El tubo autonómico
Entre tanta retórica pesada y vacía, entre tanto engolamiento de los miembros de la cofradía de la columna, entre tanta palabrería hueca para opinar sobre todo y sobre todos, produce gozo leer artículos que analizan la realidad yendo sin artificios lingüísticos ni adjetivos gratuitos a la raíz de la actualidad.
Merece la pena leer hoy el excelente artículo de opinión de Enric Juliana, periodista de Badalona, en la edición digital de La Vanguardia: «Las dimensiones del tubo».Recomiendo su lectura por dos motivos principales. Uno: porque contiene una reflexión interesante y rigurosa. Y dos: porque está muy bien escrito, como todo lo que hace el «mestre» Juliana.
El tema central del texto es la posición del Partido Socialista, particularmente de sus 25 diputados catalanes, ante la inminente votación de los Presupuestos Generales del Estado.
Hay mucho fondo detrás de este análisis, que no sólo afecta al PSC o a la relación de la política catalana con la del resto del Estado. Existe un debate profundo sobre el modelo de financiación autonómica, debate que el Gobierno presidido por Rodríguez Zapatero estuvo encantado de afrontar hace cuatro años y del que ahora maldice. En todo caso, expresa la sensación de hartazgo y de descontento de buena parte de la España regional. Y eso no es un invento del jefe de Gobierno. Hay quejas. Y graves.
Cataluña pide justicia ante un sistema financiero que le perjudica claramente. El País y Vasco y Navarra callan porque ya tienen su «concierto económico» a buen recaudo, nunca mejor dicho. Madrid y Valencia están a la que salta, como un niño envidioso en una clase de primaria: «yo no pido, yo no me quejo, yo no levanto la voz, pero si a Cataluña le dan el chupa-chups que pide, entonces yo quiero una piruleta». Y luego aparece un núcleo potente de autonomías, sobre todo las controladas por el PSOE como Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura, que no están dispuestas a permitir la bilateralidad que reclama la Generalitat catalana. Para los guardianes de lo que fue «faro de Occidente» significa la traición al espíritu nacional. Para alguien con sentido común es el reflejo de treinta años de madurez constitucional.
En todo caso, va a resultar morboso ver el método que utilizará Zapatero para cuadrar todas las piezas del puzzle. De momento, y esta es la tesis de Enric Juliana, va a hacer «pasar por el tubo» a los 25 diputados del PSC en el Congreso, que anunciaron su voto en contra si había retrasos en la reforma de la financiación, y ahora apretarán el botón verde. Es una postura, la de Juliana, que respalda la posición de CiU, dispuesta siempre a recordar a los socialistas catalanes que sí, que son catalanes, incluso catalanistas, pero no pata negra.
Y ojo: de la financiación autonómica dependen tres pilares del Estado de Bienestar, como bien recuerda Juliana: la educación, la sanidad y los servicios sociales.¿No sería necesario, dado el calado del envite, pactar un sistema estable de financiación regional a través de la Conferencia de Presidentes autonómicos que con tanto bombo anunció el propio Zapatero?
Soy de los que piensa que los agravios regionales y los desequilibrios territoriales en España no son inventos de Zapatero, como insiste en machacar la propaganda del PP. Es, ni más ni menos, la materialización de la España actual. La real. La de la calle. Si un castellano tiene derecho a quejarse por la falta de infraestructuras en sus pueblos, ¿por qué no puede quejarse un catalán de la falta de inversiones en el aeropuerto de El Prat? Que existe siempre una exageración por parte de los partidos políticos, pues también es verdad. Pero en todo caso, no deberían alarmar a nadie siempre que se hagan por los cauces habiturales. Debatir es lo normal es las democracias más viejas, como Inglaterra. Pactar es habitual en democracias ejemplares, como los países escandinavos o Centroeuropa. Y aquí, algunos parecen interesados en pretender siempre ir por la tangente. Todo por mayoría absoluta. Todo por decreto. Todo por la sacrosanta unidad de los principales partidos. El consenso es bueno si genera ilusión y es para defender principios elementales como la libertad o la seguridad. En cambio, creo que sería dañino si los dos principales partidos lo utilizan para atornillar el debate político que, a su vez, es síntoma de un país serio. La España de charanga y pandereta era la de la sacrosanta unidad de la patria. La de ahora es lo normal en democracia.
Reconducir el debate público generado en torno a este asunto y tratarlo de forma seria, y no como un pestiño insoportable como hace el PP y sus medios afines, quizá ayudaría a encontrar una solución. O quizá no, porque me da que los nacionalistas españolistas siguen más interesados que los propios nacionalistas periféricos en continuar alimentando la refriega regional.A todo esto, puede que el ciudadano tenga la impresión de que los políticos no ponen nada de su parte, ni por asomo, para resolver sus problemas. Deben sentirse más útiles discutiendo.