La lengua
Dos periódicos de ámbito general editados en Madrid, alguna emisora de radio y varios portales digitales, todos de sesgo ideológico similar, llevan varias semanas dándonos la matraca con el asunto de la lengua. Dicen que el bilingüismo no se cumple. Que el castellano está siendo atacado. Que existe un agravio mayúsculo y grave. Y que está indefenso. Hay medios de comunicación que, periódicamente, recurren a la lengua para irritar sensibilidades que consideran foráneas. Llevan haciéndolo desde hace muchos años. Es cíclico, como las sequías. Todavía recuerdo las portadas de ABC de Anson en las que retrataba a Pujol exprimiendo naranjas con la cara de Felipe González. O aquella otra primera de 1993, que reproduzco en este comentario, con un titular agresivo dirigido a un público fiel: “Igual que Franco, pero al revés: persecución del castellano en Cataluña”. Toma nísperos, que diría Campmany.
Ahora resurge la polémica. Y aburre. Aburre mucho. También degrada el nivel de nuestros periódicos y de nuestro debate público, a la vista de los problemas (estos sí, muy graves) que tiene, por ejemplo, la economía. La prueba del desinterés es que, a pesar de difundirlo a bombo y platillo, los impulsores del ‘Manifiesto por la lengua común’ apenas han reunido poco más de 100.000 firmas. No creo que a la gente no le importe la lengua. Lo que no le importa es la polémica estéril, la discusión absurda, los latiguillos políticos de siempre alineados con una determinada manera de ver España que se corresponde con estereotipos caducos.
He leído de cabo a rabo el manifiesto. Vaya por delante mi respeto absoluto por algunos de sus promotores. Pero no lo he firmado. Ni lo firmaré. Es más: trataré de que nadie de mi entorno lo firme por pura coherencia con mi propia experiencia. He escrito varias veces allí donde he tenido la oportunidad de hacerlo que no soy nacionalista. Ni lo he sido ni creo que lo sea nunca. Ni nacionalista catalán ni tampoco castellano o gallego, que es donde están mis raíces. Sin embargo, abomino de aquellos que pretenden imponer una única manera de pensar o hablar. Si alguien no contaminado por la política me trae el manifiesto, probablemente lo suscribiría. Pero, al comprobar la música política que contiene detrás y la utilización que se está haciendo después, enseguida echaría el freno. Justo lo que acaba de hacer, creo que buen criterio, el escritor Antonio Gamoneda, que por supuesto ya ha sido acusado de estar vendido al poder zapateril por semejante ocurrencia. ¿Es no es una lucha política?
La lengua castellana se defiende con las leyes que ya están aprobadas. Valentí Puig, escritor catalán que escribe columnas de opinión en ABC, acostumbra a decir que Cataluña es bilingüe no por ley, sino “piso por piso”. Estoy de acuerdo. Por eso veo innecesario el manifiesto. No creo que haga falta que El Mundo y ABC remuevan Roma con Santiago para manosear un instrumento de comunicación que nos pertenece a todos. Ni que diriman sus cuitas profesionales en un terreno tan resbaladizo como éste. Aunque, dicho sea de paso, el carrusel de firmas resulta abrumador. Incluso imponente. Sobre todo por los conocimientos filológicos y lingüísticos que se presumen en figuras como Luis Aragonés, Ángel Nieto, Iker Casillas, Cayetano Rivera, Purificación García, Roberto Verino, Joselito o El Lebrijano.
Confesaré una cosa anecdótica, pero reveladora. El 19 de marzo de 1999, el diario ABC publicó una carta al director firmada por un servidor que titulé: “Crítica de un damnificado”. En ese texto felicitaba al académico Gregorio Salvador, un escritor formidable, por una Tercera suya en la que denunciaba el estado paupérrimo de la educación pública española. El 7 de mayo de ese mismo año, el propio Salvador me agradeció en otra Tercera las palabras que le había dedicado con un elogio desproporcionado, aunque se lo agradeceré de por vida. He recordado todo esto al leer hace escasos días una columna de Antonio Burgos, también en ABC, en la que se escuda en los académicos Rodríguez Adrados y, curiosamente, Gregorio Salvador, para justificar su adhesión al “Manifiesto por la Lengua Común”. Trato siempre de huir del peligro del sectarismo, y de sus ramificaciones. Por eso he contado esta anécdota. Porque ahora discrepo de estos maestros a quienes reconozco su trayectoria y su capacidad. No acaban de explicitar las razones verdaderas por las que hay que sacar el hacha para defender una lengua que hablan tantísimos millones de personas en el mundo. El propio Burgos escribe por qué hay que proteger la lengua común, a su juicio: “Defenderlo de los progres cretinos, de los Ministerios de Igual Da, del libro de estilo de los periódicos, de los contenidos curriculares, del Ripalda de la Inquisición de lo políticamente correcto”. Después de leer estas expresiones, repito la pregunta del párrafo anterior: ¿Es o no una lucha política?
El diario El Mundo es quien más se ha destacado en los últimos tiempos en convertir en estrategia comercial el asunto de las lenguas. Recientemente regalaba una foto en primera a un chaval independentista catalán que compareció en la Audiencia Nacional por quemar una foto del Rey. Y la acompañaba de este titular: “La ‘normalización’ llega a la Audiencia: ‘Yo también quemo la Corona española”. El periódico lo ha publicado en castellano, aunque en realidad esta expresión corresponde al lema de la camiseta con la que este sujeto se presentó en la sala de la Audiencia, escrita en catalán: “Jo també cremo la Corona espanyola”. Arriba, mandando en la portada, el titular elegido era este: “El Gobierno vasco obligará a los comercios a atender en euskara”. Como ven, ofensiva total por el tema de la lengua. Pero el debate deja hastiado a cualquiera. ¿De qué Cataluña están hablando? ¿Qué imagen tratan de dar de Cataluña y Euskadi? ¿Se han parado a pensar que si no fuera por esa “normalización” de la que se ríen habría millones de personas, sobre todo jóvenes, que nunca hubiéramos podido aprender la lengua catalana o vasca en las escuelas públicas?
La “normalización”, si se proyecta para imponer una determinada forma de pensar, merece una condena enérgica, venga de donde venga. Pero si lo que se pretende es equilibrar el uso de lenguas cooficiales, francamente, no sé donde está el problema. No le voté jamás, pero me alegro que el partido que encabezaba Jordi Pujol en Cataluña aplicara ese tipo de políticas lingüísticas. De otra forma, ni mi familia ni mi entorno –y como yo, miles de catalanes- nunca sabríamos la lengua de Ramon Llull, Mosen Cinto Verdaguer o Joanot Martorell (por cierto, ¿los niños que no son catalanes y vascos estudian bien la cultura y las lenguas que son cooficiales en algunos territorios?).
Finalmente, el papel de la Real Academia Española no creo que deba despreciarse. ¿Por qué no apoya el manifiesto la entidad en quien recae la responsabilidad más alta para defender la lengua? Quizá porque el texto destila un tufo político del que no puede contagiarse una institución que “limpia y da esplendor” al idioma. Y también porque no existen razones objetivas de carácter lingüístico que justifiquen la campaña orquestada con la difusión del manifiesto. ¿De qué defensa del español hablan sus firmantes? ¿De una defensa filológica o de una defensa ideológica frente a otro tipo de políticas lingüísticas? Si es lo primero, huelga cualquier acción partidista. Y si es lo segundo, huelga escudarse en razones que atañen a los filólogos, los lingüistas, los catedráticos de Lengua y Literatura, los profesores universitarios y los académicos correspondientes.
En una soberbia entrevista concedida a La Vanguardia, el académico Pere Gimferrer, que escribe indistintamente en castellano y catalán, se ha desmarcado del manifiesto y ha sentenciado varias cosas que copio aquí aparte porque no dejan ningún atisbo de duda. Y porque llevan más razón que un santo y se trata de una voz autorizada:
“Leí la lista de los primeros firmantes, y vi que no había un solo lingüista entre ellos. En el momento actual, en el que afirman tener ya 100.000 firmantes, hay sólo dos. Y, en este asunto, su opinión es la más valiosa”.
¿Cree que el castellano está discriminado?
No me corresponde entrar en ello pero ahí están las cifras con la proporción de ejemplares difundidos de prensa y de libros en los dos idiomas, por no hablar del mundo audiovisual.
El manifiesto lo firma gente de prestigio: académicos, Vargas Llosa, Pombo, Azúa…
Mi discrepancia no afecta a las relaciones de amistad. Sería muy interesante publicar una lista de quienes no han firmado. Me refiero a nombres de significación semejante que no han querido firmar, sin contar a los que al principio firmaron pero ahora han pedido que se retire su nombre. Hay más de veinte académicos que no lo hemos firmado, por ejemplo. Y la junta de gobierno de la RAE ha reafirmado por unanimidad la postura del director de no implicarse institucionalmente en esto.
El manifiesto sitúa al castellano en una jerarquía superior al catalán. ¿Qué le parece?
Lo que piden es el derecho a no saber una lengua distinta del castellano. No sé si la ignorancia es sujeto de derecho. No hay lenguas superiores a otras, el francés no es superior a ninguna otra lengua porque haya dado a Proust, el alemán no es inferior porque el nazismo se haya expresado a través suyo. Cada lengua tiene lo que tiene».