Brindis por la gente de Galve
De nuevo llega la ocasión de que Galve exprese, en el color de sus trajes y en el movimiento de sus danzantes, la energía vital que esconde esta paramera fría. Siempre llegué a Galve con la sensación de un “fin de camino”. Nunca es un paso a otra parte. Es la meta. Aquí está todo cuanto un viajero pretende: el aire puro, la luz sin mancha, el arte enjoyado, la danza valiente. Ese es el justificado motivo de haberse echado a andar mucho antes, de haber subido difíciles puertos, de haber patinado en la nieve, de haber pensado, incluso, que “no vamos a llegar nunca”. Galve, como es el centro de la tierra alta, siempre está en su sitio. No falla.
En las páginas siguientes aparecen algunos escritos que he dedicado a Galve en ocasiones anteriores. Análisis de su edificio más emblemático, el castillo, y canto a su expresión humana más noble, la danza. Por ello no creo que precise de presentación, ni mis escritos ni yo mismo, pero sí que aprovecho el instante y la oportunidad para expresar mi profundo aprecio por estas trochas relajantes y amistosas, por este caserío recio, estas gentes sufridas que lo pueblan, y estos cielos limpios a veces, otras encapotados y escarchados, que lo envuelven. Siempre tengo en el recuerdo los mil ángulos de Galve, y es por eso la albricia de este saludo. Que la Fiesta se abra, una vez más, y que sea la mediadora entre la más rancia de las tradiciones y la más esperanzada de las posibilidades en un futuro que, con esto se demuestra, no está pasando de largo por aquí: un brindis con agua del Sorbe por la gente de Galve, por sus pinos, por sus vacas, por sus muros que resisten, por sus danzantes que se levantan, sin peso, por el aire…