Príncipe de Asturias de la Comunicación
Escribir pasada la medianoche tiene la virtud de la calma y del poso del día. Vengo de la Sierra de Guadalajara y he visto una mañana tristona. Los prados están verdes. No es alfalfa, es la hierba que esconde la mies. Los chotos andan sueltos por las carreteras. Y los pueblos conservan, en pleno mes de junio, un ambiente más propio del invierno. Sigue haciendo frío, pero algunos boletus ya han empezado a brotar.
Volviendo a Madrid, cualquiera se da de bruces con la carretera. El agobio. Otra vez las prisas. Los camioneros riéndose en la cara de los que conducimos. Los coches. El asfalto mojado. Otra vez las ilusiones de España en una copa de Europa. Y, claro, las noticias.
Hoy, ya miércoles, se falla el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación de 2008. Había 24 nominados, entre ellos Manu Leguineche. Leo en un despacho de EFE que ya hay dos finalistas: Google y la histórica agencia Magnum. Manu se quedaría fuera de la pelea. Pero hay que esperar.
Algunos de los miembros del jurado, como Javier González Ferrari, presidente de Onda Cero, o medios como Periodista Digital se han mostrado abiertamente favorables a que le den el Príncipe de Asturias a Manu. Sería un reconocimiento extraordinario para el reportero, pero también para el galardón. No es lo mismo concedérselo a una institución, por importante que sea, que a una persona “con alma”, como sostiene Álex Grijelmo, presidente de Efe y también integrante del jurado. Haría justicia a un premio que, en teoría, debe distinguir a los que mejoran la comunicación entre las personas y a los que fomentan la cultura, sobre todo la cultura democrática. Huelga volver a decir aquí los méritos de Manu.
No sé si se lo van a dar. Al parecer, no. A lo largo de esta mañana se conocerá la deliberación. Cuando El País nos juntó en la contra el verano pasado, el autor de la entrevista, Juan Jesús Aznárez, otro gigante de los reporteros en América, tituló la charla “Reporterismo en la era de Google”. Manu nunca ha rechazado la tecnología, pero admite que “quizá ha enfriado el oficio”. Los últimos libros que ha escrito, desde La felicidad de la tierra, los ha pergeñado en el teclado de un portátil. Aunque rezonga, está rodeado de otros aparatos hipermodernos. “Internet enfría la información, la convierte en algo que te aleja de la posibilidad de mover la imaginación, de tocar el terreno, de esforzarte más. Cómodo es cómodo, desde luego. Eso sí: desaparecen los problemas de transmisión de las crónicas, que tanto nos preocupaban al llegar a un destino». Eso dijo Manu entonces. Sus palabras me han traído a la memoria las que pronunció otra reportera excepcional, Georgina Higueras, que nació en Sigüenza y trabaja para El País. En un ciclo reciente con periodistas en Madrid, nos recomendaba a una treintena de imberbes plumillas que “no nos fiáramos tanto de internet, que está muy bien como herramienta, pero no como fin. Que hay que pisar el terreno, salir a la calle y a los conflictos, hablar con la gente y cotejar los escenarios”.
En la charla con Aznárez y Manu se habló mucho de las nuevas herramientas de los periodistas, de sus usos y abusos. Y Google estuvo en la diana. Tendría gracia que, al cabo de los meses, fuera precisamente Google quien se pueda llevar el Príncipe de Asturias.