Entrevistas

23 mayo 2005

El placer de la conversación se hace sublime con Juan Antonio Pérez Mateos (Palomero, Cáceres, 1941). Su padre era médico y su madre maestra. Reside actualmente en Madrid pero anda enfrascado, con mucho gusto y sentido de pertenencia al agro, en la restauración de un molino de aceite de su abuelo. Conoce la provincia de Guadalajara porque la ha recorrido con pasión. Los recuerdos se le agolpan charlando en un garaje habilitado como despacho, en el que escribe tranquilo y rodeado de libros, sobre todo, de poesía y de Historia. Acaba de publicar “La infancia real” (Martínez Roca, 415 págs.), un libro editado con esmero en el que el autor repasa los años “de un niño que se convirtió en Rey de España”. En realidad, es un epílogo del volumen “Un Rey bajo el sol. El duro camino de Juan Carlos I hacia el Trono”. Pérez Mateos, premio Tirso de Molina por la obra “Proceso a Besteiro”, es autor de "Entre el azar y la muerte", testimonio de la Guerra Civil, con especial referencia a Sigüenza. Es un sabio refinado y campechano a un tiempo. Un hombre extraordinariamente amable y educado. Un periodista retirado de la primera línea y un escritor que adora el campo. “Mi vida es un paseo entre olivos”, confiesa.

“Guadalajara le da un sentido a la eternidad”

JUAN ANTONIO PÉREZ MATEOS, ESCRITOR
“La mayor tragedia del siglo es la desaparición de la cultura agraria”
GUADALAJARA DOS MIL, 28-01-2005
RAÚL CONDE

¿Qué significa La Alcarria para usted?

Para mí tiene muchos significados. Es una región que descubro como una región insólita, difícil de escudriñar y más que escudriñar, encajarla en un tipo de paisaje. Es un paisaje único, una Castilla extraña, curiosa, paradójica. Le da un sentido a la eternidad. Descubro todo el mundo de los iluminados, que nace en el palacio de los Duques del Infantado, descubro la ciudad provincial. A mí la vida provinciana me gusta mucho. Yo he pasado por Guadalajara cuando estaba la gasolinera. Hay un dicho de Oscar Wilde que dice que los viejos no podemos dar buenos consejos porque damos malos ejemplos. Recuerdo una Guadalajara que no era alfoz de Madrid. Ahora es una ciudad dormitorio, una ciudad despersonificada. Entonces era la Alcarria de Layna.

¿Por qué esta querencia por Guadalajara siendo usted extremeño?

La descubro en la década de los sesenta. Me da por ir por allí. La Alcarria y yo nos descubrimos mutuamente. Descubro los olivos alcarreño, muy diferentes a los olivos de mi tierra extremeña. Yo tengo algunos olivares de quinientos años. Además, a mí me gustaban mucho los toros y recuerdo haber ido a El Casar de Talamanca. En este pueblo descubro yo la Guerra Civil. Siempre nuestros padres sobre la Guerra nos tendieron un manto de silencio. Vosotros sois más jóvenes, pero aquí está hablando una persona de 63 años. En El Casar descubro la Guerra, varios personajes, los milicianos que llegan y a la Virgen de la Antigua la recogen, las mujeres religiosas… Entonces me incorporo al mundo de las capeas. Participo mucho en las capeas, y yo que soy muy cobarde, estuve especialmente valiente en Cifuentes y en Lupiana, alrededor de 1972. Después descubro el monasterio de Lupiana y me hago muy amigo del administrador. Brihuega siempre me ha encantado mucho también. Hago mucha amistad con el arcipreste de Brihuega que estuvo de sacerdote en Hita.

¿Lo primero que pisó en esta tierra fue la capital?

Sí, en el año 1964. Recuerdo aquella Guadalajara de la gasolinera Campsa de un solo poste. Fui de paso hacia Barcelona. Y recuerdo arriba, como diría Machado del río que traza su curva de ballesta, aquí donde la carretera traza su mediacurva de ballesta, eché la gasolinera y tardamos dos días en llegar a Barcelona. Y bueno, ahí ya empecé a enamorarme de La Alcarria. Después hago una gran amistad de la abadesa de Valfermoso de las Monjas, con sor Pilar y sor Josefina que de la que soy muy amigo, del valle del Badiel que es precioso. Y después arriba como corren los italianos, tengo fotos de ellos despedazados en la carretera general, al lado de Trijueque, donde se paraban los emperadores a comer un buen plato de lentejas.

¿Cómo eran los pueblos de aquella época?

Bueno, eran diferentes a los de ahora, quizá menos cómodos pero con más personalidad. En El Casar recuerdo que se produjo el ‘contrabienvenido’ Mr. Marshall. Cuando llegan los americanos hacia mediados de los cincuenta y tienen montada allí uno de esos aparatos, y la devoción a la Virgen de la Antigua y al día siguiente, los americanos que se van. Fíjate tú qué España más diversa, una película que se rueda aquí al lado…

¿Y la zona de Sigüenza también la recorre?

¡Oh, yo soy un enamorado de Sigüenza! Me interesa mucho, claro. Sigüenza cae en la otra zona en la Guerra Civil, es muy dura la toma de Sigüenza. Ahí yo hago una gran amistad con el que pactó la rendición la catedral con los nacionales: que es don Galo de Badiola, tengo hasta una foto suya. Se dice de él que llenaba la catedral por su voz impresionante. El primer obispo que sacrifican durante la Guerra Civil en España es Monseñor Eustaquio Nieto Martín, a la sazón, obispo de Sigüenza. Lo rocían con una lata de gasolina. He conocido al individuo que le obligaron a echarle la gasolina. En Sigüenza me convierto en un seguntino más. Era aquella Sigüenza que tenía más encantos que ahora, o distintos encantos. Una ciudad es un estado de ánimo, yo me quedé prendado con el perfil de Sigüenza, con la Alameda, yo siempre he amado las pequeñas ciudades episcopales. Ahora es un pueblo que está a un tiro de ballesta. También de la provincia conozco la zona de Molina, que es una parte muy distinta. Estuve a punto de comprarme una parcela en La Cabrera, entonces iba mucho a pescar por allí Agustín Muñoz Grandes.

Y ahora, ¿visita la provincia asiduamente?

Sí, sí. Hay muchas tardes que cojo a la mujer y digo: vámonos a tomar algo allí. Pero la ciudad también ha perdido encanto. Recuerdo aquella calle que estaba llena de baretos, en la capital. Ah, por cierto, hay un personaje muy clave, hago mucha amistad con Higinio Bussons, que es el único superviviente de la matanza de la cárcel. Me hace reencontrar la Guerra, pero siempre me ha interesado como experiencia humana. Yo soy un hombre que amo mucho al hombre, no lo desprecio como Freud, a pesar de las ingratitudes. Me vino muy bien lo que da de sí el hombre en la guerra, lo mejor y lo peor. Se ve la tensión humana.

¿Qué le contó Bussons?

Ah, pues como se salva milagrosamente de aquella matanza. Él llegó a escribir unos apuntitos sobre el asunto. Era un personaje. Por cierto, llego a Majaelrayo y a Valverde. Veo una España solanesca. Recuerdo a mujeres con el Rosario, sin luz ni sin nada. Estaba yo casado, nos quedábamos en casa del cartero. Todo muy entrañable. Ahora la recorro. El otro día descubrí Saelices de la Sal, a mí las salinas me fascinan, como las de Imón. Aunque me da mucha pena el deterioro, como dice el inglés John Berger, que la mayor tragedia del siglo XX es la desaparición de la cultura agraria.

¿Sabe si el Rey estuvo durante su infancia en Guadalajara?

Pues fíjate me haces una pregunta muy curiosa, de buen periodista, sinceramente. El Rey sí conoció mucho La Alcarria porque va a Zaragoza, hombre iba mucho en avión, pero también en coche. De hecho, su preceptor más duro, el duque de la Torre, lo llevaba en coche y cruzaba toda La Alcarria. O sea, que el Rey sí la conoce y estuvo de niño. Cruza otro tipo de La Alcarria, la de la llanura. Luego sabemos que va a cazar por Viñuelas, por Cogolludo, por Robledo de Corpes.

¿Por qué le interesó la infancia del Rey?

A mí el Rey me ha interesado por muchas razones. Entre otras, porque yo trabajaba en un periódico liberal pero monárquico como el ABC. Soy de la época de Franco, por una parte; por otra, soy afortunadamente de la democracia. Y como se decía al principio que era tonto, yo tenía ganas de conocerlo. Tuve la gran fortuna de dar con su primer preceptor y gracias a él y humildemente gracias a que yo he sido un poco el transistor de sus vivencias, hemos recuperado su infancia. Si no es por Eugenio Vegas Latapie hubiésemos perdido muchas cosas.

¿Con quién ha hablado para escribir el libro?

He hablado mucho, como diría don Jesús Pabón, un grandísimo historiador, con muchas personas. A mí me gusta hacer las biografías rodeando al personaje, en círculo. El personaje lo vamos trazando entre todos. Aunque si al Rey lo psicoanalizáramos, sería ideal, que nos contara la soledad del poder, que nos contara sus luces, sus sombras, sus malos ratos, que los ha tenido malísimos y trágicos como la muerte de su hermano, que nos contara la penuria que pasó, sabe lo que es tener necesidades en la familia, porque era mucho renombre, pero no había dinero. Esto le ha hecho un hombre más recio y real, cercano a la realidad.

¿Cómo fue el conde de Barcelona con su hijo?

Es la historia de un hombre solo. Se echa a las espaldas lo que él bien dice en la familia Borbón: ser rey es un oficio, que te tienes que ganar día a día. Como diría Balzac, aun detestando a nuestros reyes, tenemos que amarlos y defenderlos porque un rey es una patria encarnada.

Se ha escrito mucho sobre la mala relación entre el padre y el hijo. ¿También en la infancia?

No, no, don Juan fue un padre ejemplar. No hubo tiranteces en la infancia. Lo que pasa es que Don Juan quería reinar y veía que la única solución para este país estaba en la monarquía. Estaba mentalizado para reinar pero aquí viene la gran operación de Franco, que desechó a Don Juan y no permitió veleidades liberales. Franco quiso hacer un Rey a su imagen y semejanza porque se sentía Rey, y un Rey especial porque había ganado una guerra.

Sin embargo, Don Juan tuvo una relación especial con Franco. No sé cómo calificarla porque en algunas de las cartas, que usted reproduce en su libro, le trata incluso de “mi estimado general”.

Sí, es verdad, hay amores y odios. Hay veces que Don Juan da marcha atrás, otras da marcha adelante. Don Juan sabe que no reinará nunca después de venir al bautizo del Príncipe Felipe, y se lo dice a doña María. Hay esa tensión propia en el momento en que Franco nombra sucesor a don Juan Carlos.

¿Qué tipo de educación el que usted en el libro llama “Juanito”?

Muy dura, especialmente en Friburgo. Él allí estaba cansado de comer patatas. Estamos hablando de la Alemania recién salida de la II Guerra Mundial. Es un niño de posguerra.

¿Es verdad, como decía el padre Hoyos del colegio marianista de Friburgo, que era “muy rebelde”?

Sí, sí, era muy rebelde. Aunque en el trato humano era encantador, yo lo cuento por las personas con las que trató. Tuvo una educación muy fuerte y le hicieron saber el destino para el que tenía que estar preparado. El Rey era muy listo, muy picarón.

¿Cuándo llegó don Juan Carlos al palacio de Miramar?

A finales de los cuarenta. Lo saca del colegio de Las Jarillas en Madrid y lo lleva a Miramar. Don Juan era consciente que había que “españolizar” a don Juan Carlos, por eso aceptó su formación aquí.

¿Cómo fue la relación del Rey con su hermano Alfonso?

Extraordinaria. Entrañable en todos los sentidos. Se llevaban muy bien, dos hermanos de vida paralela. El Rey era más recatado, más tímido. Alfonsito era un personaje muy singular, que le hubiera ayudado mucho al Rey en los momentos difíciles. Y eran unos manitas, se hubiesen ganado la vida como chapucillas. Eran unos tíos llenos de vida, vibrantes, no se podían estar quietos. Y luego la muerte trágica de Alfonso fue muy dura para el Rey, un golpe tremendo.

Imagino que Don Juan le hablaba a su hijo de la patria y de la monarquía. ¿También le hablaba de Franco?

Don Juan siempre ha tenido prohibido hablar de Franco. En la primera entrevista de Juan Carlos con Franco encuentra un ratón, fíjate, en el palacio de El Pardo. Y el padre le dice al hijo que procure hablar lo menos posible con Franco. Imagino que en las intimidades del palacio sí que le hablaría de él. Cuando don Juan Carlos era pequeño tuvo trato con Franco, nada más llegar al colegio de Las Jarillas. Tuvo mucha soledad don Juan Carlos, si te fijas, tiene unos ojos melancólicos. El Rey es silencio, es gente que no habla y es esclavo de sus silencios.

¿Incubó el Rey su afición al mar de pequeño?

Sí, se educó porque quería ser marino, aunque por no tener, no tenían ni barco. Por eso, cuando llega a Estoril ven los barcos como un cuento y el Saltillo, que era un barco muy humilde. Le ayuda a vencer su soledad y llega a hacer la ruta de Colón.

¿Fue un buen estudiante?

Yo creo que fue buen estudiante porque tenía que serlo, porque le obligaban. Tenía que sacar los cursos y el padre siempre se esfuerza en decirle que tiene que apretar los codos, que tiene que ser ejemplar. Después la Familia Real se examinaba al público, desde la época de Alfonso XIII. Pero no era brillante.

En su formación, ¿qué papel ocupa la Academia Militar de Zaragoza?

Muy importante. Don Juan Carlos ha sido siempre muy militar. Date cuenta que los Borbones se sentían muy militares, Alfonso XIII especialmente. Ha tenido sentido militar en su cabeza y después Juan Carlos lo pasó muy mal en la Academia, donde medio desafiaba a gente allí a defenderse a puñetazos.

¿Por qué dice que la jugada le salió bien a Franco con don Juan Carlos?

Cuando muere Carrero, Franco dice que no hay mal que por bien no venga. Franco no presidió ese entierro, sino que fue el Príncipe quien se la jugó y le echó todo el valor del mundo por La Castellana. Franco vio en Juan Carlos el niño que nunca tuvo y le llegó a decir: “Alteza, usted tendrá que gobernar con los socialistas incluso”. O sea, que Franco sabía perfectamente que después de él, nada.

Volviendo a Guadalajara, ¿tiene pensado escribir algo más sobre nuestra tierra?

Me hubiese gustado escribir un viaje sobre el río Badiel porque yo creo que La Alcarria es mucho más profunda que lo que hizo Cela.

¿No le gustó el libro de Cela?

Literariamente, sí que me gustó. Pero yo creo que cayó mucho en tópicos, pudo sacarle mucho más jugo al paisaje y a las gentes. Pasa muy de puntillas, es de un impresionismo puramente literario: el tontito que te aparece… Yo he conocido esa España. Es una descripción pura y dura. Tuvo mucha suerte en la elección de La Alcarria, pero ya había habido libros de viajes muy interesantes como los de Unamuno o Azorín. Quizá La Alcarria sea más profunda, Cela se quedó en la periferia.

Es decir, ¿está de acuerdo con la tesis de José Mª Ridao en su libro “El pasajero de Montauban” sobre lo que califica “el carnaval portátil de Cela”?

Pues tengo pendiente su lectura. Creo que Cela banaliza un tanto la vida en aquella Alcarria. Yo me sumo, no a lo de Ridao, que no lo he leído, pero me he leído dos o tres veces el Viaje a la Alcarria, es una descripción puramente literaria, sin ahondar nada en otras cosas. Mientras se va por ahí, hay una posguerra profunda y unos personajes muy interesantes. Si mal no recuerdo, sí cuenta que en Tendilla, Pío Baroja tenía un olivar, pero podría haber hecho una descripción de algún molino o de más personajes y escenas.