Sin complejos
Sólo es un partido de fútbol, pero las sensaciones que produce son incomparables. Que España ganara ayer a Alemania en la final era previsible. Lo que no estaba tan claro es que se llevara la Eurocopa con la autoridad que lo ha hecho y exhibiendo un nivel técnico y táctico espectacular. Por fin, un sello de identidad: el buen juego, tener la pelota, pasar rápido al ataque… ¿Todavía quedará alguien que se atreva a decir que el camino más corto y fiable para ganar no es jugar bien al fútbol?
Datos contundentes: España ha sido el equipo más goleador y el menos goleado. Tiene al pichichi del campeonato (Villa) y al Zamora (Casillas). La UEFA ha declarado a Xavi mejor jugador del torneo y a elegido a 9 jugadores de España entre el once ideal de la Eurocopa. La Selección no ha perdido ningún partido, ni siquiera el que jugaron los suplentes. Y, entre medias, un juego ofensivo basado en la calidad del centro campo y en un contragolpe rádipo y mortífero. Menotti considera que «España fue el mejor equipo, incuestionablemente«. Y que además los jugadores utilizaron la inteligencia, no sólo los cojones. Es lo mimos que piensa Sergi Pàmies. Hemos pasado de la testosterona a la neurona: «Acostumbrados a machadas testosterónicas, que generalmente culminaban en tragicómicos gatillazos, el juego de anticipación, asociación y seriedad táctica le ha devuelto a la afición algunas certezas cuestionadas del fútbol». Fue, según El Periódico, «una España en color»,
La victoria de la Selección ha quitado complejos a los españoles. Anoche bajé acompañado hasta la plaza de Colón y los alrededores del paseo de la Castellana. No se puede describir lo que había allí. La multitud se concentró entre Colón y Cibeles, pero la riada humana llegaba hasta más allá del cruce con María de Molina. Impresionante marea, todos de rojo y gualda. Coches, chillidos, bufandas, bocinas, pitidos… Creo que a última hora se produjeron algunos incidentes, pero durante casi toda la noche la fiesta no tuvo problemas. Al menos yo no observé ninguno, ni siquiera con los que ya iban borrachos.
Había jóvenes envueltos en banderas de España gritando el himno nacional, nuestro chunda-chunda particular. Había chavales que no han conocido la dictadura enfundados con la camiseta «roja», no la de España. Había gente no tan joven enarbolando la bandera del país. Había niños con banderitas españolas. Había grupos de chicos y chicas cantando a viva voz: «¡Yo soy español, español, español…!» Ustedes perdonen, pero para un catalán que se siente español resulta un espectáculo sociológico bastante indescriptible contemplar las celebraciones de ayer en el centro de Madrid. La ciudad estaba desinhibida. Vi algunas enseñas con el aguilucho del régimen preconstitucional, pero eran las menos. No escuché ningún cántico político, ninguna a referencia a nadie, ni siquiera a los catalanes. No gritaban «es polaco el que no bote, eh, eh». Gritaban: «¡Alemán, el que no bote, eh, eh». Me alegró el ambiente de euforia sana y felicidad desacomplejada con el que Madrid se echó a la calle. Me gustó el ambiente bueno, la ilusión sincera por haber ganado y por que fueran los nuestros los que levantaran la copa. Vi una explosión de banderas y de personas con una sonrisa de oreja a oreja. Supongo que todos ellos tienen problemas económicos mayores o menores. Supongo que todos tendrán que pagar la hipoteca a final de mes. Supongo que alguno habrá apuntado a la lista del paro. Tengo un amigo que me envió un mensaje ayer diciendo: «luego no salen a la calle para defender su trabajo». Quizá son prejuicios. Quizá no entendemos que hay momentos para todo en la vida. Diría que la gente no estaba feliz sólo por ganar, sino por la imagen que el equipo nacional ha proyectado a todo el mundo. Alfredo Relaño escribe que la historia nos ha hecho justicia, y además con ribetes de hermosura y tronío. Por fin.
Que el fútbol es política es evidente. De otra manera, no sonarían los himnos nacionales antes de cada partido en una competición internacional. Pero el fútbol tiene algo que traspasa su propia esencia deportiva. Y negarlo o no querer verlo resulta inútil. En todo caso, no me gusta juntar política con deporte. Los que somos del Espanyol, además, nos pasamos media vida recriminando a nuestros vecinos ricos que dejen de considerarse el ombligo de Catalunya y de ver más allá de sus narices. Por eso es bueno ser de un equipo, incluso el de tu país, y no buscar explicaciones. Ayer escuché en la radio algunas cosas emocionantes y otras que no lo fueron tanto. No creo que sea buena idea manipular las expresiones de júbilo del público. La gente sale a la calle a celebrar una victoria y punto. No es honesto hacer lecturas políticas de todo eso. De la Morena le preguntó en la SER a Zapatero: «Presidente, ¿no es hermoso salir a la calle y gritar viva España sin que te llamen facha?». Y Zapatero contestó: «Pues sí, sí lo es». El Mundo publica hoy un editorial titulado: «La Selección, orgullo de la Nación española». ¿De la nación o de los españoles? En fin, sobra todo eso. Ojalá muchas veces los periodistas nos limitáramos a describir hechos y no tanto a expresar opiniones.
Después del ejemplo que ha dado España, el poeta Benjamín Prado habla de «metamorfosis étnica». Está claro que no ha sido un triunfo cualquiera. Es una especie de exorcismo. Una catarsis. Y no sólo en el campo de juego. Va más allá. Se notaba en la juerga de anoche.
No es el triunfo de la Furia Roja, ni de los huevos más grandes que el caballo de Espartero ni del espíritu de Maceda. Para mí, es el triunfo del trabajo bien hecho, de unos jóvenes sin complejos, del buen juego y de hacer las cosas con una mezcla de cabeza y corazón. También de sentirse español, quizá por primera vez en la historia, sin necesidad de oponerlo a ningún otro sentimiento.