Thomas Paine
El 4 de julio de 1776 es la fecha mítica de la independencia norteamericana. La metrópoli, Inglaterra, no reconoció la declaración de independencia de su colonia, pero ha pasado a la historia como el documento oficial que legitimó el nacimiento de una nueva patria que hoy conocemos como Estados Unidos de América. Allí, a finales del siglo XVIII, predominaba el periodismo de opinión pública-política, con dos grandes bloques: los conservadores (banqueros y comerciantes sobre todo) y los liberales (partidarios de mantener vínculos con Londres, pero con una cierta autonomía). Surgen entonces tres periodistas sobresalientes: Samuel Adams, Isaiah Thomas (no confundir con el base de la NBA del mismo nombre) y Thomas Paine. Éste último me parece la figura más interesante.
Thomas Paine había trabajado en Inglaterra, donde conoció a Benjamin Franklin. De vuelta a EE UU, a partir de 1774 publica sus ideas en The Pennsylvania Magazine, que era el periódico de su yerno. El auge de su pensamiento le convierte en un personaje popular e influyente. Su éxito consistió en ser audaz. En 1776 publicó un ensayo, titulado “El sentido común”, donde defiende la superioridad del régimen republicano sobre la monarquía y pide cosas hasta ese momento intocables: apela y solicita la liberación de esclavos, defiende el liberalismo y los principios de la democracia, reclama la igualdad de derechos de la mujer y, acercándose a todas las capas de la sociedad norteamericana, consigue movilizar a sus compatriotas por una misma causa: la independencia de EE UU. Era un agitador. De “El sentido común” se tiraron 25 ediciones en un año y se publicó en 13 ciudades distintas, un récord en aquella época. El propio George Washington recurría a Paine para que leyera sus textos ante las tropas. Parece ser que, además de tener cierto nervio escribiendo, era un fenómeno evitando la desmoralización de los suyos.
Paine acabó metiendo la pata cuando en otro panfleto, titulado “La edad de la razón”, se confesó ateo. Eso, en un país puritano, significa la ruina. Allí empezó su desgracia y tuvo que regresar a Inglaterra, exiliado. Fue un ocaso triste y paradigmático. Su ejemplo demuestra, ahora que tanto se habla del “hecho histórico” que supone la llegada de Obama a la Casa Blanca, que la prensa también ha sido capaz de aportar su granito de arena para conseguir hacer de EE UU un país integrador, y no reaccionario. Me he estado acordando del ejemplo de Thomas Paine estos últimos días que tanto se ha hablado de la lucha racial y la conquista de derechos de las minorías: primero de los esclavos, luego de las mujeres, ahora de los negros convertidos en afroamericanos. Sin embargo, la trayectoria de Paine, con su ascenso vertiginoso primero y su caída precipitada después, demuestra las contradicciones permanentes en que vive la sociedad estadounidense. Y el pragmatismo, que es quizá su rasgo principal.
Una crónica publicada ayer en La Vanguardia por su corresponsal en EE UU, Eusebio Val, alertaba del peligro que supone para muchos europeos creer que la elección de Obama suponga un giro a la izquierda en ese país. Casi nadie duda que su elección parece un bálsamo, sobre todo si comparamos su discurso con el ‘desastre Bush’. Pero mucho cuidado: que los árboles no nos impidan ver el monte. La inmensa mayoría de votantes de Obama asumen un pensamiento moral conservador. De hecho, en su victoria ha sido clave el apoyo de un sector notable de los republicanos moderados que, tras la elección de Sarah Palin como candidata a vicepresidenta, rechazaron el giro “radical” de su propio partido. Paco Basterra lo explicaba con claridad en El País: “Obama no es un radical, ni un socialdemócrata europeo. No firmaría una ley para posibilitar el matrimonio gay; defiende el derecho a realizar acciones militares preventivas cuando estén en juego los intereses de Estados Unidos y se reserva la posibilidad de actuar internacionalmente sin cobertura de la ONU; no es contrario a la pena de muerte, ni parece que desee restringir el sacrosanto derecho de sus ciudadanos a tener armas en la mesilla de noche” (08.11.08).
Esos son los contrastes con los que se topó Thomas Paine a finales del siglo XVIII. Esos me parecen ahora los contrastes con los que chocará la parroquia de Obama.