Madrid desde Torres Blancas
El pintor Antonio López, nacido en Tomelloso, tiene muchos cuadros con paisajes de Madrid. Creo que trabaja en su taller de Arganda del Rey. Pinta a Madrid por devoción y también por encargos, pero lo hace siempre admirablemente bien, o por lo menos así me lo parece a mí. Ha pintado decenas de retratos urbanos de una ciudad que inspira no sólo a poetas y borrachos. También a los pintores de pincel fino. Sin entrar en análisis sesudos, que para eso ya están los suplementos culturales de los sábados, me encanta su obra y su estilo. Me parece que es una mezcla de realismo e impresionismo con ribetes de la llamada pictografía o pictorialismo, que los de Guadalajara conocemos bien gracias a Ortiz Echagüe. En sus trazos se adivina con exactitud la fisonomía de una ciudad que conoce muy bien. Sin embargo, evita caer en la recreación pura, a la que deja al albur de tintes abstractos.
Uno de los cuadros más conocidos de Antonio López es ‘Madrid desde Torres Blancas’. Acaba de ser subastado en Christie’s por 1,38 millones de libras (1,74 millones de euros). Siempre resulta un poco absurdo valorar la creación artística mediante una cotización privada, pero el baremo existe y es inexorable para los mecenas. López, según escupe un teletipo de Efe, se ha convertido en el pintor español vivo más cotizado del mundo, por delante de Barceló y Tàpies.
‘Madrid desde Torres Blancas’ es un óleo sobre tabla de 145 por 244 centímetros. Una soberbia pintura. La noticia dice que los expertos descubrieron que la luz del atardecer pertenecía a las 21:40 horas, según marca el reloj del edificio de la izquierda. Y que era mes de junio, aunque probablemente pintó el cuadro el mes de agosto “por la ausencia de tráfico en la avenida de América”. Es Madrid el lugar que se atisba en la obra. Sus tejados, sus azoteas, su asfalto, sus calles. Me gusta contemplar este cuadro porque recrea una realidad que, además de ser hermosa, tengo a cuatro pasos. Muy cerca de donde escribo. Se me hace raro ver la avenida de América tan solitaria y tan vacía. Se otea el edificio de Iberia que hace esquina entre la avenida y Francisco Silvela. Se derriten al sol del anochecer las cubiertas del barrio de la Guindalera, tan castizo y angosto. Y queda enfoscada, sin apreciarse, la estación que a algún iluminado se le ocurrió construir bajo tierra.
La vista urbana que pintó Antonio López está tomada desde Torres Blancas (la foto de abajo es de un servidor). El edificio se debe a Sáinz de Oiza en 1961. El arquitecto, según me contó algún vecino, vivió en el edificio el resto de su existencia. Las Torres Blancas conectan la avenida de América con la calle Corazón de María. Antaño marcaba el límite entre el fin de Madrid y el comienzo de sus campos. Ahora es el punto de partida de decenas de barrios a un lado y otro de la M-30. En realidad, Torres Blancas no es un edificio blanco, sino gris. De hormigón visto. Para algunos es una muestra excelente de racionalismo. Para otros, un monumento a la fealdad. Lo que nadie discute es que es un símbolo de la ciudad que Antonio López sublima en sus paletas.
Por algo decía Umbral que “la pintura es la gran pizarra de la historia”.