La Garlopa Diaria

17 mayo 2008

Leguineche y Petere


El día trae dos noticias relacionadas con la cultura y el periodismo en Guadalajara que entran como el aire choca contra los ventanos, que es lo que canta José Antonio Alonso en su nuevo disco, el país de los líquenes azules. Entran como aire fresco que huele a terruño y buena gente. Cultivan el perfume de los mundos sutiles, aquello que dejó escrito Machado.

La Asociación de la Prensa de Guadalajara entrega una mención especial a Manu Leguineche. Lo hace en el jardín de su casa, comiendo las viandas de Quiñoneros y disfrutando de un mediodía de primavera en Brihuega, si el agua lo respeta. La idea es magnífica y hay que felicitar a la asociación en la persona de su presidente, Carlos Sanz. Allí estarán los compañeros, y amigos, de la asociación. Allí estará Jesús, su jardinero (¿de dónde sacará tanta socarronería?), Gabriela su ayudante, Pepe García de la Torre… Y allí estará Manolo Millán, el médico de Mondéjar que es mucho más que eso: es una persona que transmite energía. Siento no poder ir (me coincide con algo que no puedo excusar) porque es en esos momentos cuando el maestro despliega todo su savoir fair. El premio es merecidísimo y evoca el tributo que los periodistas locales rendimos a un reportero que un día dejó su aldea de Guernica y cogió un ferry hacia Argelia. Ha viajado más que los diplomáticos, como decía Luis Carandell, y ha mezclado su prosa entre guerras, revoluciones y conflictos. Luego recaló en la Alcarria, y aquí sigue. Entre nosotros. Siempre entre nosotros. Grande, elegante y humilde. Lo he escrito alguna vez en estas líneas, pero me apetecía repetirlo en un día especial para la Asociación de la Prensa. También para Manu. Siempre rezonga ante los homenajes y los ditirambos, pero en el fondo los disfruta. Nunca persiguió la gloria; sólo la noticia. Ahora ya no escribe. Tampoco puede leer mucho. Escucha la radio y sigue los partidos del Athletic por el Plus. Ha vivido, y vive, intensamente. No perdona el Rioja. Su bonhomía es impagable. Casi tanto como sus palabras. De aliento, de consejo o simplemente de consolación.

La segunda noticia que me parece estupenda es la edición del espistolario de José Herrera Petere. Lo han presentado algunos amigos como Plácido Ballesteros y Rafa de Lucas, un tipo extraordinario y concienzudo al que Marisol Herrero ha tenido el enorme acierto de situarlo en un puesto que se merece. La diputada de Cultura, Mª Jesús Lázaro, recordó que durante el año pasado la Diputación distribuyó «más de 13.000 ejemplares de 285 títulos relacionados con la provincia entre asociaciones, bibliotecas, clubes de lectura y otras entidades».

Las cartas de Petere que ahora salen publicadas eran para Alberti, Cela o Picasso. Aunque también escribió narrativa y teatro, Herrera Petere fue un poeta magnífico al que la dictadura silenció durante cuatro décadas. En el 2009 se cumple su centenario y creo que la Diputación sacará a la luz sus obras completas. Lo de ahora, por tanto, es un aperitivo. Jugoso y emocionante, eso sí. Los textos de Petere llevan marcados a fuego la impronta del exilio, que fue duro y prolongado. Es importante decir que la Diputación se está encargando desde hace varios años (ya en tiempos de Ángeles Yagüe se publicó un libro recordando su figura) de rescatar la palabra de Petere. Justicia poética tardía, pero justicia al fin y al cabo.

Miguel Hernández, al que no le dio tiempo ni a exiliarse, cantó:

“No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?”

Vientos del pueblo me llevan, 1937 (un año después, en 1938, Petere recibió el Premio Nacional de Literatura).