El cojonudismo
En plena crisis de valores y de autoridad política, Alfonso XIII dio el visto bueno a la operación militar en el norte de África del ejército español en 1921. El rey tenía dos objetivos: someter a esta parte del territorio fronterizo a su Corona y, sobre todo, elevar el ánimo de unos militares hundidos tras el desastre del 98. Nada de eso se consiguió porque la operación ya ha pasado a la historia como «el Desastre de Annual«. Nuestros compatriotas militares eligieron con un tino increíble el mes de julio para abordar la zona del Rif, una fecha, como todo el mundo sabe, propicia para el frío y la lluvia en el desierto africano. A las avanzadillas hispánicas pronto se les acabó el agua. Y los alimentos. Y con ello las fuerzas. Tuvieron que retroceder hacia Melilla. La intervención fue, verdaderamente, un desastre. El ejército español apenas aguantó una semana. Luego se hundió. Cayeron 12.000 soldados y varios centenares quedaron capturados por las cábilas (las tropas) marroquíes que dirigía Abd-el-Krim. Por cierto, que este dirigente de la resistencia marroquí acabó desterrado en la otra parte del globo. Antes lo encontraron dos periodistas del viejo periódico La Libertad. El reportero Luis de Oteyza le hizo una entrevista donde confesó que había pedido 4 millones de pesetas de rescate por los rehenes que quedaron en sus manos tras la ofensiva española. Los pagó un empresario vasco. Por cierto que la foto de Ambd-el-Krim (que aparece aquí, arriba) se la hizo el famoso fotógrafo Alfonso (la reproduzco citando la fuente -Wikipedia- no vaya a ser que los herederos de Alfonso, que piden una pasta por cada reproducción de su archivo, me pidan cuentas…).
Volviendo al caso. Las tropas españolas estaban comandadas en el Rif por el general Manuel Fernández Silvestre, amigo personal de Alfonso XIII y artífice de la operación sobre el norte africano. Fue una idea suya, un empeño personal. Cuando el rey recibió la petición de Silvestre para autorizar su ingeniosa iniciativa, ¿saben ustedes qué contestó el abuelo de nuestro actual monarca? Alfonso XIII le envió un telegrama, muy escueto y elegante, que decía: «¡Olé tus cojones!».
El cojonudismo del que hablaba Unamuno en sus ensayos es una constante en la sociedad española. El propio Jiménez Losantos lo reseña en su último libro y es un hecho fácilmente contrastable repasando la hemeroteca. Nuestra historia está plagada de sujetos que, apelando a la testiculina, resbalaron por la pendiente de la estupidez. He recordado la anécdota de Silvestre (anécdota en 2008; en 1921 fue una humillación) leyendo la información que publica El País sobre una posible candidatura de Esperanza Aguirre a la presidencia del PP. El periodista que firma la noticia reproduce varias conversaciones mantenidas por la presidenta de Madrid y sus consejeros autonómicos. Algunos de ellos animaron a la lideresa con frases como estas: «¡Si sacamos los 600 avales, ganas seguro, presidenta!»; «un congreso de 3.000 personas es imposible de controlar por el aparato«; «tenemos la militancia muy enfadada». Y cosas de esta ralea. En el fondo, subyace de nuevo un asunto de hormonas: si reunimos 600 avales, te presentas. Ánimo presidenta. A luchar. Échale narices. Con dos cojones. Si tu puedes, nosotros podemos. La historia se repite de nuevo y esperemos que las consecuencias no se parezcan a las de Annual. Mal iríamos todos, no sólo los del PP.
Después del desastre en el Rif, Silvestre perdió la vida en acto de servicio precisamente en Annual. Sin embargo, Alfonso XIII continuó reinando. Quizá Rajoy podría aprender la moraleja para aspirar a seguir reinando. Claro que, en este caso, bien podría Mariano Rajoy enviarle un mensaje a Aguirre (no por telegrama, que los tiempos cambian, sino por SMS), y espetarle: ¡Olé tus cojones!