Monseñor Sánchez
Monseñor José Sánchez acaba de cumplir sus «bodas de oro» sacerdotales. Fue ordenado cura el 5 de abril de 1958. Hace 16 años y medio que fue elegido para ser obispo de Sigüenza-Guadalajara. Desde entonces, y quizá porque Madrid le pilla a dos pasos, ha ocupado papeles relevantes en la Conferencia Episcopal. De casi todas las batallas ha salido airoso, lo que no quiere decir que se haya salido con la suya.
He estado varias veces con el obispo y le he entrevistado en tres ocasiones. Quizá es balance suficiente como para trabar un juicio sobre su personalidad, o quizá no porque Sánchez maneja con extrema habilidad el juego de los silencios y la ironía fruto de su etapa de jesuita en Alemania, por cierto, donde coincidió con Arzalluz. Sin embargo, me gusta su visceralidad, teñida de una cierta mansedumbre en la expresión, y sus ganas de no esquivar ninguna pregunta, por complicada que sea. La charla más dura, siempre en el terreno dialéctico, la tuvimos en la entrevista que le hice trabajando para Guadalajara Dos Mil en noviembre de 2004. Zapatero estaba recién aterrizado en La Moncloa. Había malestar en el seno de la Iglesia española por los planes que el bisoño Gobierno socialista andaba preparando. Sánchez nos regaló un titular rotundo: «Me siento incómodo con este Gobierno». No sólo lo decía el obispo seguntino. Lo decía el ex secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española y ex presidente de su Comisión de Medios de Comunicación. Recuerdo que la portadilla del suplemento «La Colmena» la pintamos, debajo del titular, con una foto a cinco columnas, muy horizontal, en la que se veía un primer plano de las manos entrecruzadas del obispo con sus anillos relucientes. Era la imagen de una demostración de fuerza, pero sin salir a la calle. Tan solo sentado en un sillón y lanzando diatribas contra el Gobierno que los españoles habían elegido por mayoría ocho meses antes. Algún meapilas del progresismo oficial de la Guadalajara aliquista me afeó que hiciera aquello: «¿No eres tú el más de izquierdas? ¿No sois el periódico más progresista?», y comentarios por el estilo. Es posible que más de uno siga sin entender que la información va por un lado y la opinión por otro, y que la suma de ambas cosas da como resultado el periodismo. Al menos, modestamente, así lo entiendo yo y así me lo han enseñado. Cuando terminó aquella entrevista, el obispo me dijo que había estado muy cómodo discutiendo conmigo, y que le encantaba esos retos. Le dije que si había tenido la sensación de estar discutiendo es que yo había hecho muy mal mi trabajo.
Monseñor Sánchez no admite indiferencias, pero es menos tajante de lo que aparenta. Su fama de dialogante se curtió en los tiempos que tuvo que lidiar con María Teresa Fernández de la Vega, hoy vicepresidenta y entonces secretaria de Estado de Justicia en el Gobierno presidido por Felipe González. No lo tuvo fácil y hay que reconocerle una tarea titánica. Mientras negociaba asuntos de Educación, algo clave para una cúpula acostumbrada a la doctrina en las aulas, Antonio Herrero comparaba a Rosa Conde con Mónica Lewinsky. Lo de la Cope, ya se ve, viene de lejos. Sánchez tuvo que salir al paso y desaprobar los insultos del fallecido locutor. Luego, en la entrevista del Dos Mil, nos dijo: «Hubo que intentar capear el temporal como pudimos, se nos echaron encima haciendo como una coalición los poderes de este mundo, en tromba. El poder político, económico, autonómico. Pesaba sobre mí una cierta responsabilidad sobre aquello». Noté en su expresión una mueca de amargura. Y no sólo por la posición del Gobierno o sus medios afines, sino por la incomprensión del prelado hacia los que defienden estrategias de crispación. Ojo: Sánchez no ha apoyado de forma abierta ninguna de las manifestaciones convocadas por la Conferencia Episcopala en la pasada legislatura.
Quizá por sus raíces salmantinas, lo cual imprime ciertas dosis de tozudez y doble filo, Monseñor Sánchez ha sabido capear el temporal en Madrid mientras guardaba la ropa en Guadalajara. Se ha pateado la provincia, los pueblos le consideran un guadalajareño más y se ha ganado el respeto de la diócesis. Su labor es incuestionable y su influencia también. Un día le pregunté cuantas veces comía con el alcalde de Guadalajara, y me contestó que sólo las que «obligaba el protocolo». El apoyo que Bono dio a los convenios entre la Iglesia y la Administración regional fue decisivo para su posición. El ejemplo más claro, obviamente, son los resultados en el Ayuntamiento de Sigüenza.
Su carácter temperamental impide en ocasiones comprobar su trasfondo ideológico, su preparación académica y su mano izquierda. Intentando seguir el ejemplo del cura don Agustín en Atienza, que ha rehabilitado varias iglesias convirtiéndolas en museos, una mañana le propuse convertir la ermita de la Soledad de Galve de Sorbe en Museo Provincial de las Danzas Tradicionales de Guadalajara. Me espetó en seco: «danzas, danzas, ¿para qué queréis tantas danzas?». Luego le recordé que todas esas danzas honran alguna advocación mariana, y entonces se quedó pensativo. Hasta hoy, que debe seguir escudriñando la apropiación que el cristianismo hizo de las tradiciones que cultivaban a los dioses paganos. Pero esa es otra historia.
Monseñor Sánchez cumple cincuenta años ejerciendo de cura y, tal como están las cosas en el clero español, habría que esperar que su palabra cundiera con mayor profundidad en los plenarios de la Conferencia Episcopal. A la izquierda, sobre todo la ortodoxa pero también la del PSOE, le cuesta aceptar que las gentes de la Iglesia defidendan sus cosas. Y estas gentes, muchas veces, se desacreditan yendo a la yugular del Gobierno, olvidando que su elección es fruto de la voluntad de los ciudadanos. Ayer un obispo, creo que el de Pamplona, dijo que el Ejecutivo español debería «abolir» la ley que regula el aborto. Cabe preguntarse quién es este señor para proclamar tal exigencia. Y cabe preguntarse, todavía con más empeño, por qué los católicos que no piensan así pierden todas las batallas internas. Me da la impresión de que Sánchez va a tener que escribir más cartas pastorales los domingos en los periódicos para seguir haciendo pedagogía. Entre los suyos, claro.