acostumbrados. Suben los precios a un ritmo notablemente superior que los salarios. Y así pasa, que el salario mínimo (desde ayer en 624 €) provoca sonrisas y lágrimas. Por cierto, ¿le preocupa todo esto a la prensa? No, la prensa está más preocupada por Jesús Neira. Con perdón.

Nadie lo destacó apenas, pero ayer se incorporó al euro Eslovaquia. En España, esta noticia, plim. Pero el caso es que los eslovacos probablemente vivirán lo mismo que hemos vivido nosotros desde 2002: un encarecimiento de los precios muy por encima del redondeo que nos prometió Solbes, en tiempos de su comisaría de Finanzas. El redondeo ha consistido, básicamente, en aumentar todo. O casi. De golpe, o a un ritmo paulatino cada vez más frenético. Y así pasa, que los precios se vuelven locos hasta el punto paradójico de que el IPC bajará, mientras los servicios, que es lo que notamos todos a pie de compra, se disparan.

Dos ejemplos personales, aunque no me gusta ponerlos.

El primero: Recuerdo que cuando era un crío -o sea, hace cuatro días- compraba el Marca yendo al colegio por 80 pesetas. Ese era el precio que valía cuando empecé a leerlo, pronto lo subieron a 100 pesetas. No estoy hablando de hace veinticinco años ni sesenta. Estoy hablando de anteayer. Hoy vale 1 €, algo más de 166 pesetas. Y El País, El Mundo, La Vanguardia, El Periódico, El Correo, La Razón, El Norte de Castilla y Heraldo de Aragón, entre otras cabeceras, están ya en 1,10 €, casi 200 pesetas por un periódico.

Segundo ejemplo: Ayer viajé desde Barcelona a Madrid. El billete de avión (eso sí, comprado con antelación) me costó 35 euros. El taxi desde la T-4 de Barajas hasta mi casa (y vivo en la entrada de Madrid, no en el centro ni en la periferia), me costó casi 30 euros.

Una de dos: o yo he engañado a la compañía aérea o la taxista me engañó a mí. O las dos cosas a la vez.

La anécdota, me parece a mí, refleja el estado convulso de la economía española, cuya locura de precios deja tiritando al personal porque nunca sabes calibrar con precisión la distancia sutil, pero gruesa, que existe entre precio y valor. La economía española vive con un flotador, que es la ilusión de la gente por no amargarse la existencia. De otra manera no se entendería el (des) ajuste entre precios y nóminas y el silencio cómplice de todos nosotros.

Feliz año.