La Garlopa Diaria

8 mayo 2008

Madrid-Barcelona

El reciente derby de la Liga ha devuelto a los medios de comunicación la vieja disputa entre Madrid y Barcelona. Es un tema recurrente que no parece caducar. Andreu Buenafuente dice en su blog que “toda la gente inteligente que conozco ama las dos ciudades, sabe disfrutar las diferencias y valora la personalidad de cada una”. Se trata de una reflexión trufada de sentido común que no siempre se aplica, pero que merece la pena difundir. Es sano conocer las dos ciudades a fondo, patearlas, viajar a sus entrañas para desterrar pensamientos infundados. Enric Juliana, delegado de La Vanguardia en Madrid, piensa que “el AVE comienza a recoser los desgarros provocados por el griterío de la política politizada y el periodismo de campanario”. Santiago Bernabéu llegó a despotricar que “Cataluña sería maravillosa… si no tuviera catalanes”. Vázquez Montalbán dejó escrito que «nunca más volverá a suceder una Guerra Civil mientras existan los partidos de fútbol entre el Madrid y el Barça», equipos a los que calificó como «ejércitos sin armas». Cuando la gente esté harta del debate entre dos ciudades fantásticas, España habrá acabado con sus fantasmas. O quizá no. Quizá buscaríamos otros.

Madrid y Barcelona, aunque a veces lo nieguen, se retroalimentan. La una tiene un perfil urbano cuajado de tejados, pero exhibe un aire empresarial pujante y todo el poderío que otorga dar nombre a la cúpula estatal, financiera y funcionarial. La otra mantiene su etiqueta de ciudad modernista (Gaudí, Dalí, el Palau de la Música…) pero anda ahora un poco a rebufo de la capital. Los fastos de los Juegos Olímpicos quedan lejos y el Fórum de las Culturas fue un invento un tanto huero. Cosmopolita, pero vacío. Barcelona ha llegado a una conclusión: debe dejar de mirarse al ombligo. Madrid hace tiempo que se contempla eufórica, a la espera de que un negocio llamado Olimpiadas aterrice en Barajas. ¿Es extraño pensar que el pique en asuntos económicos fomenta el desarrollo de ambas capitales?

Madrid son las calles repletas de coches pitando, las colas del Prado, los cafés de Recoletos, los musulmanes en Lavapiés, los taxistas suicidas, los atascos en la M-30, una cañita con pincho de tortilla, las grúas en los pisos y una sangría trepidante que no cesa en sus restaurantes y en sus teatros. Barcelona es el mar, los museos de arte, la música en los garitos, el calor húmedo, las putas del Raval, las lentejas sin chorizo, las novelas de Juan Marsé y el sol desparramándose por las fuentes de Montjuic.

El anticatalanismo es socio fundador de España, escuché ayer en la radio. El anticatalanismo da votos. ¿Por qué nos odian? Es la pregunta que se hacen muchos catalanes. La butifarra no lo soluciona todo y el fútbol nos saca el nervio en las venas. La política hunde la convivencia, pero también ha hecho posible que las dos ciudades se complementen. Existe rivalidad desde que Barcelona apostara por la industria y Castilla por los cereales. Los borbones también han influido, y no siempre para bien. Hoy todo ha cambiado, aunque hay sectores donde el choque continúa, sobre todo con la lengua. Sin embargo, a pie de calle, la gente sabe disfrutar de las virtudes, incluso de los defectos, de ambas ciudades. Las diferencias, para las cifras: Madrid cobija a más de tres millones de habitantes y Barcelona la mitad. Barcelona dispone de 87 kilómetros de vías de metro y 128 de carril bici y Madrid nada menos que 322 de metro y tan sólo 90 en carril bici. Madrid ha creado 21.000 hectáreas de zonas verdes y Barcelona apenas 1000. La capital del Estado tiene 74.505 plazas hoteleras y Barcelona 22.000. Y atención, muy importante: Madrid soporta en sus calles más de un millón y medio de coches. Barcelona, “tan sólo” 616.000. En temas económicos, ojo a las ayudas oficiales, ojo a las políticas de Estado insolidarias, ojo a la fastuosa T-4 y la ausencia de una tercera pista en El Prat. Y no perdamos de vista a las terceras vías: Valencia por el puerto y el ladrillo; Zaragoza por el agua y el tren veloz.

Rosa Regàs coordinó hace años un libro en el que varios escritores madrileños y catalanes compartían experiencias sobre sus distintas ciudades. Hacen falta más cosas como estas. Cosas que nos unan y que nos diviertan. Desde que vivo aquí, nunca me han tratado mal en Madrid por ser catalán. Nunca. El primer día que llegué a Madrid, dejé la maleta en el colegio mayor, anduve desde Plaza Castilla hasta Antón Martín y luego me fui de cañas con los amigos. No conozco tampoco a ningún madrileño que haya tenido problemas severos por el hecho de serlo en tierra catalana. Los tópicos son propios de los cortos de mollera, pero no de un país que ya viaja en AVE y que organiza ciclos de Pla en Madrid y de González-Ruano en Barcelona.

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PD.- Voy a poner un tema clásico, de Sabina, «Pongamos que hablo de Madrid», pero en la voz de Antonio Flores. Yo creo que esta canción transmite vida.