Periodistas

12 junio 2005

La fuerza de un comunicador

La radio le apasiona. Es uno de los mejores comunicadores de este país. Gabilondo (1942) acerca el mundo cada mañana a más de tres millones de españoles desde su programa líder, ‘Hoy por hoy’. En estas páginas le toca hablar de él, de su locura por el periodismo o de su afición por la música. Su mensaje es de compromiso. Ahora acaba de publicar un libro con una selección de sus mejores entrevistas.
El País Semanal, 12-06-05
Jesús Ruiz Mantilla

Cualquier ruido es sordo y es huérfano alrededor de Iñaki Gabilondo. Cuando está ante el micrófono, ni el trasiego de los papeles en la mesa se interpone; ni el jugueteo incesante que se trae con las gafas, que se quita, se recoloca, sube y baja mordiendo la patilla en cada recorrido, interfiere entre su voz y el aparato que reproduce su sonido ante los casi tres millones de oyentes diarios de su programa Hoy por hoy, en la cadena SER. Él no debe de ser consciente de sus movimientos, ni de su nervio, ni de que cada acción podría provocar una catástrofe de jaleo en cualquiera; no transmite eso en absoluto. Pero observarle durante un cuarto de hora, solo, en toda la amplitud del estudio, es revelador. Todas las cosas bajan el volumen a cero mientras retumba su voz, omnipresente entre las cuatro paredes insonorizadas con madera, encima de la mesa curva, entre las sillas para el público y sobre el piano que queda junto a la entrada, como en una ceremonia de confesión masiva que se cuela por nuestros despertadores, en nuestras cocinas, en los coches que sortean el asfalto de la vida. Pero no es normal que Gabilondo se siente solo en su estudio. Enseguida entra y sale gente, y la sala parece una Gran Vía en miniatura, espejo digno de la misma calle que tiene a sus pies, donde se encuentra la sede de la SER en Madrid. No deja de consultar, dar órdenes, atender papeles mientras conversa diariamente con su audiencia. No concede tregua a la posibilidad de que se deje algún cable suelto, a no entender lo que va a contar a continuación. Es un médium entre todos los colaboradores de su programa, entre su equipo y quienes le oyen; un sacerdote de la racionalidad para entender esas aristas a veces contradictorias, otras perfectamente consecuentes, con las que nos azota y nos acaricia la realidad de la batalla diaria.

El día, la mañana, es toda una entelequia para este periodista de 62 años y referente de muchas cosas, del que ha aparecido estos días el libro Testigo de la historia (Aguilar), con una selección de sus mejores entrevistas. Desde hace 18 años que existe Hoy por hoy se levanta a las cuatro de la madrugada, de lunes a viernes; baja a la radio y se planta más de cinco horas delante del micrófono para intentar desmenuzar lo que nos ocurre. De 7.00 a 12.20, día tras día. Antes lo hacía más temprano. A las seis ya daba los buenos días, pero ahora ha recortado esa primera hora: “Necesito más tiempo para entender bien lo que ha pasado, para digerir lo que voy a contar”. Y todo sin cansarse, asegura. Quizá porque respira a fondo el aire que le llega hasta esa terraza que tiene a mano y a un paso del estudio –su auténtico lugar de trabajo, porque ni siquiera tiene un despacho en la emisora– en el séptimo piso del edificio. Es allí donde cada día sale a contemplar un espectáculo único (“irrepetible”, dice él): ver amanecer.

¿Sale ahí solo todos los días?
Todos los días. Hago apostolado, se lo pido a todo el equipo; algunos me hacen caso, otros no. Les digo: “Éste es el último amanecer de hoy, es la única posibilidad que tenéis de verlo”. Me sirve para tener conciencia de lo que es cada día, porque luego nosotros trabajamos con los elementos de cada jornada.

También le sirve de terapia.
Ayuda a vivir con más lucidez, más conciencia de lo que tenemos. No me gusta la distracción con la que viven algunos, debemos tener conciencia de los días para que luego no nos quejemos de que sin darnos cuenta hemos perdido 15 años, 15 libros, 15 amigos…¿La teoría del ‘carpe diem’?

No, no es eso. No consiste en disfrutar el momento, es más bien en ser conscientes de que estamos vivos y de que tenemos un número limitado de cosas a experimentar, un número limitado de Novenas de Beethoven, de botellas de vino.

Pero algo hay que disfrutar…

Sí, algo, pero tampoco de manera compulsiva. No creo. Yo he aprendido a vivir así después de haber sufrido, de que mi primera mujer muriera con 35 años después de ocho enferma. Eso me dio una conciencia de limitación.

¿Es una conclusión muy meditada?

Sí, creo. A los 15 años o por ahí descubrí que no todo el mundo tenía las mismas sensaciones. Me acuerdo de una anécdota. Había unos váteres en el campo de Atocha que tenían una diana. Yo nunca tuve duda de que nadie no apuntara al centro de la diana. De esa misma forma, pensé que todo el mundo tenía conciencia de que algún día nos íbamos a morir, y cuando comprobé que no era así me llevé una sorpresa. Cuando yo les decía a mis amigos: “¿A que cuando vas a mear apuntas a la diana?”, me respondían que sí. Luego les decía: “¿A que algún día nos vamos a morir?”, y ahí cambiaba la cosa, no querían responder, se evadían, y me llevé una sorpresa, porque yo esa idea la tuve siempre presente.

Y después de tanto haberlo pensado, ¿tiene miedo a que ocurra?

Después de lo que he vivido, si me tocara, que no tengo ningún interés, sé en qué consiste. Creo que la vida me ha sido dada.

¿Cómo?

Pues he tenido éxito, he tenido suerte, he conocido la desgracia, he sobrevivido a accidentes de coche, he padecido una grave enfermedad y, después de todo, se me ha prolongado el plazo.

El plazo, la prórroga, ¿la vive de vuelta?

No, nunca. No, porque el día de mañana no me lo sé, es nuevo para mí y tengo curiosidad por conocerlo, una curiosidad razonable. Yo, el verbo que menos entiendo es garantizar, no lo entiendo. Para mí, vivir es apostar, es un juego.

¿Eso lo aprendió ya en sus años mozos, en San Sebastián?

Yo fui un chaval normal. De San Sebastián tengo la impresión de no haberme ido nunca, porque salí con 29 o 30 años y no fue una decisión mía. Entonces ya tenía tres hijos y me mandaron a dirigir Radio Sevilla. Son los caminos que marca la vida, pero yo no recuerdo haber dicho nunca que me quería ir.

Pero lo de Sevilla fue un choque para usted, siempre lo dice.

En Sevilla, yo descubrí el paganismo. En Euskadi siempre hemos tenido una mirada religiosa sobre las cosas; por eso en Sevilla descubrí todo lo contrario, el estallido de las cosas, y fue en el ciclo de un año. Hasta que no se cerró el año, no lo entendí bien. Me fascinó la Semana Santa, los fogonazos de vitalidad, la realidad individualizada. En Euskadi hablábamos de lo colectivo; en Sevilla, siempre de lo individual. Yo no sería el que soy hoy si no hubiera pasado por allí, sin ese cañonazo que no puedo atribuir a un deslumbramiento pasajero.

¿Qué parte de usted descubrió allí?

Lo animal. Tenía adormecido lo animal, y hasta que no lo descubres, no puedes considerarte un ser humano completo. Allí me sentí preparado para librar la batalla entre las esencias y el progreso. Hay que tener cuidado con los defensores de las esencias, que siguen existiendo, y aprender a conciliar lo que algunos consideran auténtico con las vanguardias. En Sevilla existen las dos cosas, los que defienden un modelo de sociedad repugnante y la Sevilla que sueña con el progreso.

Hablemos de trabajo. Comprenderá que hacerle una entrevista a usted después de que se haya publicado un libro con muchas de las suyas y que en el prólogo diga que la entrevista en prensa escrita tiene trampa, pues es un compromiso.

No, hombre; compromiso, no. Digo que las entrevistas en la radio y en otro medio no se desarrollan de la misma forma. En la escrita existen posibilidades de todo tipo, deshonestidades incluso, porque puedes manipular el relato. En la radio y la televisión, no. Te enfrentas a una honestidad obligada. Por eso digo en el prólogo que falta el reloj. Toda la profundidad, el equilibrio, la estructura de la entrevista tiene que hacerse sobre la marcha.

En el libro hay un repaso a la España política, cultural, social. Han cambiado mucho las cosas desde 1992, fecha de la primera de las entrevistas publicadas, hasta hoy. En política se ha producido un vuelco generacional: podemos interpretar que a Arzalluz, como símbolo de lo suyo, le ha sustituido Ibarretxe; a Pujol, más que Artur Mas, Carod-Rovira; a Felipe González, Zapatero; a Aznar…, ¿quién?

Me gustaría mucho que Rajoy fuera capaz de sostener bien su liderazgo y que volviéramos a una etapa de cierta serenidad si nos devolvieran al Rajoy que hemos conocido y no al que sobreactúa, al que está en la militancia de combate.

¿Tendrán que hacer su travesía del desierto, como hizo el PSOE?

Con Zapatero llegó un nuevo discurso al PSOE que no gustó a todos, pero lo mantuvo. Rajoy ha debutado en un estilo que no era el suyo, parece el intérprete de un texto ajeno y demuestra inseguridad en ese papel.

¿Un papel en el que el PP apuesta por la política con efectos especiales, con bronca, trucaje y hacer parecer lo que no es?

Exactamente eso, y así no le va a ir bien. Con esa táctica tendrán el aplauso de los hinchas, pero las encuestas en contra. Tendrán ovaciones, pero no ganarán elecciones con esta sobreexcitación. La gente de mi generación hemos tenido que hacer un esfuerzo muy grande por aprender a ser demócratas; las siguientes, no, y eso que con un programa de radio envejeces menos. Con Zapatero, a nosotros nos pasa como con La Oreja de Van Gogh: desde nuestra perspectiva puede parecernos un fenómeno menos digno musicalmente, pero nuestra mirada está derrotada por el tiempo. No les podemos analizar con los ojos de un tiempo que ya se ha ido. Zapatero es el exponente de un cambio generacional que hay que interpretar en clave ideológica. Es un demócrata sereno, que la generación anterior puede confundir con blandura, pero no es así. Lo que me interesa ver en esa generación es cómo maduran, y cómo maduran desde el poder.

¿La alarma le repele?

Es lo que me molesta del PP, porque con la alarma hacen daño. Saben por las cosas que hemos pasado y que nada va a destrozarse; que España, ni se rompe, ni se deja de romper. Hay cosas muy serias que están pasando: la regularización de inmigrantes, el matrimonio de homosexuales, y no están ayudando a nadie a comprender su complejidad. En vez de a la pedagogía, recurren al amedrentamiento. Eso, con efectos especiales, para mantener a la gente muerta de miedo.

Y en el problema vasco, ¿cómo podrá salir la derecha del laberinto?

Eso es lo que a mí me distanció de Aznar. De un día para otro, algunos nos convertimos en traidores a España; luego, si estábamos en contra de la guerra, es que queríamos ver volver los cadáveres de nuestros soldados envueltos en la bandera. No me sentía preparado para ser cómplice del terrorismo tampoco por el simple hecho de querer la paz para Euskadi.

Esos ataques, de los que muchos tuvieron que verse obligados a defenderse, ¿han retrasado el proyecto de ir haciendo una radio más moderna, menos ideologizada?

Creo que esa apuesta debemos recolocarla cuanto antes. Pero es que a nosotros un presidente del Gobierno nos llegó a atacar en sede parlamentaria. He luchado siempre porque la SER fuera una radio de referencia, me he dejado la vida en este empeño, y ése debe ser el rumbo.

¿Cuál es esa radio futura que sueña?

Aquella en la que la profesionalidad está siempre fuera de toda sospecha, cuando la afinidad ideológica no pone en duda los hechos que debes relatar, en la que los tonos y los semitonos están al servicio del ciudadano, donde se encuentran los afines y los no afines, donde la primera estrella sea la propia radio –en nuestro caso, la SER–, sin personalismos; algo que creo que hemos conseguido, como la BBC, que es la BBC.

Ya, pero en España el papel de las radios siempre ha tenido algo de identificación ideológica. En cierto aspecto han cumplido papeles de partido. Más que afiliarse a un partido, la gente se afilia a emisoras.

Referentes sociales en los últimos tiempos. Los periódicos lo eran también, las radios desde hace unos años. Pero ése no debe ser el juego. No se pueden utilizar las ondas para responder a los ataques que nos lanzan todos los días. Para eso no están los micrófonos, para eso están los tribunales.

Hasta que uno se calienta.

Yo reconozco que cuando he perdido eso es con Aznar, y quizá alcancé con ello un momento de notoriedad que no me ha gustado. Él sacó lo peor de mí, y eso no es lo mejor para mis oyentes; pero fueron unas circunstancias donde yo entendí que ésa debía ser mi sinceridad, aunque no fuera lo ideal.

¿Y qué es lo peor de usted?

La ira en antena. Ése es el enemigo número uno de la ecuanimidad, pero aquello lo entendí como una emergencia. Y es que lo de Aznar ha sido muy fuerte. Tú te notas que te vas calentando, y aunque sabes que no te debes permitir que eso te arrastre, pues sale de manera espontánea.

¿Se arrepiente?

No, no me arrepiento tampoco, pero sé que ése no puede ser el camino: la ira y sus consecuencias pueden acabar con lo que has construido, afectar a la superioridad de una estructura informativa, que es tu activo de verdad. La ira tiene un efecto racimo, además. Sobre todo cuando eres responsable de un programa bandera de una emisora, con muchas otras adscritas, y si marcas cierto tono, otros a lo mejor se creen con el derecho a elevar más el ambiente. Todo empezó con el tema vasco. Cuando me di cuenta de que, por una simple divergencia, un Gobierno pintaba una raya, eso me encendió, porque yo he sido muy claro siempre con respecto a la violencia, no como los políticos, que descubren el terrorismo cuando empiezan a matar a los suyos.

En ese proyecto de radio del futuro, ¿se ve usted? ¿Dónde estará Gabilondo dentro de 10 años?

No lo sé. Pero si me voy mañana, no lo voy a decir yo. Llevo trescientos años aquí y tengo sintonía y complicidad con esta empresa. Lo único que les he pedido es que, cuando quieran que me vaya, me lo digan, no que me entere que se han reunido cuatro en un despacho, a ver quién le dice a Iñaki… Yo me siento muy liberado en el sentido de que ya los equilibrios de la programación están muy hechos. El peso central recae sobre la estructura de la casa, y está muy bien apuntalada porque nosotros tenemos muchas ventajas sobre los demás. Los demás se miden con nosotros en el EGM, y ése es el día que estamos más cerca. En donde hay mucha diferencia es en lo estructural: tenemos mejor organización, más conciencia de medio de comunicación; trabajamos como una empresa que se dedica a esto, donde hay todavía mucho amateurismo lateral en el sector.

Pero esa decisión será suya y todavía no se le ha pasado por la cabeza largarse.

Sí. Pienso muy a menudo en largarme desde hace 30 años. Y hubo una época en la que estuve muy cerca de hacerlo.

¿Cuándo?

En la etapa de las tensiones entre los medios. Fue muy desagradable para mí. Si te metías, mal; si no te metías, también, porque la empresa podía pensar que no participabas en sus cuitas. Me llegué a plantear: ¿esto es la radio en la que yo soñé cuando era pequeño?, ¿para esto han muerto un millón de españoles, que decía el otro? Si mi negocio consiste en esto, pongo una mercería en Jaca. Porque hay gente que en esas cosas se crece, y yo no, yo me vengo abajo.

¿Se encuentra con energías renovadas?

Ahora, bien. Aquí pienso seguir hasta nueva orden. Pero si me lo preguntas hace tres años… No estaba bien de salud, pero no lo sabía. Me encontraba cansado y no sabía por qué, hasta que un día descubrí que estaba enfermo y que me hubiese podido morir. Pero no. Pude curarme y estoy mucho mejor; recuperé vitalidad, más fuerza. Ahora no tengo intención de dejarlo. Me gustaría verle la salida, eso sí. Ver dónde acaba la calle.

¿Como para seguir levantándose a las cuatro de la madrugada todos los días?

Es que para mí, las cuatro de la mañana no es lo mismo que para ti. Si yo te pregunto: ¿para ti que son las siete de la tarde? Yo estoy a esa hora en el Auditorio Nacional. Empieza mal, pero luego no está tan mal.

¿A qué hora llega a la radio?

A las cinco estoy aquí. Me hago cargo del equipo de noche, me cuentan qué ha pasado, leo los periódicos, ordeno la cabeza. Es una hora arriesgada porque estás solo. Tienes que entender antes de decir buenos días, yo necesito entender, y en eso se me pasa el tiempo, soy muy minucioso.

Luego tiene un papel de director de orquesta.

Cuando la situación está clara, entro. Sin papeles, no me gusta leer. Soy comunicador, pero eso no quiere decir que improvise. A los periodistas les recuerdo: sois relatores, no redactores; aunque lo vayan a leer, me gusta que me lo cuenten. A alguno le he quitado el papel y le he dicho: cuéntamelo. De otra forma no pueden entenderlo.

El programa tiene sus tempos, sus ambientes. En las entrevistas del libro se nota tensión en la política, curiosidad por lo social, disfrute en la cultura.

Padezco una curiosidad universal; no enloquecida, pero abierta. Con el mundo que más disfruto son con los libros y la música, me ayudan a esponjar la mente. Lo disfruto, leo mucho por las tardes.

Y la melomanía ¿de dónde le viene?

De mi padre. Él era carnicero y estaba abonado a conciertos. Soy el mayor de nueve hermanos, y tuve suerte porque disfruté de mi padre cuando él era joven. Me llevaba a los conciertos, y es curioso, después, cuando nos llamábamos por teléfono, siempre silbábamos la melodía de lo que habíamos escuchado. Para mí la música ha sido una clave en la relación con mi padre, que no era nada cerrado, porque también le gustaban los Beatles. Recuerdo oírle decir que eran unos músicos muy buenos.

Al fin y al cabo, la música le puede servir para definir su programa: puede tener forma de sinfonía o sonata, los sonidos distintos de cada día sobre una base similar.

Bueno, es un programa de variaciones, un programa coral, por donde pasa mucha gente; pero siempre, quien va, tiene algo que ofrecer. Pero puede ser diferente a lo que Luis del Olmo proponía en Protagonistas, algo más conectado con el espectáculo. Nosotros apostamos por la autenticidad en la comunicación más que por la brillantez del espectáculo. Es algo que se va construyendo solo. Prefiero no forzar, ni saber qué vamos a hacer. Debemos intentar abarcar el mayor espectro social posible, saber qué pasa, y que si pasa va a acabar en el programa. No se nos puede escapar lo que es este país; podemos engañarnos, pero no mucho, porque cuando los rebotes son incesantes acabas enterándote.

¿Han cambiado mucho las mañanas en la radio desde que usted empezó?

Bastante. Cuando llegó la televisión, la radio por la mañana se hizo más urbana, quizá porque el otro tipo de audiencia se pasó a la televisión. En los estudios se reflejaba más la igualdad entre sexos, era como el tren y el avión. Antes lo fino era viajar en avión, y el tren era lo basto, donde acababa la gente con la tortilla. Luego sale el AVE y se sofistica. La mañana se llevó al público más anciano, y ante ese reto debíamos responder con honestidad preguntándonos qué estaba pasando, qué aportábamos y qué nos faltaba para captar esos vectores de la vida que debíamos descubrir. Era un público distinto al que debíamos proporcionar una compañía útil, y ésa es la razón por la que creo que nos ha ido bien.

Por cierto, en la entrevista que le hace a Del Olmo, y que recoge el libro, parece que se sienta en una especie de diván con él.

Sí, de alguna manera estaba preguntando y preguntándome, y respondiéndole a él y respondiéndome.

Le hace muchas preguntas sobre el poder que da un micrófono.

A mí me interesa mucho el tema de la legitimidad. Hubo una época en la que Luis y yo éramos como la gente. Ahora, no. No tenemos la edad de la gente, no ganamos lo mismo que la gente y seguimos hablando de la gente. ¿Cómo hacer para que no se nos note esa impostura? Debemos ser conscientes de que somos de determinada forma, pero no podemos permitirnos la impostura, no podemos interpretar con espontaneidad. Pasa el tiempo y te vas convirtiendo en algo distinto, más extraño, y no pierdes legitimidad para convertir causas ajenas en propias. Entonces debes llevar a cabo una autentificación del mensaje. Cuando te das cuenta de que ser un privilegiado te quita radares, nadie te niega el derecho a hacer lo que haces, pero tu obligación es hacer un esfuerzo por ponerte en otras situaciones.

¿En cuáles?
Pues debes empezar por preguntarte: ¿por qué soy yo el que hablo por la radio y no otro? ¿Cómo te aseguras de que no eres un impostor? Cuando sabes que nunca has dicho nada que no sientas.

¿Humildad? ¿Sinceridad?
Humildad no es. Sí saber las cosas: que vienen inmigrantes, qué es el Ramadán. Profesionalidad. No sé qué es, pero es lo único que me preocupa. Y me he empezado a preocupar más cuando eres más mayor que la media, tienes más dinero que la media. ¿Cómo se hace cuando no eres la media? Porque yo me he criado entre gente sencilla y no podría estar con mis hermanos si me volviera un gilipollas. Hay que ser consciente de dónde vienes. Yo fui el primer universitario que hubo en mi familia, estudié filosofía y letras, y periodismo; luego los demás también pudieron estudiar. Es lo que daba una carnicería en el mercado de La Brecha, en San Sebastián.

Por cierto, ¿qué prefiere, carne o pescado?
Yo, las dos cosas. En eso soy muy vasco. El comer, para mí es sagrado. Y beber, también. No me gusta beber mucho, pero me gusta mucho beber. Me parece marciano alguien al que no le gusta comer ni beber.

En casa, ¿cocina usted?
No, yo no, la Tata. Con nosotros trabaja una tata que es la misma que ha tenido mi mujer desde hace años, y… guisa… ¡Bueno! Me gusta comer bien, es lo mejor que se ha inventado. Yo veo a un tío al que no le gusta comer y, no sé, es como si viera de repente a alguien con tres orejas. Hasta muy mayor no me encontré a uno que no le gustaba comer, y fue como cuando Felipe González, mientras era presidente del Gobierno, me dijo que hacía años que no había ido al cine. Para mí fue como si hubiera visto volar un burro.