Los mitos de la aznaridad
Todo gobierno hace cosas buenas y malas. Incluso los más abyectos regímenes del siglo XX llegaron a construir infraestructuras que aun hoy siguen siendo necesarias. La mayoría de autopistas alemanas se hicieron durante el nazismo. Y los pantanos en España, que han sacado las castañas del fuego a todos los gobiernos de la democracia (manda carallo), se levantaron en pleno franquismo. Dicho lo cual, las dictaduras son dictaduras y el terror que imprimen no se compensa ni por todas las autopistas ni todos los pantanos del mundo. Pero las caras de un gobierno son multiformes. Su actuación es tan grande y sus brazos tan alargados que a veces llegan a confundir a los ciudadanos. Y luego está la propaganda, que por algo dice Juan Benet que «desvirtúa el producto que, vendido a voces, pierde el silencio de su calidad».
Dos de los mitos que rodean a los ocho años del Gobierno presidido por Aznar son, por un lado, la factura de una gestión económica «brillante y eficaz» (observen la reiteración de ambos epítetos en los habituales balances que hace la prensa afín al PP). Y por otro, la «dureza y eficacia» (ítem con ambos sustantivos) en la lucha contra ETA. Ambos asuntos conforman los pilares de aquello que Vázquez Montalbán llamó «la aznaridad» (La Aznaridad. Por el Imperio hacia Dios o por Dios hacia el Imperio, Arena Abierta, 384 págs.). Cabe preguntarse de qué manera caló este mensaje y cuáles son las bases reales que lo sustentan. Entra otras cosas, porque viene a cuento del presente.
No hace falta ser un economista experimentado para saber que la evolución de la economía española no empezó a enderezarse en 1996, fecha que coincide con la llegada de Aznar a Moncloa, sino varios años antes, especialmente los tres últimos, allá en los estertores de la «era González«. Era ministro de Economía y Hacienda Pedro Solbes y los macroindicadores empezaron a despertar: la deuda, el PIB y, menor medida, el desempleo. Es indudable que los criterios de convergencia con la Unión Europea se cumplieron mientras el PP estaba en el poder. En concreto, estos: la inflación, los tipos de interés, el déficit público, la deuda pública y los tipos de cambio. Sin embargo, el paro siguió siendo muy elevado y sólo consiguió aminorarse con el desarrollo del sector servicios. Y, sobre todo, gracias a la construcción. Pero no era empleo de calidad, sino basura. El entonces ministro de Trabajo, Javier Arenas, pactó una reforma laboral con los sindicatos que flexibilizaba el despido (además de abaratarlo) y asentaba los contratos parciales e indefinidos, dos eufemismos en los que subyace la precariedad laboral. Todo esto, por supuesto, con la aquiescencia de los sindicatos, que se prestaron a la foto con la mejor de sus sonrisas profiden. Pues bien, aún con todo, el mejor dato que puede presentar Aznar y su equipo económico ante la Historia de España, como a ellos les gusta decir, es un 14,5% de paro (datos de la EPA, no míos). Repito: el 14,5%. Ese fue el mejor dato del desempleo en este país durante los gobiernos de Aznar. Desde ayer, España registra un 12,5% de paro (también datos de la EPA, no míos). Es el peor dato desde que Zapatero alcanzó la presidencia del Gobierno. Resumiendo: al menos de momento, el peor dato de Zapatero está por encima del mejor dato de Aznar. No es una frivolidad, es evitar la demagogia de la oposición actual. Tampoco digo, ni mucho menos, que haya que conformarse con ello. Ni que celebremos la subida del desempleo. La evolución del paro es malísima y la coyuntura se presenta negra por el excesivo peso de la construcción en detrimento de la productividad, que es lo que de verdad genera empleo estable. Sin embargo, aunque sólo sea por ser honesto con las cifras, produce un poco de sonrojo escuchar a los portavoces del PP de ahora despotricar contra la gestión del empleo por parte de Zapatero, habida cuenta de los datos que ellos cargan sobre sus hombros. Sorprende también que los voceros socialistas no reaccionen con algo más de ahínco. Ortega y Gasset dijo antes de la guerra que España era el único país que discutía los números. Parece ser que seguimos igual.
El segundo mito al que me refería era la lucha contra ETA. El mensaje cuajó cuando Jaime Mayor Oreja estaba al frente de Interior. El ministro de la porra, le llamaban algunos en Euskadi. Y entonces dijeron en el PP: estamos acabando con ETA lentamente, estamos combatiendo todas sus terminales, vamos a erradicar la violencia callejera, vamos a encarcelar a todos los que cojamos, vamos a ampliar las penas para que se cumplan íntegras, vamos a reformar el Código Penal… Y, como estrambote, Aznar llegó a decir en un mitin: «vamos a limpiar las calles». De maleantes y de terroristas, se entiende. La consecuencia de todo aquello es que, por un lado, las finanzas de ETA quedaron asfixiadas, lo cual es rigurosamente cierto. Y comprobable, teniendo en cuenta las escasas armas y explosivos que han podido comprar en los últimos años. En cambio, se produjo un reguero de víctimas mortales que puede interpretarse de muchas maneras, pero creo que en ningún caso como la consecuencia de una política antiterrorista eficaz. ¿Qué es ser eficaz contra el terrorismo? ¿Sacar la porra y que caigan los ataúdes o afrontar el problema y que no haya ningún asesinato en dos años?
Tampoco creo que al país le convenga que los dos principales partidos se enzarcen en este tipo de guerras. Ni en la economía, ni en el terrorismo. Pero para eso quizá hace falta que todos jueguen limpio. Y se centren en realidades. No en los mitos.