La Garlopa Diaria

14 julio 2008

Sigüenza medieval

Los veranos en Castilla tienen un aliciente especial: las tormentas. Cuando organizamos en Galve el II Encuentro de Danzantes de Guadalajara, recuerdo que acordamos con la entonces diputada de Cultura, Ángeles Yagüe (a quien tanto se echa de menos en determinadas responsabilidades), que la fecha idónea para celebrarlo era a mediados de julio. Llegamos a una conclusión fácil: es verano, y nos evitamos el mal tiempo o incluso las nieves. Bueno, pues aquel día, el 14 de julio de 2001, el tiempo perdonó por la mañana pero por la tarde jarreó hasta decir basta. Cayó la tormenta del verano, granizo incluido. No hubo otra como aquella después y fastidió parte del montaje. El sábado pasado tuve el inmenso honor (inmerecido, por otra parte), de pregonar las IX Jornadas Medievales de Sigüenza. La mañana salió fresca. Había lluvia y unas temperaturas impropias del verano, pero no de la Sierra. La noche anterior había diluviado, según me contaron. Sin embargo, la gente se echó a la calle. Me entusiasmó ver cómo los seguntinos apoyan una fiesta que ya están empezando a hacer suya, a sentirla como algo ligado a sus raíces y a sus costumbres. Celebrar el medievo en Sigüenza es tan lógico como pontificar el modernismo en Barcelona. Hay una canción de Manolo García que anima a aprender que cada cosa en la vida tiene su tiempo. También su lugar. Sigüenza es una de las cumbres del medievo cuyas jornadas medievales dignifican el paisaje. Hay un programa elaborado, pensado, bien trenzado. Quizá con el paso de los años, y el poso que da organizar actos de este tipo, las propias jornadas pedirán algún tipo de trasfondo, literario o de otra clase, tal como ocurre en Hita con las obras del infatigable Criado de Val. En fin, es sólo un apunte porque en realidad Sigüenza demuestra que tiene vida autónoma para dibujar su propio perfil medieval. Tiene la ventaja, además, de contar con un escenario natural que no admite comparaciones.

Fue una bonita experiencia la de Sigüenza. Lo pasamos bien. Los amigos de la Asociación Medieval Seguntina trabajan mucho y bien en este evento que ya es un clásico del verano de Guadalajara. Fran, el alcalde, me dijo que le había encantado que hablara de Sigüenza como si fuera casi mi pueblo. Le dije que antes que Galve, mis padres me hicieron pisar antes Sigüenza. Y que para un tipo cuyas raíces se anclan en la Sierra, Sigüenza es la capital del mundo. El maestro Javier Sanz fue un cicerone de lujo, demostrando, una vez más, su generosidad y lo buena gente que es. Charlamos con amigos seguntinos y de la Sierra, como Pedro Vacas, de Bustares, y de otros muchos pueblos vecinos. También con Mariano Canfrán, maestro cincelador, cuya mirada derrocha bonhomía y amistad sincera en torno a un vergel convertido en el patio propio de un artista de su talla. No por humildes y discretos, hay que ignorar el talento de artistas que surgen del pueblo, aman el pueblo y viven el pueblo. Pero cuya capacidad excede con creces los límites de nuestra tierra. Mariano es uno de estos creadores. No hay más que ver la devoción con la que muestra el refugio donde trabaja, adosado a la muralla de la ciudad. Su taller es un santuario que, de no ser por el obligado recogimiento que necesita un artista, debería convertirse en visita inexcusable para cualquier viajero.

Y, en fin, qué quieren que les diga. Que Sigüenza encanta siempre. Con agua o sin ella. Ataviados con trajes medievales o en playeras. Sigüenza tiene el don de aquellos poemas, y algunas canciones, que no nos cansamos de repetir aun a fuerza de ser recitados una y otra vez. Sigüenza tiene la virtud de la eternidad.

¡Larga vida para las jornadas medievales!