Nacionalidades
El catedrático de Derecho Constitucional de la Complutense Germán Sánchez Farreres ha dicho que la última legislatura ha sido «un dislate» en materia de legislación en lo que se refiere a la política territorial. Un dislate desde un punto de vista político, ha acotado. Pero se ha olvidado de los jueces, que en diciembre, el Tribunal Constitucional falló el recurso de inconstitucionalidad presentado sobre el Estatuto valenciano y todavía no nos han aclarado qué interpretan sus señorías por los términos región, nación y casi provincia. Farreres ha anunciado que el viernes se presenta el libro ‘Hacia una nueva doctrina constitucional del Estado autonómico’. También ha sentenciado que si en 1978, año en que se aprobó la Constitución, se hubiera diferenciado entre autonomías de primera y de segunda, en función de sus estatutos, otro gallo nos cantaría. Algo así como han hecho las regiones italianas, donde coexisten dos modelos, extraordinario y ordinario, a la hora de organizar el territorio de ‘la bota de Europa‘. Aquí se apostó por la descentralización, pero con ambigüedades. La Constitución combina la «indisolubilidad de la patria» con el reconocimiento de «nacionalidades». Me parece muy constructivo reconocer, jurídicamente, que la conciencia del pueblo catalán o vasco no tiene nada que ver a la de los murcianos o los riojanos. Esto, en sí mismo, no quiere decir nada. Ni mejor ni peor. Simplemente diferente. En Cataluña, el País Vasco y, en menor medida, en Galicia, existe una parte sustancial de la sociedad que opta por partidos nacionalistas. Es decir, no quieren ser región, no se sienten regionales. Hay algo más que las reformas de los estatutos, en principio, trata de colmar. Otra cosa es que se consiga. La pregunta sería si el Estado español está preparado para afrontar esa realidad política, y llevarla a terrenos jurídicos. Porque eso es tocar con los dedos de la mano un modelo federalista, y no parece que los principales partidos estén por la labor. ¿Cómo encajar todas las piezas del puzle? A Zapatero, por intentarlo, le han dicho que rompía España.