Entrevistas

23 mayo 2005

Ángel Luis Abós (Zaragoza, 1943) llegó en 1973 a Guadalajara, cuando la ciudad sólo disponía de dos institutos de secundaria, el Brianda de Mendoza y el Buero Vallejo, del que llegaría a ser director. Es inteligente y muestra un acento “dulcificado”, según reconoce, por su estancia en Canarias durante nueve años. Habla con claridad, sin extenderse más de lo necesario porque tiene la lección bien aprendida. Doctor en Historia por la Universidad de Alcalá, lleva toda su vida dedicada a la enseñanza. En 1983 pasó a ser director provincial de Educación, cuando el Gobierno central tenía competencias en la materia. En 1986 se afilió al Partido Socialista. Hoy es profesor en al Escuela de Magisterio.

“Todavía hay quién se cree los mitos de la escuela franquista”

ÁNGEL LUIS ABÓS, PROFESOR DE LA ESCUELA DE MAGISTERIO
GUADALAJARA DOS MIL, 02-04-2004
RAÚL CONDE

¿Qué objetivo perseguía con la publicación de este libro?

El objetivo es que todos los mitos, tópicos, exageraciones, todo eso que ha desvirtuado la historia de España durante siglos, ya desaparezca de una vez y que la gente se de cuenta que determinados mitos sin insostenibles. Que como leyenda, valen, pero como historia seria, no pueden existir. Además, en estos momentos, la desmitificación de la Historia de España está en el candelero. Yo en mi libro profundizo en las causas y el momento. Se trataba de coger desde 1937 a 1975, analizar doscientos manuales de historia de primaria, bachillerato y escuelas de magisterio, de comercio y parte de la universidad y decir: esto decían estos textos y mostrar las desvirtuaciones.

¿Cómo era la escuela del franquismo?

Era una escuela donde no se enseñaba Historia. Se enseñaba leyendas, consignas políticas, un nacionalismo a ultranza. Por cierto, en todos los países del mundo se enseñó historia nacionalista. Aquí es la máxima expresión, cuando se habla de España como nación elegida por Dios… La Historia es una cosa más seria que se explica por factores diversos. Se trata ahora de dar una Historia seria y decir, por ejemplo, que la Guerra Civil no fue una cruzada.

¿Quién ideó esa clase de enseñanza?

La Historia que se enseñaba entonces en las escuelas, institutos y universidades estaba sometida a una triple censura. Por un lado el ministerio, también de la Iglesia y de la Falange. E incluso hay una autocensura. Los propios manualistas, cuando elaboraban sus manuales, saben que no pueden poner determinadas cosas, porque no les darían autorización para publicar. Era una historia filtrada que no dejaba pasar aquello que no convenía al régimen de Franco. Si cogemos los libros, vemos que no hay ninguno que aparezca la figura de Manuel Azaña hasta los años sesenta. Y el Gernika de Picasso no aparece hasta los setenta porque era un libro tabú. Mi libro es una crítica del nacionalismo español exagerado y, de paso, también es una crítica de todo tipo de nacionalismos.

¿Los profesores de antaño hacían un ejercicio de contrición para explicar esta Historia?

En esos momentos, un tercio del profesorado se nutrió de los ex combatientes, por supuesto, proclives al régimen. El cien por cien del profesorado fue depurado, unos se mantuvieron en su puesto, otros echados de la carrera, otros exiliados, etc. El que quedó, tuvo que hacer de tripas de corazón y asumir la historia y el régimen, la historia nacionalcatólica.

¿Qué posos quedan en la actualidad?

Ese es un tema muy interesante que no está bien estudiado. Al calor de la actualidad, yo estoy convencido que nuestra clase política tiene dos grandes insuficiencias. Primero que no sabe inglés la mayor parte. Es sorprendente que los cuatro últimos grandes presidentes, Suárez, González, Aznar y Zapatero, no sepan hablar inglés. Segunda, nuestros políticos o no saben historia o la que saben, es una historia deformada. Al no tener un conocimiento preciso y riguroso, cometen muchos errores. Un ejemplo es el señor Aznar, que una de sus obsesiones era aquello de “sacar a España del rincón de la historia”. Buceemos en esa frase. ¿De dónde ha surgido esa frase? ¿De dónde ha surgido ese sentimiento patriótico? Pues de una historia suministrada de manera desvirtuada, de esa España como “destino en lo universal”, de hondas raíces nacionalcatólicas. Pero hay otros ejemplos, como el señor Carod-Rovira, que con su nacionalismo catalanista, es casi una copia del nacionalismo españolista que vivimos durante la época franquista. Las ínfulas de superioridad que destila este hombre, esa pretensión de que él solamente es catalán, ese cierto tufillo a superioridad regionalista o catalanista. Igual me da que el nacionalismo sea españolista, catalán o vasquista. Todos tienen un ligero poso de mesianismo, patriotero, de racista, aunque pequeñas dosis en los más moderados.

¿Es verdad que “el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando”, como dijo Juan Mari Bandrés?

En parte sí, porque te das cuenta que tu país no es el ombligo del mundo, ni tu pueblo es lo más maravilloso que hay, ni tus costumbres son únicas, sino que los hombres se comportan de manera parecida en todos los sitios y piensan de manera parecida en casi todos los sitios. Todas las naciones tienen algo de integristas. El problema es que no se conoce la Historia.

¿En la escuela de hoy se estudia lo suficiente el periodo franquista?

Se enseña una historia libre de un porcentaje importante de esos tópicos pero aun así, porque la inercia es difícil de solucionar, y como los libros sean algunos errores. En el programa de los martes sobre la historia de España en Televisión Española, se habla del mito de la Reconquista. Eso es un mito que no se sostiene entre los historiadores serios. Sin embargo, aparece para millones de españoles. Lo que está ocurriendo ahora es que la desvirtuación viene a través de la ocultación. La Historia política no se puede comprender sin la Historia económica y la Historia social. Es el problema de hoy. Los manuales modernos aún están plagados de errores.

¿Hay un cierto miedo todavía a indagar en esta época?

Hay miedo interno, es decir, muchos profesores de Historia es como si temieran acercarse y profundizar. Por eso se observan que muchas tesis doctorales se ocupan de aspectos que no tienen importancia. Profundizar en una tesis de estos temas no todos tienen valor para hacerlo. La Historia es muy cruel. A veces buscas en ella cosas que consoliden tus ideas. Pero a veces no sólo no pasa eso, sino que te da un revolcón a tus ideas. Porque la historia es la historia de los hombres, y los hombres se comportan de una manera pobre, en su mayoría.

¿Cuáles son los principales mitos que destierra en su libro?

Sobre todo, cuatro. El primero el mito de España como unidad de destino, eso de que Dios nos dio la máxima misión que pudo dar a un pueblo, la de predicar el Evangelio, es un mito. El segundo, “la espada al servicio de la cruz”, como si todos nuestros gobernantes hubiesen puesto siempre sus intereses al servicio de la Iglesia, algo que es falso. Por poner un ejemplo, Carlos I de España y V de Alemania fue excomulgado, aunque a los pocos años, el mismo Papa lo coronó emperador, pero tuvo que pedir perdón a través del duque de Alba, eso no aparecía nunca en un libro porque el personaje era mítico. El tercero, la vocación de imperio, que supuestamente nos dio la divina providencia. Y, finalmente, el mito que ya da risa decirlo, pero que está en colectivos enteros, que es el del “espíritu de la raza”, la creencia en una raza española que viene desde Altamira hasta los españoles de 2004. Es un mito que no hay quién se lo crea, pero hay gente que se lo cree. Los nacionalismos racistas tipo vasco todavía siguen creyendo en la raza vasca. En el libro analizo las citas concretas de los manuales de antaño, todas documentadas.

¿Usted sufrió el nacionalcatolicismo?

No sólo lo sufrí, sino que lo expliqué. Me eduqué en el franquismo, asumí sus planteamientos. Enseñé este tipo de Historia. Empecé de maestro a los dieciocho años, en un pueblo de la provincia de Zaragoza, cerca de Villel de Mesa. Después ya fui profesor y director del instituto Buero Vallejo, en Guadalajara, y ya más tarde profesor universitario.

¿Qué recuerdos tiene de su paso por la dirección provincial de Educación, desde 1983 a 1990?

Pues la verdad es que de todo tipo. Hice grandes amigos, como Antonio Marco, que me sustituyó en el cargo, o José Luis Ros, con el que ya coincidí veinticinco años antes cuando éramos los dos profesores en las Canarias. La verdad es que cuando vine a Guadalajara sólo había dos institutos, el Brianda de Mendoza y el Buero Vallejo. Ahora hay siete, y el ritmo de crecimiento es mayor que el de la ciudad. Durante mi etapa, el Gobierno socialista apostó por la construcción masiva de centros escolares, que fue un éxito, y por la ampliación de la educación obligatoria hasta los 16 años, que fue importantísimo.

¿Por qué dejó la política?

Porque yo tenía un cargo que, aun siendo política, era más bien técnico, de gestión. Entonces nos reuníamos todos los delegados de Educación de todas las provincias, y aguanté para sacar adelante varios proyectos. Lo dejé porque yo no era hombre de partido, aunque me afilié al PSOE en 1986.

¿Por qué se fue el primer ministro de Educación que nombró González, José María Maravall?

La verdad es que tuvo un problema con los estudiantes de secundaria y los padres, y no le ayudaron lo suficiente desde el Gobierno. Creo que abandonó por este motivo.