La Garlopa Diaria

23 julio 2008

Tres ejemplos

Quizá lo mejor que podemos hacer los imberbes, en los momentos en que nos planteamos desfallecer, es arrimarse a los clásicos. Y luego mirarse en su espejo. No es que uno crea que todo en la vida hay que hacerlo por filantropía. O por simple generosidad. Pero sí lo necesario que resulta entregarse en alma a proyectos, asociaciones, amigos o causas que alimentan esa parte de nosotros que no necesita euros. Bernand Shaw, en una de sus novelas, escribe que “se puede conocer la veteranía de un soldado por el contenido de la cartuchera. El bisoño lleva cartuchos. El veterano sólo lleva comida”.

Viene esto a cuento de contactar, esta semana, con tres amigos, y maestros, que superan con creces mi edad. Pero que siguen en la brecha. Activos. En plena forma. Rebosantes de trabajo y de intelecto. Por ejemplo, Víctor Márquez Reviriego, con quien hablé hace ya bastantes días y le felicité por su reciente nombramiento de doctor Honoris Causa por la Universidad de Huelva, que es su tierra de origen. Su otra patria, Guadalajara, le viene por su mujer pero hace tiempo que la asumió como propia. Ha pasado por decenas de redacciones. Ahora, rozando la jubilación, dirige la oficina de comunicación del Defensor del Pueblo. El otro día me dijo: “voy a pasarme todas las vacaciones en Hortezuela, todas”. Allí ha encontrado la paz de sus gentes y la tranquilidad necesaria para reposar el trajín de toda una vida dedicada al periodismo. Fue un excelente cronista parlamentario, tiene publicados decenas de libros (de política, de historia y de la vida), ha sido redactor-jefe de la mítica revista Triunfo, tertuliano de Antena 3 y la Cope, columnista de ABC, colaborador de El Mundo de Andalucía, Premio Nacional de Periodismo, Premio González Ruano, Premio Espejo de España, Medalla de Andalucía, Medalla de Huelva. Víctor Márquez es un lujo de periodista al que no siempre se ha rendido tributo como se merece. Y nos ha enseñado a los jóvenes el camino a seguir: perseverancia, curiosidad, preparación y, si es posible, buena prosa. Todo un reto. Ahí es nada. La última vez que charlé con Víctor me contó que le habían echado de seis o siete medios de comunicación a lo largo de su carrera: “lo acumulo con placer porque siempre se sale adelante, es un estímulo para avanzar”.

De Andrés Berlanga he recibido el último número del periódico que edita la Asociación de Amigos de Labros. Un volumen sencillo, pero muy completo. Sus páginas condensan la vida de un año en un pueblo de la Tierra de Molina. Me gustan estas cosas. Me dan ánimos estos detalles. Andrés es un pedazo de escritor que está casado con otra escritora magnífica, que es Enriqueta Antolín. Se le recuerda como autor de La Gaznápira, pero su obra va más allá y quizá conviene recordarlo. Trabaja mucho por su pueblo. Infatigable. Le va la marcha, le animan este tipo de actos donde encuentra la cultura de la sencillez. No sólo está en la asociación. También ha montado la Compañía de Teatro de Labros y, cada año, desde hace ya varios, representa alguna adaptación de una obra clásica. Este año toca “El retablo de las maravillas”, de Miguel de Cervantes, que como indica el programa de mano es una “versión muy libre de Andrés Berlanga”. Sólo habrá una única representación, pero recomiendo no perdérsela: el domingo 24 de agosto a las siete de la tarde en la Plaza de Labros. Sinceramente, me quito el sombrero.

También ha llegado a mi buzón “La Picota”, título del boletín de la Asociación Castillo de Embid, otro pueblo molinés que, siendo sinceros, no me trae demasiados buenos recuerdos. El alma mater de esta iniciativa es Juan José Fernández Sanz, amigo de los de verdad y maestro (este sí, literalmente). Es profesor de la Facultad de Ciencias de la Información, pero yo no le conocí por eso. De hecho, nunca lo he tenido en clase. Entablamos contacto porque compartimos preocupación por los castillos de nuestra tierra y también por el cenutrio de alcalde que le ha tocado soportar en su pueblo. Juanjo es un profesor que siempre lleva alguna idea entre manos. Le veo en su despacho, en la Facultad, rodeado de posters y carteles de Guadalajara. Siempre tiene tiempo para escucharte, para animarte y para dar los consejos justos y precisos, lo cual es dificilísimo porque al resto de los mortales lo que le ocurre es que se pasa, o no llega. En su pueblo está implicado a fondo con el castillo, con el patrimonio. En la revista leo artículos comprometidos y fotos que demuestran que, a veces, lo peor que le puede pasar a un pueblo es tener a un ayuntamiento que hace cosas.

Tiene mucha suerte Guadalajara, y sus pueblos, de contar con estos hombres.