Esos años
El cuadernillo de domingo de El País publicó ayer un avance del nuevo libro de Juan Cruz: Muchas veces me pediste que te contara esos años. Es un texto hermoso plagado de nostalgia, pero bien entendida. No como un canto al pasado mansurrón. Al contrario. Busca contar un pasado que marcó los comienzos de un joven apasionado por el periodismo que tenía una obsesión: trabajar en El País. Acabo de pedir el libro a Alfaguara para que me lo mande lo antes posible e hincarle el diente. Mientras que llega por correo, copio y pego algunos párrafos del texto que ayer ofreció Cruz como aperitivo. Me encanta su forma de escribir, tan clara, tan culta, tan natural. Me encanta su optimismo y su manera de enfocar el pasado:
ME LO DIJO CHAO
«…le enseñé el taller donde alguna vez creí que iba a pasar toda mi vida, madera, una máquina de escribir amarilla, fotos antiguas, fotos modernas, una pipa aún con la cazoleta caliente, tabaco de pipa, yo ya era un escritor profesional, en un lado tenía los folios escritos, en otro lado estaban los folios por escribir, bajaba las escaleras de la casa y ése era mi refugio, cuando uno se siente feliz, o medianamente feliz, o tranquilo, todo parece que va a durar siempre, y el sueño es tan sólo una interrupción de esa quietud, al día siguiente todo vuelve a estar en orden, y este lugar era mi orden, en ese momento en que Ramón Chao me dijo que quizá mi vida estaba en otro sitio, que debía acelerar el paso, cambiar; yo era ese hombre que a los 24 años pensaba que la vida había echado un ancla, ahora que miro al mar…»
«…el tiempo pasa y lo quiero parar, pero entonces no existía el tiempo, la juventud es que no exista el tiempo, que camine el reloj, pero que no exista el tiempo, y ahora veo los relojes y ya sé que falta menos, la distancia es más corta, es más corto el tiempo que queda de aquí al día, me veo entre papeles y en las reuniones y en medio de viajes y de reyertas, donde se hace la soledad y donde habita el olvido, y todo lo que sucede parece lo último que sucede, han sobrevenido las enfermedades y las muertes, los hombres han encanecido y otros han muerto, ha muerto mi padre, ha muerto mi madre, han muerto amigos míos muy queridos, ya se adelgaza la agenda de teléfonos, todo lo que fue la ilusión de vivir y de resistir y de sobrevivir y de combatir el embate del viento es un recuerdo del pasado, ya mis manos y mis pies y mi frente y mi entusiasmo y mi vida y todo no es más que el recuerdo, la fuerza, el entusiasmo, la esperanza, la espera, el rumor, el griterío de un pasado en el que los días también eran así, pero no acababan nunca, se han ido muchos y algunos de los que quedan están enfermos, quisiera ayudarles, hacerlos revivir, también es una manera de revivir yo mismo, este hombre que me visita muestra en sus ojos ya casi ausentes el olvido al que lo somete su propia derrota, me mira, está débil, ha de sentarse para seguir, y yo soy su mano, me quiere llevar hasta el muelle, sabe que estoy escribiendo, pero él quiere asirme, quiere llevarme consigo, a cantar junto al mar, él no va a cantar, yo no voy a cantar, pero el cielo está tan limpio, él habla del cuento de los pájaros ingleses, me lo quiere contar, ya está a punto, le mira el horizonte, es tan hermosa la tierra mojada después de la lluvia, incluso los contornos de las montañas se han suavizado, el mar nos mira, parece que la naturaleza nos va a devolver a la ansiedad de seguir y de correr, pero él está triste, alrededor se ve cómo han crecido las derrotas del tiempo».
«…el que no es capaz de irse no será capaz de nada; Madrid estrecha el cerco sobre el que viene, tiene melancolía y ruido…»