El espía del Watergate
Para los periodistas de mi generación el caso Watergate significó la mayoría de edad de la profesión. Dos jóvenes reporteros de la sección local del Washington Post fueron reconstruyendo una tenebrosa trama que pretendía proteger las prácticas corruptas y secretas del equipo que rodeaba al presidente Nixon que ganó las elecciones de 1972 y dimitió dos años después a causa de las revelaciones publicadas por los periodistas Bob Woodward y Carl Berstein.
Los dos periodistas bebían de una fuente que ha permanecido secreta más de treinta años en un Washington en el que la red de espionaje y de seguridad averiguan incluso dónde y cómo vuelan las moscas. Los reporteros no podían averiguar lo que se estaba tramando sin que alguien les suministrara una información fiable.
Los grandes escándalos políticos raramente arrancan de investigaciones periodísticas. La información procede desde las interioridades del poder. Ya sea por venganza, frustración o simplemente porque alguien no está de acuerdo con la actuación de su propio partido o de su respectivo gobierno.
La Garganta Profunda del caso Watergate fue Mark Felt, un agente del FBI, de 91 años, que ingresó en la agencia en 1942. Se pasó la guerra en la sección de espionaje y continuó su trabajo durante la guerra fría detectando los movimientos de los agentes soviéticos que abundaban en Washington y en el resto del mundo. Fue subiendo el escalafón de la agencia bajo las órdenes de Edgar Hoover y compartiendo la visión del legendario director del FBI sobre el espionaje al servicio de la administración.
Hoover murió y Felt aspiraba a sustituirle. Pero el presidente Nixon decidió nombrar a Patrick Gray III, un hombre que puso la agencia al servicio del equipo que rodeaba al presidente que ocupaba la Casa Blanca desde 1968. Felt sabía mucho. Lo sabía todo. Y vio cómo aquel nombramiento era perjudicial para el FBI y para la salud democrática de su país.
Y decidió pasar al contraataque. Y se convirtió en la Garganta Profunda que alimentó la información del caso Watergate que acabó con la presidencia de Nixon. El debate en Estados Unidos es si Felt fue un héroe que contribuyó a que se supiera la verdad, un traidor que fue en contra de su gobierno, su presidente y el país y si traicionó también a la agencia en la que trabajaba.
En el relato que hoy publica Bob Woodward, una pieza muy interesante y rocambolesca de cómo estableció los contactos con Mark Felt, aparece un personaje que está marcado por la sensación de que “había muy pocas dudas de queFelt pensaba que el equipo que rodeaba a Nixon estaba compuesto por nazis”.
En la explicación que ofrece el periodista se perfila al super espía como un hombre que actuó por despecho pero también por principios. Pensaba que había que transmitir a la opinión pública las mentiras y el juego sucio que se originaba en la misma cúpula del poder.
Con una profesionalidad muy elaborada buscó la complicidad de un periodista que había conocido casualmente en la antesala de la Casa Blanca para poner en marcha una operación periodística que sería considerada emblemática por el resto de reporteros de países libres.
La crisis de Watergate no acabó con el poder de Estados Unidos. La dimisión de Nixon contribuyó a la causa de la libertad y fue un antídoto para que el poder en Washington podía hacer muchas cosas. Pero no lo podía hacer todo y mucho menos saltarse la ley a la torera.
Espero con ganas la publicación del libro en el que se revelen todos los detalles de cómo se pudo reconstruir una trama que no fortalecía el poder de la Casa Blanca sino que lo perjudicaba. No sé si Mark Felt es un héroe o un villano. Lo que la Garganta Profunda suministró a los dos periodistas fue muy positivo.