Castilla-La Mancha
Un articulista del diario Hoy, de Badajoz, firma una columna con un análisis político que podría trasladarse, perfectamente, a Castilla-La Mancha. Se trata de asociar conceptos como geografía y demografía al terreno político. No como recurso al pataleo, sino como argumento para la divulgación de unos problemas que nunca parecen existir. Que no se oyen. Que apenas hacen ruido. Que no son mediáticos, tan entretenidos como estamos en Madrid con la crisis del PP o el referendum de Ibarretxe.
No es lo mismo gestionar una comunidad autónoma de más de un millón de habitantes en una extensión como la de Asturias o las provincias del País Vasco que en cinco provincias como tiene Castilla-La Mancha. No es lo mismo. El territorio limita o ensancha, en función de los recursos asignados, el margen de maniobra de una autonomía. Pero Barreda nunca habla de todo esto cuando le preguntan. Nunca discute el modelo de desarrollo del Estado. Nunca cuestiona la cobertura en la asistencia pública en las comarcas más desfavorecidas por parte del Gobierno. Ni él ni el resto de presidentes autonómicos afectados por el mismo problema (salvo el extremeño) se atreven a intentar invertir el modelo centro-periferia. Digo intentar. Conseguirlo es más difícil. Y así ocurre que, salvo polos muy concretos (Zaragoza), el desarrollo se articula como en tiempos del régimen: en ejes radiales que van desde la capital hasta las zonas de la periferia. No sólo Cataluña. Observen el milagro valenciano. Observen el cupo fiscal navarro. Observen los campos de golf en el sur y la huerta murciana. Observen el turismo en la costa cantábrica. Los socialistas castellano-manchegos suelen repetir que esta región es la única del país que tiene a todas sus capitales de provincia conectadas por AVE. De acuerdo. Pero, salvo excepciones gloriosas, el desarrollo pasa de largo.
Castilla-La Mancha roza los dos millones de habitantes en un territorio de 79.463 kilómetros cuadrados. La densidad de población no llega a 25 habitantes por km2. ¿Qué puede hacer Castilla-La Mancha frente a la atracción del modelo centro-periferia? Difícil lo tiene si no logra un acuerdo beneficioso -o lo que es lo mismo, sustancioso- en la próxima financiación autonómica. Por eso Barreda y sus colegas andaluz y extremeño, Chaves y Fernández Vara, quedaron para verse antes de la cena que Zapatero les ofreció en Moncloa hace muy pocos días. Que no se confunda nadie: el frente común no es sólo contra los catalanes. En esa batalla, los catalanes tienen dos aliados potentes: Madrid y Valencia. En esta guerra, no hay diferencias políticas. ¿Por qué? Porque se trata de dinero.
Pese a todo, no es cuestión sólo de economía. También de organización de los recursos y de administración territorial. He escrito muchas veces en favor de la comarcalización que está implantando Aragón. Los socialistas de Castilla-La Mancha hacen caso omiso. Obvian el tema. Lo desdeñan, en parte, gracias a la inoperancia y la docilidad de los socialistas alcarreños. Sin embargo, Rufino Sanz, un tipo que tiene metida las estructuras de la Administración en su cabeza, me decía que la comarcalización puede ser una buena opción para Guadalajara, aunque no tanto para el resto de Castilla-La Mancha. Rufino lo explica así: «En Castilla-La Mancha no hay una ciudad que concentre los 2/3 de la población, como sucede con Zaragoza –para la que rigen normas especiales-, y si, en cambio, realidades diversas, tanto en lo referido a la dimensión de las poblaciones, como a su dispersión geográfica y, más importante si cabe (por aquello del impulso irresistible de los pueblos) en lo relativo a la naturaleza y distinta sensibilidad para el agrupamiento de las teóricas cabezas de comarca: No sería lo mismo agrupar en una comarca –por Ley formal, no lo olvidemos- a Daimiel, Manzanares, Tomelloso y Alcázar de San Juan, que a los pueblos de la Comunidad del Real Señorío de Molina«. Es imprescindible que el Estado mejore la financiación local (¿por qué se está condenando al ostracismo a los ayuntamientos en la nueva financiación autonómica?). Tampoco están bien delimitadas las competencias entre diputaciones y comunidades autónomas. Y tampoco nadie ha pensado que las mancomunidades podrían ser un buen instrumento.
Volvemos al principio. Lean el artículo de J.R. Alonso de la Torre y hagan la operación: cambien Extremadura por Castilla-La Mancha, Badajoz por Guadalajara y Helechosa o Villarta de los Montes por Atienza o Villel de Mesa. La analogía es precisa.