Un placer inmenso el que he tenido hoy compartiendo tertulia con algunos pesos pesados del periodismo de este país. Ha sido en Cuatro. No creo que mi opinión importe a nadie. Estoy convencido además que el periodista debe adoptar una actitud bastante humilde en la exposición de sus pensamientos. El macizo central de nuestra labor consiste en contar a la gente lo que le pasa a la gente. El resto es complementario, pero no irrelevante. Y, en todo caso, qué maravilla poder participar en una charla donde ni se chilla ni se insulta. Donde el uno escucha al otro. Mi gratitud infinita y mis disculpas por si en alguna ocasión no estuve a la altura del medio. Trataré de seguir aprendiendo. Siempre se aprende en este trabajo. A los periodistas nos pasa como a los médicos. De nosotros depende la información y de ellos la salud. Pero nunca sabemos lo suficiente. Nunca. La presentadora, García Campoy, muy amable, muy simpática, estuvo a la altura de lo que esperaba. Y el resto de maestros demostraron ser unos cicerones estupendos. Ha sido toda una experiencia para disfrutar, divertirse y volver a aprender. También he sacado más de una lección. Tengo escritas algunas reflexiones, pero me las guardo para mí porque no creo que interese a los lectores del blog. Y, sobre todo, doy gracias a quien corresponda en los designios del destino por unirme desde bien pequeñito al periodismo. Joder, qué oficio más grande.
Estoy enfrascado ahora en la lectura del nuevo libro de Juan Cruz que me envió Alfaguara. En la página 84 escribe: “Esta profesión es capaz de cargarse hasta la pena”. De cargarse la pena y hacernos felices.
Y añade: “El periodismo representa la vida porque como en ésta el periodismo contiene todo lo que se sabe y por tanto todo lo que se publica, se difunde, se consume, se deglute, es efímero, una mierda al final, literalmente, un periódico en una esquina es como el vómito de un niño”.
Me marcho a tomar un Cardhu con hielo. Con un chorrito de agua.